Desde hace unas décadas el 5 de junio se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente. Esta fecha sirve de recordatorio para lanzar una mirada crítica hacia el estado global del entorno más o menos próximo, también, y cada vez más, de denuncia ambiental sobre el ecosistema planetario. Este año se construye alrededor de la contaminación del aire y su acto principal se celebra en China; ¡Vaya paradoja!
En torno a ese día tenemos la sensación, o la certeza, de que el medioambiente, así junto queda más completo y tiene una dimensión de globalidad que es su principal característica, padece una serie de problemas a los que debe enfrentarse ya. Pero, ¿quién le pone voz al planeta?, ¿o lo escucha?. Sin embargo, no hay duda de que las debilidades que cuestionan su futuro tal cual lo conocemos son muy concretas; es más, buena parte de ellas han sido generadas por la especie humana que, a su vez, sufre sus efectos y es parte imprescindible de su mejora. Esta es la gran contradicción de la conciencia ambiental: las personas somos causa y efecto de parte de sus bienes y males en ese día y en el futuro. Aquí radica de manera especial la dimensión de vulnerabilidad global y, consecuentemente, la urgencia por actuar.
Normalmente, en este día, en la escuela y fuera de ella, se hace una lectura plana del término medioambiente: lugar donde vivimos. Esta conceptualización ha limitado hasta ahora la potencia educadora que supuestamente se asimila a un día mundial. Sería más correcto conseguir que el medioambiente se perciba como un entramado complejo, con una dimensión planetaria, sujeto a ritmos acelerados por la intervención humana, que se manifiesta a menudo con episodios dolorosos para las personas –son ecovulnerables– y para la permanente entropía del medio natural. Por eso, es urgente asociar las dinámicas mundiales en lo social, económico y ambiental con las crecientes situaciones de indefensión, que ya no es coyuntural sino estructural, según cuentan la ONU y otras organizaciones internacionales ecosociales y demuestran grupos de expertos científicos. Para enfrentarse a ellas son necesarias estrategias colectivas que logren reducir sus efectos y, a la vez, permitan adaptarse a retos tan graves y grandes como, por ejemplo, el cambio climático. Esa debería ser la estrategia básica del permanente “Día del Medio Ambiente”.
Señalemos que la ONU concretó hace unos años caminos de salida para la situación crítica social y ambiental en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Suponen un tránsito ético hacia la equidad que discurre por itinerarios trazados por la progresiva eliminación de la pobreza, por una mejora de la nutrición de las personas a través de alimentos más saludables porque ponen en primer lugar el consumo responsable y la reducción de la huella ecológica para no esquilmar la Tierra. Lo intentan en un contexto de promoción y universalización de la salud, visible en la mejora de la calidad del aire y del agua, en la eliminación de la pobreza energética a partir del uso de energías limpias y sostenibles, en la ralentización del cambio climático, en la conservación de le biodiversidad. Todas las anteriores prácticas son un camino para lograr la igualdad de derechos de las personas, que se fundamentan también en la protección de sus vidas, en el dominio universal de la justicia ética y de la paz como medio de supervivencia.
La Agenda 2030, que surge de los ODS, supone un esfuerzo colectivo, de todas las personas e instituciones para todas las personas y el planeta. Las administraciones, de forma especial las educativas, deben impulsar con determinación verdaderos enfoques de equidad, asegurar la igualdad de oportunidades, luchar contra la segregación escolar: fomentar la participación de las familias y el alumnado para conseguir un clima escolar acorde con los ODS. Además, es urgente un aumento de los recursos en forma de becas y ayudas a las personas, y de mejoras en la gestión ambiental de los centros, muy lejana ahora de los retos ambientales planteados.
La escuela para la vida como principio rector se debe imponer a las tradicionales tendencias que buscan la acumulación de los contenidos disciplinares, que poco sirven para entender lo que cada día acontece. Su quehacer cotidiano se debería estructurar en torno a ejes y mallas didácticos, ambientales y sociales: el ejercicio de la equidad, la promoción de una sociedad abierta, demócrata e integradora, o el respeto activo hacia el planeta. El profesorado es parte principal en la generación de cambios éticos. Debe contemplar su trabajo como promotor de la igualdad y la equidad, como animador educativo para la acción positiva hacia el medioambiente. Para lograrlo, necesita, además de una formación pertinente, implicarse en la selección de aquellos aspectos curriculares que favorezcan el tratamiento de los ODS, hasta que llegue el tan deseado y profundo cambio curricular. En el camino, los Proyectos Educativo y Curricular deben estructurarse en torno a una educación que se implica en el conocimiento experimental de los 17 objetivos y las 169 metas de los ODS, en la consecución de aquellos que están más cerca de su ámbito competencial. En estos momentos, el profesorado, como la educación y la escuela, no puede ser neutral.
En este sentido, hay que subrayar que no basta la buena voluntad, demostrada en numerosos centros educativos que han desarrollado iniciativas más o menos puntuales sobre estas temáticas. El siempre pendiente Pacto Educativo debe fijarse más en la finalidad de la escuela y su relación con la vida que en su estructura organizativa; las circunstancias lo exigen y aquí no caben opciones políticas reservadas.
La Agenda 2030 escolar se debe basar en la práctica democrática de la ciudadanía del mundo, en la percepción de la vulnerabilidad, en la participación de toda la comunidad educativa. Habrá de reflexionar sobre la necesidad de adoptar cambios en el estilo de vida para que en ese año se hagan realidad una buena parte de los derechos universales en las personas –el alumnado de hoy es actor del mañana– en relación con el planeta del que forman parte. En fin, que les aconsejamos una inmersión en los ODS; rellenen de compromisos su Agenda 2030 escolar. La gente de ESenRED hace días que empezó y lo cuentan.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)