Prestos a tomar las deseadas vacaciones nos permitimos abrir ventanas de observación para que tanto el profesorado como el alumnado vuelvan en septiembre con nuevas sensaciones sobre los paisajes que han visitado. Esta podría ser la primera lección escolar que sin duda ampliará las experiencias en unos debates y proyectos de trabajo compartidos dentro de cada grupo de clase. La segunda la adelantaba Juan Ramón Jiménez cuando decía que cada paisaje se compone de una multitud de elementos esenciales, sin contar con los detalles más insignificantes, que, a veces, son los más significativos. Demos al alumnado, sintámoslas como propias, algunas claves para acercarse a los paisajes visitados. Para la tercera pauta seleccionaría aquella que expresó el pintor realista estadounidense Andrew Wyeth: Prefiero el invierno y el otoño, cuando sientes la estructura ósea del paisaje. Algo espera debajo de él; toda la historia no se muestra. Sin embargo, es con el buen tiempo cuando la mayor parte de la gente va en su busca.
Para empezar hagámosles saber, repiense el profesorado, que ya los habitantes primitivos plasmaron sus paisajes, sus preocupaciones y otras muchas cosas en el arte rupestre. Asombran las pinturas de Lascaux, en las cuales la iconografía se limita a tres temas fundamentales: los animales, las representaciones humanas y los signos. No hay ninguna evocación ni del paisaje exterior, ni de las especies vegetales de la época. ¿Quedaría limitado el paisaje a sus necesidades o a las escenas de supervivencia? Estaría bien contraponer unas imágenes de Altamira u otras expresiones paleolíticas españolas a las reliquias del arte rupestre levantino. No es necesario conocer mucho, ni ser de los cursos superiores. Basta con la capacidad de observación. Da para mucho: figuras, entornos, modelos, posible significado, etc. En fin, similitudes y diferencias de los primeros “relatores” del paisaje.
Una clase de historia de la humanidad en formato exprés a estas edades necesita pocas fechas, cuenta más cómo se dice lo que se dice, para que el alumnado se interese o sorprenda, que a veces ambas atracciones van de la mano. El paisaje nunca dejó de ser referencia de vida, por más que los individuos no se ocupasen en verlo como conjunto, pero sin duda serían capaces de entrever su dinamismo. Lección importante para aprender todos: el paisaje es dinámico per se, muy diferente al reduccionismo con el que acostumbran a presentarlo los libros de texto. Los elementos significativos de tal o cual territorio, un paisaje sin identificar, lo marcarían los ritmos estacionales o aquellos episodios meteorológicos, no comprensibles, que traían o se llevaban biodiversidad. Momentos que incluso modificaban la tierra útil y se llevaban alguna que otra vida, como todavía sucede ahora. Un tsunami engulló la ciudad romana de Baelo Claudia (Cádiz) destrozando el paisaje real, anímico y económico de las gentes de entonces, pero las excavaciones nos la presentan para una nueva interpretación. Observar hoy para ver el paso del tiempo, anclar lo que se ve con aquello que pudo ser.
El profesorado es consciente de que el paisaje necesita que alguien lo observe, que trate de aprehender aquello que está bien visible, y se pregunte por la urdimbre que a lo largo de años o siglos está oculta, es cambiante. A la vez, es la verdadera responsable de esa magnífica construcción. El alumnado puede acercarse a ese estadio. Si cuando observa un paisaje exprime su agudeza visual. Cualquier paisaje puede convertirse en un estado de ánimo. También, a quienes esperamos paisajes ocultos nos trae a la memoria aquellas lecturas antiguas de las aventuras de Charles Darwin o Alexander von Humboldt en una época sujeta a otras modalidades de ver. Hoy siguen aportanto novedades. Hoy sus autores nos parecen adivinos de lo posible, generadores de claves para interpretar la vida actual. Seleccionemos alguno de sus textos; presentemos al alumnado una frase de las que nos legaron. ¿Qué son la evolución de las especies del primero o el adelantado cambio climático del segundo? Lo vieron en el siglo XIX. En cierta forma daban a entender que se necesita una educación ambiental, todavía pendiente de desarrollar con plenitud y trascendencia.
Los paisajes de entonces mirados desde la atalaya del ahora resultan incógnitos, a la vez que dan consistencia a una exposición de lo oculto. También enamoran por una u otra cosa a quienes saben mirar las obras pictóricas, porque el paisaje es el arte con el que se expresa la naturaleza. Dan cuenta de ello tanto las pinturas de Giotto en la Basílica de Asís, delante de las cuales pasé largo rato buscando rasgos paisajísticos visibles u ocultos en las imágenes de los libros que llevaba en mi mente. Aclaremos que se trata de una interpretación religiosa dentro de un paisaje que parece ajeno, mientras los infinitos paisajes de Sorolla invitan a observar varias veces, porque cada una de ellas no deja de impresionar; mandan los elementos naturales, los personajes o el conjunto. El paisaje pintado ha sido una constante en la pintura. En muchas ocasiones ha estado cercano a la vida, el calendario agrícola. Quienes lo duden que se pasen por San Isidoro de León y contemplen las escenas que marcaban la vida de las gentes del Medievo.
