De vez en cuando hay que llevar a la escuela cuestiones de la vida que pasan desapercibidas y, sin embargo, tienen una alta trascendencia. Es lo que le sucede al fitoplancton. Es posible que no se sepa mucho de él porque sus componentes son diminutos, porque parece que hay mucho o porque no se asoma a nuestra comida ni se vende en las grandes superficies; quizás se debe a que cuesta algo pronunciar esa “c” que lo identifica.
En realidad, este olvido lo arrastran otros muchos seres vivos muy útiles para la biodiversidad, y para nosotros, como las mariposas, los gusanos, los hongos o líquenes, etc. ¡Qué pena que se hable de ellos en pocas materias escolares! Y habría que hacerlo, incluso se podrían presentar al alumnado de los cursos más pequeños; si quieren en el contexto de un viaje exploratorio novelado al estilo de Julio Verne, que ya habló de mares fosforescentes en sus 20.000 leguas de viaje submarino. Las causantes de todo esto eran unas bacterias (Vibrio harveyi) que forman parte del fitoplancton y que ahora iluminan ese mar de ardora, del que National Geographic nos ilustra mucho y bien. Descubran en su clase la atractiva imagen de la luminiscencia, que tan presente está en la naturaleza aunque nos pase desapercibida.
Retomen el interés por el fitoplancton. Escriban la palabreja en la pizarra -descompóngala en sus dos partes-, denle un cierto sentido de curiosidad; apóyense si quieren en las muchas imágenes sencillas que encontrarán en Youtube. Hablen de todo esto con el alumnado y cuenten por qué la bióloga Penny Clishom dijo que el fitoplancton, que ya estuvo en el origen de la vida, es algo así como “el microorganismo que hace funcionar el planeta en secreto”. Utilicen esta excusa para hablar de la importancia de la biodiversidad, pero no solo en la clase de ciencias; forma parte de la cultura básica universal que se exhibe en la vida cotidiana.
Ayuden al alumnado a descubrir que los bosques, los grandes y frondosos árboles de selvas y taigas, no están solos en su lucha contra la contaminación del aire y el acelerado cambio climático. Los diminutos que forman el fitoplancton –que vive no lejos de la superficie del mar– les ayudan, y mucho, en el proceso de la fotosíntesis que, sin entrar en detalles complejos de entender, es la fábrica donde desaparece el dióxido de carbono y se elabora el anhelado oxígeno que da la vida. Tan importante es el papel del fitoplancton que puede afirmarse, lo recoge bien National Geographic, que el verdadero pulmón del planeta está en los océanos, pues producen, si los dejan los elementos cantaminantes como los plásticos– entre el 50 % y 85 % del oxígeno liberado al aire. Aunque habrá que resaltar que el fitoplancton es un fabricante de oxígeno muy lento; además tiene muchos depredadores, no solamente las ballenas que tragan cada día millones de cianobacterias y demás componentes del plancton.
En el mar casi todo asombra. Ese bosque marino de fitoplancton que parece invisible tiene que ver también con el color del mar. De hecho muchos científicos opinan que la contaminación marina que va en aumento y acabará con una parte del fitoplancton –que lleva disminuyendo ya hace un siglo– provocará un cambio en la coloración de las aguas de océanos y mares.
El plancton que alimenta al mundo está en riesgo, a pesar de constituir el universo más rico de consumidores primarios que sostiene la cadena alimenticia. La pérdida del fitoplancton, los científicos hablan de que cada año desaparece en torno al 1 %, resquebrajaría la vida global. Se dice que ha podido disminuir en torno al 40 % en el Hemisferio norte desde 1950. Seguro que ahora también se ve amenazado por los microplásticos que inundan todas las aguas marinas. Pero también hemos leído recientemente noticias positivas: parece que el fitoplancton ártico puede resistir al cambio climático tras una rápida evolución que le permite aguantar temperaturas más elevadas. ¿Hay ahí también una esperanza para el resto de los seres vivos, incluidos nosotros? Si es así se llama adaptación. Imaginamos que algo se ha hablado del asunto en la Cumbre por el Clima Chile Madrid COP25 que estos días se celebraba.
¿A que merecía la pena hablar del fitoplancton? La trascendencia para la vida –sea en forma real o imaginada– no se debe medir por el tamaño de quien presta el servicio, sino por este. Anotemos esta idea y démosle curso entre el alumnado; hagámosla parte de los nuevos desarrollos curriculares, en lo que debe fluir también la interdependencia en el sistema global que es la ecosfera. Experimenten en sus clases; verán que muchas veces la atención a algo pequeño mueve el interés por aprender, máxime si nos procura tantos beneficios. El descubrimiento de mundos nuevos es una manera de abrir los horizontes de la imaginación. La escuela, agobiada por el cumplimiento de los desarrollos curriculares, olvidó que el mundo está fuera de sus paredes.
Carmelo Marcén Albero