Siempre abogamos en esta ecoescuela abierta por tratar asuntos que afectan a la vida cotidiana, de aquí cerca o de muy lejos pues en realidad todo el mundo está interconectado, es interdependiente en una malla ecosocial, o socioética si se prefiere. Estas dimensiones de vida no suelen entrar en los desarrollos curriculares, como no sea por el episódico interés de una persona concreta -siempre las hay en las comunidades educativas-, o de un agente externo a la escuela que lo propone. Pero su trascendencia es cada vez más notoria. Se merece que le abramos la puerta, tiene experiencia acumulada en su treinta cumpleaños.
Un necesario ejercicio para el profesorado consiste en revisar todas aquellas invitaciones que afectan a cuestiones que podríamos llamar de socioecología propuestas por entidades de fuera de la escuela. De ellas habrá que seleccionar las que interesan o no, estén adaptadas a la realidad de cada etapa educativa. No estaría de más que se explicitasen los criterios por los cuales algunas se repiten curso tras curso y a otras no se le encuentra acomodo casi nunca.
Es posible que todavía el IDH no haya tenido protagonismo en las escuelas, pero esto se puede solucionar. Más bien hay que darle entrada cuanto antes. No hace falta celebrar el Día del IDH, pues en demasiadas ocasiones estas celebraciones no logran trascender al pensamiento educativo y se quedan en “sociogestos”. Sería más conveniente considerarlo como uno de los temas sociales que son objeto de tratamiento a lo largo del circuito escolar, ahora que parece que la Lomloe va a permitir abrir un poco los currículos.
Decimos esto porque la H tiene una dimensión de humanidad, esta es un sentimiento colectivo que nos une y humano puede tomarse como algo personal. Viene a mejorar bastante la estampa del mundo que da el PIB, asunto que sí que se menciona en varias ocasiones para comparar países. Pero necesitamos una mirada con enfoques diferentes, dejar atrás el modelo de vida que tantos desastres negativos está acarreando. Hemos leído y escuchado que las personas migrantes escapan de países de PIB bajo y cosas por el estilo; más bien buscan un desarrollo humano más llevadero. Así no debe extrañarnos que el PIB permanezca como único catalejo de mirada de un país en la cultura ciudadana. También sale en los libros de texto, que mantienen la potencia del crecimiento como único estímulo social. Pero “el desarrollo es más que un número” como resaltaba Amaryta Sen, uno de los impulsores del IDH, en una entrevista en BBC NEWS con motivo del vigésimo cumpleaños del índice.
Vistas así las cosas, siquiera como una metáfora, cabría imaginar que el mismo IDH gira una visita al centro escolar. Como gente acogedora habrá que hacerle lo más grata posible la estancia. Pero al IDH no le gusta dar charlas que dejen más o menos indiferentes al profesorado y al alumnado. Más bien presenta hechos, lo que a la vez desmenuza sus sentimientos, deseos y esperanzas; nadie discutirá que eso queda más cercano. Si se le presta atención permite rescatar algunos criterios de lectura a la vida cotidiana propia.
No sabríamos aconsejar un único contexto en el que debería tratarse. Entender el IDH es tarea preferente del profesorado. Tiene mucho por descubrir cuando se elabora el Proyecto Educativo, cuando se establece la distribución en objetivos y materia, cuando se rellenan las horas de libre disposición. Una escuela que tenga entre sus principios la búsqueda de una ciudadanía global, potenciada sin duda en una primera lectura de la Lomloe, deberá incluir estas temáticas en varios momentos. Hace falta un ejercicio reflexivo, pues hay que decir que la nueva ley no rompe con el artilugio social que dice que el desarrollo conduce a la felicidad. Nos viene a la memoria aquello que se preguntaba Edgar Morin sobre si “¿Nuestra civilización, modelo de desarrollo, no estará enferma de desarrollo?”. Buen tema de reflexión y debate previo a la elaboración de los documentos oficiales de las escuelas o para llevar a cabo alguna sesión de autoformación entre el profesorado. Sin duda serviría de ayuda la lectura compartida de “La agonía planetaria”, de Morin y Anne B. Kern. O aquel otro artículo publicado hace casi 20 años con un título tan expresivo y sugerente de reflexión: “¿Sociedad mundo, o Imperio mundo? Más allá de la globalización y el desarrollo”. Máxime en estos momentos en los que se postula la formación en centros como el escenario colectivo más adecuado para crecer profesionalmente y así reflejar el sentido global de la educación en el quehacer diario.