Muchos de los alumnos y alumnas, buena parte del profesorado saldrá dentro de poco a la búsqueda de paisajes menos urbanos para librarse un poco de las ataduras pandémicas. Aprovechen ese conocimiento de las cosas definitorias del paisaje elegido. Les servirá de una primera compenetración con el paisaje del que forman parte en ese momento. Seguramente el paisaje les hablará, incluso con vivacidad en ciertos momentos por medio de sus bioindicadores. Si así fuese se facilitaría el tránsito desde una primera aproximación emocional hasta la mirada crítica con precisión y rigor. Hay que entender que el paisaje es un conjunto complejo, que son muchas modalidades de ver, pero sobre todo que no solo es un territorio escenográfico sino un conjunto de interacciones más o menos visibles, claras. Lo esencial es invisible a los ojos, manifestaba El Principito de Saint-Exupéry. Nuestra imaginación es la que ve y no solo los ojos. Nunca se nos olvidará la similitud de las enseñanzas de Miguel Delibes cuando sin decirlo invitaba a ver un paisaje, por muy conocido que fuera, a no perder nunca la capacidad de sorprenderse.
El paisaje está ahí, pero no es nada si no lo hacemos realidad mediante la percepción. Visto así, los hechos acaecidos o los objetos dominantes serían el motivo del estudio científico, que en teoría aspira a la objetividad. Pero cualquiera de nosotros percibimos a través de la mirada e interpretamos a partir de nuestro conocimiento precedente o simplemente con prejuicio previo. En nuestra mente, construimos así nuestra realidad, diferente cada uno de nosotros. Algo así le ha pasado a la literatura que ha sido impregnada de paisajes y realidades. Los valores del paisaje deambulan y forman realidades subjetivas. Sin irnos mucho más lejos, en el excelso paisaje cervantino por donde discurre El Quijote.
Cualquiera que lo lea debe interpretar la relación de sus personajes con ese paisaje genérico que son varios. Por más que Cervantes describa tales elementos o conjuntos aparecen siempre emociones, seguridades o miedos; abstracciones de don Quijote frente a las lecturas sencillas de Sancho. Por más que cite innumerables plantas u otros seres vivos no se queda ahí; delimita comportamientos y relaciones entre ellos que denotan el interés del autor por invitarnos a buscar qué hay detrás de muchas imágenes que presenta. Ambos personajes principales ven cosas distintas en lo mismo. Para cualquiera que viviese por aquellos años esas tierras compondrían unas características morfológicas determinadas, otras artísticas o plásticas, muchas simplemente serviles. En buena parte de los casos estarían ligadas con la supervivencia, algo que no perteneció en exclusiva a los hombres y mujeres primitivos. Pero siempre está en mudanza. De ahí que algo diferente encontraron Azorín, que hizo la ruta del Quijote hacia 1905, y Julio Llamazares que la repitió, más o menos, 100 años más tarde. Ambos iban con un encargo editorial, con una predisposición muy diferente a quienes visiten aquellos lugares en este 2022 desprovistos de anhelos.
Observar un paisaje es construir puentes con él. La forma del puente no es lo más importante pero sí es necesario que sea seguro, que quien observa atraviese ese puente dispuesto a enriquecer su perspectiva. Por eso sirven poco las fotografías de otros, o las que enviemos nosotros mismos, que acaban almacenadas en la memoria del móvil, sin recibir nuevas visitas interpretativas. También el alumnado necesita cierta habilidad para componer un bosquejo mental que enriquezca situaciones similares vividas con antelación. En cierta forma, todos y cada uno de los buceos en el paisaje, desde la infancia, son huecos que a la vez suponen una experimentación en la propia concepción. Así se evita que se disuelva el eco del paisaje. Incluso hay niños y niñas que aman el paisaje por su impacto mental.
Estos días puede que tanto el alumnado como el profesorado esté preparando una salida rápida hacia paisajes menos urbanos, para librarse un poco de las ataduras pandémicas. Animamos a la atenta escucha sobre lo que el paisaje habla, incluso con vivacidad en ciertos momentos. Si así fuese se facilitaría el tránsito desde una primera aproximación emocional hasta la mirada crítica con precisión y rigor.
