Seguro que en algún momento nos han atraído las botellas de vidrio, más ahora que las fabrican de tantas formas y colores. Como muchos de los antiguos adelantos, su historia es apasionante desde que aparecieron en Egipto o Mesopotamia hace unos 3.000 años; estos países están en las cercanías del mar Mediterráneo, para quienes nos leen desde las escuelas de América. Fueron los fenicios, otros ribereños de ese mar, quienes descubrieron el soplado del vidrio unas centurias más tarde. A partir de ahí llegó la revolución, primero se emplearon para guardar cosmética; después los antiguos romanos adoptaron esas vasijas para servir sus vinos en la mesa de los ricos. Quizás estas dos funciones (ser contenedores de perfumes y vino), además de su transparencia, estuvieron en el origen de la alta consideración que las botellas de vidrio han tenido siempre. Unos cientos de años después el arte y el vidrio se encontraron en Murano o Bohemia y complacieron a la aristocracia renacentista europea con formas y colores. Solo faltaba ponerles un buen corcho; de eso se encargó Dom P. Pérignon, el del champán francés. Nuevas mejoras –la fabricación automática y la producción en serie, hoy hay máquinas complejas que permiten fabricar 800.000 botellas y envases en un día– colocaron al vidrio en la vitrina de la vida, de la que ni siquiera los polímeros plásticos han logrado desplazarlo, aunque hay que decir que hubo un tiempo en que nos temimos que lo lograrían. Los escolares pueden explorar más cuestiones sobre la historia del vidrio, de sus múltiples aplicaciones; les encantarán en estos momentos en los que viven rodeados de recipientes de plástico, de usar y tirar.
Ahora mismo, el vidrio en forma de envases casi ha desaparecido de las escuelas; dicen que por seguridad. Búsquenlo por todas las aulas y resto de estancias del centro; al menos admírense de sus cualidades en el laboratorio (probetas, matraces y pipetas mandan allí). Pregunten, si en su centro hay cafetería o comedor, qué hacen con las botellas una vez utilizado el líquido que contienen. Organicen un debate con el alumnado para encontrar ventajas e inconvenientes de sus usos en la vida corriente, por qué se prefieren o no los envases de plástico o metal.
Fundamenten las posiciones y adopten algún compromiso crítico y medidas consecuentes y, si pueden, visiten una planta de reciclado de vidrio (en Youtube hemos localizado varias entradas que permiten hacerlo de forma virtual). Si no la encuentran pueden entrar en “hablandoenvidrio”. Se convencerán de la necesidad de usar y reciclar el vidrio; puede hacerse una y otra vez, es algo casi milagroso, tremendamente útil en estos tiempos de elevados consumos de casi todo. Por cierto, ¿hay contenedores de vidrio cerca de su escuela?
Pocos dudan hoy que la sociedad tiene que volverse ecologista, a la vez realista, y no puede malgastar materias primas ni energía. Recoger el vidrio para darle una segunda vida, y muchos más usos, supone la no emisión de millones de toneladas de gases de efecto invernadero y se evita la extracción de millones de toneladas de materias primas. El vidrio de ida y vuelta emite destellos de una sociedad coherente, en forma de botellas y envases de distintos tipos y colores, que parece que están diciéndonos: úsame de nuevo o llévame al contenedor verde. Semejante logro daría sentido a lo que en nuestra sociedad es una tarea pendiente: la economía circular. Hay que educar a los ciudadanos en este nuevo modelo de producción y vida; de esto se debe hablar en las escuelas, al alumnado de cualquier edad. Uno de los temas del desarrollo curricular de muchos cursos trata de los materiales en la vida diaria. Por cierto, no estaría de más conocer qué materias primas y cantidad de energía se emplean para fabricar inicialmente el vidrio –junto con las emisiones que conlleva–, y cuáles si se hace mediante el reciclado de los frascos y botellas triturados.
En esto de la recuperación de todo tipo de materiales para el reciclado no todos los países son igual de aplicados. Según la Agencia Europea del Medio Ambiente (AEMA), Austria, con una tasa del 63%, seguida de Alemania (62%), Bélgica (58%) y los Países Bajos (51%), son los únicos miembros de la UE que ya superan el objetivo de reciclaje de residuos en un porcentaje del 50%. En América Latina los datos no son buenos: en pocos países superan el 15%, en algunos apenas llegan al 2%, según el BID (Banco Interamericano de Desarrollo). Se hace sobre todo dentro de la economía informal –tiene inconvenientes y ventajas–, por eso se celebró en marzo del año pasado la Cumbre América Latina y Caribe Recicla, de forma inclusiva.
En España, hace 30 años los contenedores de vidrio inundaron las ciudades y pueblos: ya son casi 211.000, lo que supone una ratio de uno por cada 220 ciudadanos. Tales presencia y cercanía al usuario han podido facilitar el auge de la recogida de los envases. Lo que demostraría que, si el sistema de organización social para la gestión de residuos mejorara, se lograrían magníficos resultados con otros productos. Aquí queda una propuesta para que los materiales tóxicos o peligrosos no deambulen por ahí como todavía hoy lo hacen.
Por cierto, ¿en su escuela existen contenedores diferenciados para depositar los diversos materiales? Si no es así, convendría analizar las razones y ponerse en marcha. Este asunto de la correcta utilización de los recursos y los hábitos responsables es una cuestión que afecta personal y socialmente, que se resume en encontrar el fin y el modelo de la vida en común, sus verdades (brillos) y mentiras (o descuidos). Si miramos a nuestra sociedad seguro que nos surgirán demandas ecológicas para enviar a quienes nos mandan. Algo así parece que quiere decir Gianni Rodari en El hombrecillo de vidrio o Jaime de cristal; aunque no lo sea merece la pena leer el cuento y comentarlo en clase. En fin, ¡Muchas vidas al prodigioso vidrio!, el recipiente verdadero que nos deja mirar dentro, al que nunca podrán igualar los polímeros plásticos.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)