Guardábamos esta entrada para principio del curso escolar 2023-24. En este periódico que es todo educación vamos a hablar solamente de ecoescuelas, que es la vida vista desde la escuela climática. Cuando leíamos antes del verano las propuestas de las familias ante las altas temperaturas de las clases de colegios e institutos, las demandas de aire acondicionado en todas estancias recordábamos que la primera medida es elaborar unos planes para la adaptación y la mitigación del calor.
No vamos a hacer ningún balance sobre de qué forma trasciende el asunto a la vida social; es cosa de entendidos pasado un tiempo, de proyectos de investigación, de intervenciones convencidas del departamento respectivo de cada CCAA. Simplemente abrimos las puertas y las ventanas de par en par para mostrar y darle entrada en los centros educativos a una de las experiencias de las administraciones educativas sobre planes de acción escolares frente al cambio climático mejor planteadas y más consolidadas.
Iremos por partes presentando el material. El volumen 1 lleva por título Compromiso y diagnóstico. Para empezar insiste en que ante desafíos globales como el cambio climático se requieren cambios sistémicos, no vale cualquier cosa. Por eso invita a actuar frente a la emergencia climática, aquí y ahora; sostiene que ante esa emergencia, más educación ambiental. Presenta una infografía muy ilustrativa sobre los ODS y la perspectiva climática. Todo comienza con una declaración institucional del centro en el que se manifiestan los compromisos. Se plantea una serie de intervenciones de indagación para la búsqueda de fuentes de emisiones en el centro, huella de carbono, etc. Se trata de afinar conceptos, para lo cual vendrán bien los enlaces a estrategias diversas y a recursos que contienen. Se trata de ir hacia adelante, a plantearse el “y ahora qué”. Aporta múltiples recursos para construir comunidad climática.
Sigue con los planes de acción climática para los centros educativos pues allí se habla de “Propuestas para proyectos de investigación e innovación educativa”. Ahí es nada. Muestran un organigrama que no deja nada suelto, dan cuenta de la gestión del plan y su secuenciación y temporalidad. Detallan las actividades que trabajan con el CO², el agua, la energía, la movilidad, la alimentación, el consumo en el centro. No se olvidan de guiar para ver tanto en el interior del centro como fuera. Pero se atreven a plantear –sin necesidad de que todas las propuestas sean forzadas por la presencia conjunta de los 17 ODS–, proyectos interdisciplinares parciales sobre un mercado de intercambios, unos refugios bioclimáticos, caminos escolares seguros y sostenibles, eco radio con podcast, alimentación saludable y sostenible, cálculo de la huella ecológica. Cada uno con objetivos, descripción, recursos, ODS presentes, grado de dificultad y una caracterización de la etiqueta de sostenibilidad implícita.
Solamente con esta ayuda, cualquier centro educativo desde infantil a secundaria, puede organizar su currículo del curso 2023-24 con la atención debida a los ODS. En otro de los planes se aborda la cuestión de adaptación y comunicación. Sumamente importantes porque ayudan a formar equipo dentro de un centro para abordar un proyecto común y se comunican resultados, ante la familia y el grupo social, lo cual es sumamente importante. Siempre hay lo que allí llaman «Documentos esenciales», enlaces a todo lo necesario para emprender la actuación comprometida.
Insisten sobre una serie de conceptos básicos que justifican toda la secuencia didáctica. Se concreta lo que supone realmente el cambio climático, con una infografía sencilla e ilustrativa. Es interesante que presenten la adaptación al cambio climático como una manera de hacer mejor las cosas, en positivo. Especialmente reseñable que lo relacionen con la vida y la salud: nuevas enfermedades, ecoansiedad, calidad del aire y otros efectos. Pero es todavía más didáctico que presenten soluciones basadas en la naturaleza, en la adaptación de los centros a lo que ella nos enseña. No se quedan ahí e informan de proyectos ya realizados que pueden servir de inspiración. Invitan a la comunicación presentando un decálogo de acciones. No faltan consejos para la información interna y externa.
Claro que la adaptación está bien pero queda la mitigación. Tras pasar por la explicitación de objetivos y la selección de enlaces, el documento nos introduce en los conceptos básicos que lubrifican el plan de acción. Llega el punto de partida del centro. Hay que revisar movilidad, suministros, alimentación y residuos. En cualquier plan de acción transversal debe clarificar las metodologías. Resolver el qué, cómo, cuándo y para qué. Se recomienda llevar un libro de actas de la acción climática. Allí se anotarán cómo, para la mitigación, se han organizado los suministros de agua, electricidad, gas y otros combustibles. También cómo va el asunto de la movilidad, un gran escenario de mitigación. Como lo es la alimentación, otro de los pilares de una vida mejor para todos y todas. Qué decir del complejo mundo de los residuos y los ODS que estarían implicados. Todo lo cual nos lleva a concretar qué supone un consumo responsable y sostenible.
Es un modelo de estructura para el comienzo de un trabajo ilusionante en otros centros o CCAA. Pensemos cómo sería el mundo educativo si estas dinámicas se generalizasen en todos los centros. Tampoco hay que desdeñar el impacto social que estas dinámicas tendrían.
Que el próximo curso les sirva para su adaptación y mitigación al cambio climático, a los seguros riesgos, pero también para entrenarse en estrategias que ayuden a que el año próximo todo se continúe. Ojalá las nuevas autoridades educativas de su CCAA tuviesen la sensibilidad necesaria para sostener estos proyectos que tienen dimensión de comunidad. Por lo leído hasta el momento no lo tendrán sencillo, ¡pero son tan necesarias las transiciones escolares hacia la sostenibilidad con compromiso!