Paisajes de verano para retomar durante el curso. Paisajes de todo el año impregnan la literatura. Pero buena parte del alumnado mantiene una idealización del paisaje en forma de los bosques, la sublime expresión de la naturaleza virgen. Daban cobijo y procuraban frutos y materiales diversos. Pero también albergaban alimañas. Al menos eso contaban los cuentos infantiles. Al propio tiempo, los bosques se llenaron de supersticiones o tomaron cuerpo social en las leyendas y religiones. Por la cabeza ronda El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez. Tan plenos de relaciones internas que superan la belleza y grandiosidad del bosque animado de vida, por donde transitaban en procesión nocturna incluso las ánimas. Paisajes de día que son diferentes de noche. Algo así nos sucede cuando tratamos de atrapar un paisaje, luego será que lo trascendente viene también de la persona que mira, que lo almacena junto a experiencias previas. Preguntemos al alumnado, hagamos nuestro examen propio sobre lo que recordamos de tal o cual paisaje.
El paisaje siempre es dicotómico, incluso para los no profesionales de la ciencia que miran sus alrededores e intentan encajar su presencia en ellos. En esta percepción cultural siempre gana lo que se ve, para eso nos dejaron las gafas de la espectacularidad. Por eso se prefieren los bosques o las selvas potenciadas de las películas. Repasemos la propia existencia o las veces que hemos hablado del paisaje con niños y jóvenes. Entremedio de esta percepción, acaso están aquellos rescoldos del miedo a los bosques que aparecen, por ejemplo, en cuentos como Caperucita Roja de Perrault o Garbancito/Pulgarcito, de autoría poco clara. También llegaron otras visiones como las de J.R.R. Tolkien o las leyendas de Washintong Irving. O aquellas donde el bosque es el protagonista en Wood’s Town de Alphonse Daudet. Cómo no citar aquí “El Infierno” de la Divina Comedia de Dante Alighieri, que empieza por los versos siguientes: «En medio del camino de nuestra vida me encontré en un obscuro bosque, ya que la vía recta estaba perdida. ¡Ah que decir, cuán difícil era y es este bosque salvaje, áspero y fuerte, que en el pensamiento renueva el miedo… «. Si el profesorado todavía no ha recorrido esos paisajes ya va siendo hora de que lo haga.
El paisaje es muchos paisajes, visibles u ocultos. Sin personas o con ellas. Personalmente me quedo con las escenas de vida y paisajes que suponen los cuadros de Pieter Brueghel, el Viejo. No faltaron quienes veían en el bosque la idealización de la vida como el americano Henry Thoreau. Muchas percepciones diferentes del paisaje ahora plasmado en esas fotografías que cualquier excursionista, que no asegura que sea lector del paisaje, envía por wasap a sus amistades. Imposible que estas capten lo mismo que la persona que se la envió; son solamente estampas de cariño y a veces generadoras de envidia. Si usamos criterios de lectura poco profundos no alcanzamos a ver qué hay detrás. ¿Será algo parecido a lo qué tendrían en la mente detrás de la culminación de una pintura los paisajistas holandeses del XVII o británicos del XIX como Joseph W. Turner o John Constable? Proyectemos paisajes de Thomas Cole, donde parece que hay varios cuadros dentro del mismo, realista o espiritual.
Por el contrario, la matriz ambiental es otra en la nada llamativa imagen de la estepa monegrina, que Orwell denostó en Viaje a Cataluña, por su pobreza paisajística, normal en un británico acostumbrado al verde lujurioso de su país. Esa estepa anodina para Orwell fue singularizada en forma de territorio con una configuración espacial concreta, en el paisaje presentado por Luis Buñuel, en la película La novia de Paula Ortiz y, cómo no citarlo, en el regalo paisajístico y social de Jamón, Jamón de Bigas Luna. No debemos olvidarnos del paisaje identificativo de las películas del oeste rodadas en escenarios españoles en donde se enseñorean el tomillo u otras plantas xerófilas. Qué bien nos iría entender ese paisaje duro natural y social que presentan Ramón J. Sender en El lugar de un hombre o Jesús Carrasco en Intemperie u otros muchos, que sí se leen en los grupos de lectura de los institutos. Hay tantas posibilidades de cita que nos vamos a quedar aquí. Con el tiempo, quienes sean gente leída e interesada verán algo más: la biodiversidad y el conjunto, marcadas por unas señales que la luz, el horizonte o algún elemento peculiar que dé singularidad al enclave. Incluso el desierto pasó de ser ignorado a fascinante por medio del cine, entre Laurence de Arabia, al final un amante del desierto, e Indiana Jones, que hizo del desierto de Almería un plató de sensaciones.
