Para entender la vida es necesaria la observación científica, la curiosidad y la intrepidez deben acompañarla siempre; hacen falta también unas grandes ganas de saber y experimentar. Estos postulados han movido a la humanidad en su camino hacia la cultura, deben estar presentes siempre en la escuela. Pocas personas los atesoran. Una de ellas fue Alexander von Humboldt (1769-1859), el gran naturalista berlinés. Como quiera que el año próximo se cumplen 250 años de su nacimiento, invitamos a los centros educativos de España y particularmente de América a que dediquen un tiempo a conocer qué hizo tan importante para figurar entre los sabios universales. De paso, a ver si descubren por qué no figura en casi ningún libro de texto con la importancia que se merece. A los profesores y profesoras les animaríamos a que rescaten alguna intención investigadora de su vida para llevarla a sus clases y que los chicos y chicas sean observadores, curiosos, intrépidos, ávidos de saber y experimentar.
Humboldt pertenece a ese grupo de personas, hombres y mujeres, que deberían figurar siempre presentes, pues se han convertido en el modelo de búsqueda de la cultura universal. Enamorado de América antes de haberla pisado, organizó una aventura personal y científica por Venezuela, Colombia, Perú y Ecuador –escaló el Chimborazo, por entonces se pensaba que era el pico más alto del mundo-, México y Cuba; aún le quedó tiempo para atravesar Rusia hasta los Urales y recorrer una parte de la inhóspita Siberia hasta los montes Altai y volver a Moscú pasando por el Mar Caspio. Solamente seguir los relatos que hace de los sitios que recorrió es una lección estupenda de geografía y ciencias naturales, como cuando anticipa la teoría de la tectónica de placas -por la similitud que encuentra entre algunas plantas costeras de África y Sudamérica- o habla de la biodiversidad como riqueza natural y social y aconseja a los humanos que si intervienen en ella lo hagan conociendo y respetando sus leyes. Tan grande fue su huella en Latinoamérica que hoy tenemos su apellido en una corriente marina que baña las costas chilenas y ecuatorianas, un pico en Venezuela, un río en Brasil, una sierra en México y una bahía en Colombia; y además una especie de pingüinos.
Su coleccionismo para nada era depredador sino que estaba al servicio del descubrimiento científico para hacerlo llegar a todos los lugares del mundo, a las universidades. Clamó contra la deforestación de los alrededores del lago Valencia en Venezuela y aventuró que esas técnicas agrícolas podrían tener efectos devastadores con graves repercusiones en el cambio climático. Fue de los primeros en comprender el clima como conjunto de interrelaciones entre atmósfera, océanos y masas continentales que deberían soportar generaciones futuras, anticipando la interacción y la reciprocidad de cualquier intervención en la naturaleza. Se alarmó en Rusia ante los riesgos de la deforestación y de las grandes emisiones de gases de los centros fabriles. Sus ideas chocaban con el pensamiento de entonces, alentado por muchos, entre ellos Buffon que afirmó años antes que la naturaleza del Nuevo Mundo era deforme y lo que valía era la naturaleza cultivada.
Que alguien apreciase en aquellos tiempos que la naturaleza es una totalidad viva, que los fenómenos episódicos solo eran importantes por su relación con la totalidad explica que no estuviese muy interesado en descubrir nuevos hechos aislados sino en conectarlos, “todo estaba interconectado con mil hilos”. De hecho, si bien todo lo fiaba a la toma de datos, dibujo, anotaciones, etc., era un científico, tras su periplo americano se dio cuenta de que la naturaleza debía concebirse como una red y había que experimentarla a través de los sentimientos. Su “Ensayo sobre la geografía de las plantas” publicado en 1807 es considerado por muchos un libro científico universal, no es extraño que interesase a David Thoreau –su “Walden” era una remembranza del “Cosmos” de Humboldt-, Charles Darvin –algunos afirman que este no hubiera podido escribir “El origen de las especies” sin lo que aprendió del berlinés- o Julio Verne –el Capitán Nemo tenía en la biblioteca de su Nautilus las obras completas de Humboldt- , por eso lo homenajearon en más de un libro de los que escribieron. También se dice sobre la obra citada que es el primer libro ecologista del mundo.
Muchas veces utilizó para sus estudios la comparación de pisos vegetales y especies entre lo que él conocía de Europa y lo que descubrió en Venezuela, Colombia y Ecuador. Creía en el poder del estudio y por eso se animó a escribir unos “Cuadernos de la naturaleza”, eminentemente divulgativos. Aunque no lo sepamos, está visible en la escuela pues él fue quien supo ver las isotermas e isobaras, que nos hacen más fácil la comprensión del tiempo en clase. ¡Qué decir del descubrimiento del Ecuador magnético!, del que seguro hemos oído hablar menos, pero que de tanta ayuda ha sido para la navegación marítima. Su último libro, el inconcluso “Cosmos” –trataba de la relación entre humanidad y naturaleza-, merecería una vitrina especial en todas las bibliotecas del mundo pues suponía un compendio de una buena parte de las ciencias conocidas hasta entonces; sorprende que mucho de lo que allí decía sirva hoy. Por cierto, en su visión ecológica, no se olvidó de denunciar la depredación de la tierra por parte de los colonizadores españoles y la esclavitud. Por eso, para celebrar el año 2019 como “El Año Humbodlt” como se merece, animamos a que las escuelas de ambos lados del Atlántico se pongan en contacto, ahora es fácil mediante Internet. En la vida natural de sus territorios, en la ecología y su percepción social tienen una buena excusa para entenderse. Así darán contenido a la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente el día 5 de junio. Con esa excusa podrían leer el libro que sobre él ha escrito Andrea Wulf. Por cierto, ¿Qué nos diría acerca del desastre climático en el que nos hemos metido?
Carmelo Marcén Albero (http://www.ecosdeceltiberia.es/)