En este contexto interesa desentrañar conceptos, pero también evocar pensamientos y emociones; a partir de ahí habrá que confrontar ideas para llevarlas al ámbito pedagógico. Podrían ejercitarse estrategias diversas para confrontar y acordar respuestas a cuestiones como el significado de la última frontera, las variables de futuro que plantea el Antropoceno, la convivencia entre personas y naturaleza en un planeta objeto de atención, etc. Asimismo, dado que en las tablas de datos aparecen aspectos muy señalados para identificar el IDH, habrá que compartir significados y sentido universal de situaciones como: la desigualdad en conjunto, por género, la pobreza multidimensional; ambas vistas en lo cercano y comparadas entre algunos países. Una detallada mirada colectiva al ranking completará esa formación.
Convendría que estos temas trascendiesen al alumnado. La escuelas podrían interrogar al de los cursos que tienen ya formada suficiente capacidad de análisis sobre lo que sabe o no. Un cartel, una mañana cualquiera cuando entran en clase, contiene una pregunta clave: “¿A qué te suena desarrollo humano? Quien lo desee puede escribir en un lugar visible las ideas que le evoca semejante cuestión». Lo más probable es que aparezcan citados niveles de vida, cuestiones de economía, posesión de recursos, pero también temas como la salud, el bienestar colectivo o la educación, acaso inequidades entre personas, entre países. Sobre esta dimensión social convendría insistir. Seguro que a partir de ahí se abren nuevas miradas.
El IDH que el PNUD (Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo) publicó este año lleva por título La última frontera. El desarrollo humano y el Antropoceno. No se olvida de los efectos devastadores de la pandemia para las personas, en ámbitos como la salud, la educación, la brecha de género, la empleabilidad y la equidad mundial. Hay que viajar por sus tablas. Es conveniente que el profesorado y el alumnado salgamos de las burbujas de confortabilidad de países de ingresos altos, o medio altos y miremos con deseo renovador hacia los de ingresos bajos. Hay que asomarse a algunas paradojas para empezar a ver: esperanza de vida en años al nacer, años esperados de escolaridad y de promedio, tasa de niños y niñas sin escolarizar, etc. Organicemos con el alumnado sesiones de aprendizaje múltiple, con la mirada puesta dentro y fuera de nuestro país. Hagamos una lectura especial de lo que sucede en Latinoamérica, bastantes docentes de allí siguen lo que se escribe en El Diario de la Educación. Comparémoslo con España e intentemos aventurar causas y consecuencias.
Invitémosles a que vean las ventajas e inconvenientes que cada uno de los aspectos aludidos supone para quienes los deben manejar ahora y para sus descendientes. Convendría llevar a cabo con el alumnado de los cursos mayores una revisión por territorios, sabiendo que muchas veces los países situados arriba lo están en parte gracias a que los de abajo los mantienen. Pero no vamos a hablar sobre esto porque ya lo hemos escrito en otro artículo en un periódico generalista.
¿Aún hay quien duda de que debamos abrir la puerta de nuestra escuela de par en par a estos temas? Nos apuntamos a aquello que decía Morin de que buena parte de nuestra civilización, la del desarrollo, está enferma de desarrollo. Por eso, ahora y siempre ¡viva la escuela ecosocial!
1 comentario
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