Paisaje y paisanaje que nos enseñó nuestro admirado José A. Labordeta. Él mismo manifestaba que somos los paisajes, en plural, que hemos vivido. Este poeta de impresiones, de intuiciones leía sus alrededores, interiorizaba buena parte de ellos. Los de su “Aragón de polvo, niebla, viento y sol” que acompañan tanto al habitante como al transeúnte; por eso mezclaría la naturaleza y el hombre. Sin bien muchas veces si disocian los personajes para que no estropeen la fotografía en los paisajes naturales. Labordeta no lo hacía, por eso nos llenan de recuerdos sus viajes por España en Rtve armado de su verbo y su mochila. También sus canciones que pintan el alma inquieta, enriquecida con los paisajes interpretados. Seguro que para él, el paisaje sería un verso de su poesía que se va creando a sí mismo, como apuntaba Virginia Wolf.
¿Qué diríamos del paisaje urbano de Paul Klee? O de las composiciones de Kandinsky y Mondrian que ni siquiera tienen título explicativo, como si ambos pintores hubiesen querido que nosotros descubriésemos sus interiores. Seguro que necesitamos actualizar otras claves para la interpretación del paisaje. Llevémoslos a clase para que el alumnado los interprete en relación a sus sentimientos o a lo visto durante el verano. Es posible que todos empecemos a entender que el paisaje es un conjunto complejo, que son muchas modalidades de ver pero, sobre todo, que no solo es un territorio escenográfico sino un conjunto de interacciones más o menos visibles, claras. Lo esencial es invisible a los ojos, manifestaba El Principito de Saint-Exupéry. Nuestra imaginación es la que ve y no solo los ojos. Nunca se nos olvidará la similitud de las enseñanzas de Miguel Delibes que apuntaba al ver un paisaje, por muy conocido que fuera: no perder nunca la capacidad de sorprenderse. Hagamos una galería de obras que pintan los paisajes españoles contemporáneos como por ejemplo las de Albacete, Arroyo, Gordillo, Luis Pérez o Consuelo Hernández: diversidad, belleza, sentimientos y vida propia en cada autor-a.
Se necesita cierta habilidad para componer un bosquejo mental que enriquezca situaciones similares vividas con antelación y lo añada al bagaje cultural interpretativo. En cierta forma, todos y cada uno de los buceos en el paisaje son huecos que a la vez suponen una experimentación en la propia concepción. Así se evita que se disuelva el eco del paisaje.
El arte del paisaje tiene cabida en cualquier curso educativo. Si bien en la Lomloe, con siete citas solamente en primaria cuando podría ser un módulo curricular preferente, prevalecen lecturas tradicionales y clasificaciones varias, poco novedosas. Aunque lo han encuadrado dentro de “Retos del mundo actual” (sic) no se ve así. Menos mal que después lo han metido 3 o 4 veces en conciencia ecosocial. En fin, mucho por hacer. Ha faltado un atrevimiento para resaltar la ecodependencia e interdependencia, las personas dentro del paisaje interpretan y hacen paisaje. Al menos a modo de conjetura para investigar. ¡Soltemos al alumnado a recorrer paisajes y démosles libertad de interpretación! No es imprescindible salir fuera del centro para conseguirlo. Podemos experimentar invitándoles a que pongan título a algunas láminas seleccionadas. Proyectadas una a una en la PDI invitan a compartir lo visto por cada uno o una y darle un sentido colectivo.
Saber mirar, ser capaz de componer un bosquejo mental que enriquece situaciones parecidas vividas antes y las que se mantendrán después. En cierta forma son huecos de experimentación de la mente propia. El magisterio del paisaje, sí, existe, se rastrea en un mundo ruralizado, sin pervertir demasiado por la acción antrópica. Algo similar a aquel del que formaba parte Daniel, el Mochuelo, en El camino de Miguel Delibes. Ese que buscamos en las salidas expansivas que organizan los centros que solamente toman forma cuando compartimos vivencias con otros lectores o lectoras del paisaje. El profesorado ha de hacer un esfuerzo por aprender a ver, por enseñar a ver que cada cual aprende cosas diferentes, o le damos más importancia a unas que otras. Como en aquella antigua serie de RTVE “Paisajes con figuras”, dirigida por Mario Camus y con guiones de Antonio Gala, accesibles fácilmente vía Youtube.
Solo por todo esto, hay mucho más que se podría decir, a disfrutar de paisaje visto desde dentro para contarlo con emoción a la vuelta del verano. Al final, queda esta propuesta escolar para que cada maestra o maestro tome una parte o el todo. Lo importante es ensayar una mirada del paisaje desde dentro.
¡Felices vacaciones!