Probablemente este artículo tenga poca razón de ser, habida cuenta del tiempo pasado desde que el empirismo de Locke era motivo de discusión. Pero en la filosofía educativa, si es que la hay, debe considerarse la posibilidad de dar vueltas a hipótesis atemporales o “viejunas”. Varios de los movimientos pedagógicos consolidados surgieron de barruntos inicialmente postergados. Puede que a bastantes de quienes lean este título no les diga mucho el personaje. No les voy a dar un discurso de Historia de la educación, pero sí les voy e invitar a pensar en voz alta si la escuela de hoy en España, esa que arrastra tantas leyes y ahora se enfrenta a una nueva (Lomloe), tiene algo de historia pedagógica en sus planteamientos.
Todo lo que sigue lo destapó un artículo publicado en la revista Ethic titulado de una forma tan atractiva y sugerente como “Las reglas de oro para educar”, que voy a seguir en esta entrada. Uno era desconocedor de que existiesen esas reglas de forma explícita, por lo que también es un reto personal escribir lo que se esconde tras esa metáfora. Quien me guía a base de preguntas por el laberinto educativo es John Locke. Sí, se trata del empirista del siglo XVII, al cual tenía olvidado desde mis tiempos formativos, porque entonces la Didáctica/Historia de la Educación era una sucesión de fotogramas epistemológicos que había que aprender y recitar de memoria; tal cual se aprende se olvida. Visto lo cual, como me gusta la contingencia educativa, me dije si no merecía la pena lanzarse a la aventura de volver a leerlo. Como no me tengo por pretencioso y me considero limitado en eso de percibir, decidí fijarme en unos cuantos detalles, frases, y ver cómo se reflejaban en la escuela de hoy. En verdad se trataba de una osadía.
Pero merecía la pena intentarlo; en algún sitio había leído que sus ideas tuvieron influencia en personajes tan nombrados como Jean-Jacques Rousseau, Montesquieu o Voltaire, a los cuales respeto mucho por las incógnitas vitales en las que en su tiempo pensaron y sobre las que volvemos una y otra vez. Por eso, tengo presente mientras escribo una parte de lo que Locke dijo, o se le atribuye, a pesar de que sus ideas tengan más de 300 años. Tómese lo escrito con calma cavilosa, utilícese para una reflexión personal. O mejor para un debate en equipo pedagógico o departamento. Se trata de caminar con un poco más de cautela por ese vacío imposible de llenar que supone la didáctica de tal o cual tema escolar, en determinado tiempo y con una finalidad inespecífica, o enfrentándose a una nueva ley.
A lo que íbamos: a buscar pautas doradas para educar, si es que existen. Empecemos por aquello que afirma de que «las más leves o efímeras impresiones en nuestra tierna infancia pueden tener consecuencias importantes y duraderas», que según comenta la psicología actual es un hecho incuestionable, casi siempre; también lo justifican varias contribuciones de leyes educativas de diversa procedencia ideológica. Así pues, me digo que, además del entorno familiar, la educación infantil y primaria son los escenarios más apropiados para aportar impresiones trascendentales para tal o cual asunto importante; más que nada porque el alumnado pasa en la escuela muchas horas al día. En cierta forma, las afirmaciones precedentes suponen una aproximación al humanismo y a la trascendencia filosófica que puede tener en la formación de una ciudadanía global. Porque, mira por donde, ambos fundamentos de la educación sobre la vida han sufrido continuos varapalos desde hace unas leyes, al menos o casi siempre en España. ¿Tendrá algo que ver en ese desapego humanista los tecnificados informes PISA de la OCDE? ¿Acaso serán más exclusivistas las tendencias tecnológicas que se han abrazado sin la mínima crítica en muchos centros? No me atrevo a aportar seguridades.
La mejor inversión que se puede hacer en los hijos es la educación, más incluso que legarles bienes materiales
Sigo con la siguiente afirmación/postura: la educación es una competencia principal de los padres. Asunto sujeto a controversia en muchos centros educativos en los que algunas familias lo creen con tal firmeza que critican demasiado al profesorado, sin aportar argumentos educacionales. Es más, se diría que intentan suplir, con exigencias varias, aquello que no consiguen plenamente en el entorno familiar. O achacan todo por hacer o lo mal hecho a las administraciones educativas, en las que apenas confían. La idea “lockiana” no envejece sobre todo porque quienes realmente conocen a los hijos pueden formar asociación educativa con el profesorado.
Otra afirmación de este humanista dice más o menos que la mejor inversión que se puede hacer en los hijos es la educación, más incluso que legarles bienes materiales. Estaría de plena actualidad: la UE y la Unesco insisten en ello continuamente. Aquella frase de que “la diferencia en los modales y capacidades de las personas se debe a la educación más que a ningún otro factor” merece ser analizada hoy. Valdría recordarla ante las incertezas que nos acechan en este momento, para hacer frente a problemas socioambientales como la crisis climática o la pérdida de la biodiversidad por ejemplo; por qué no las desigualdades. Si somos capaces de construir una serie de valores éticos consensuados (convertidos en capacidades o competencias para actuar) habremos avanzado mucho. Lo dicen tanto los postulados educativos de la admirada Finlandia –que también tiene grietas educativas- como algunas ideas que uno ha creído ver en la actual Lomloe, incluso se le ha dedicado una materia de estudio “Educación en Valores Cívicos y Éticos”. Seguimos pensando en ecoescuelas abiertas al mundo, para tratar algo de la ciudadanía global por ejemplo, algo que eleve la dimensión indeterminada a la actuación concreta.
La educación de los hijos no solo consiste en prestarles atención y dedicarles tiempo; hay que saber gestionar el cariño y la disciplina
También defendía el empirista británico que la educación de los hijos no solo consiste en prestarles atención y dedicarles tiempo; hay que saber gestionar el cariño y la disciplina. Algo de eso se puede aplicar en la escuela, atemperando la disciplina a los nuevos tiempos. Y no podemos dejar de pensar en nuestra escuela de hoy cuando leemos aquello de que si se ensalza por algo bien logrado es mejor que lo sepa toda la clase, mientras que si hay que reprender por algo conviene utilizar el ámbito privado. ¿Entraba por aquí lo del acompañamiento emocional?, eso que de tanta actualidad está en la Lomloe y empujando las nuevas tendencias educativas.
Otra regla de oro puede ser la salud en la escuela que persigue educación para el bienestar y cuidado del cuerpo. Parece que los redactores de la Lomloe, y otras leyes previas, hayan visitado alguna vez a Locke. Abrir la escuela a reflexionar sobre problemas del entorno como la alimentación saludable, la reacción colectiva ante las epidemias, la contaminación del aire en los entornos escolares; a compartir pensamientos y emociones en torno a estas cuestiones. O me equivoco, o todo esto de lo que hemos hablado aquí es lo que englobaríamos en un término cercanos a humanidades, relaciones entre los individuos y con el entorno donde viven en la escuela abierta: la ecosociedad se entiende y cobra protagonismo. Si son reglas de oro o no quién lo sabe. Lo que conviene con seguridad es ver si existen y cómo se manifiestan en los currículos de las escuelas o en la nueva ley educativa.
Por cierto, quien tenga cerca una biblioteca bien dotada busque y lea Pensamientos sobre la educación, editado en 2012 por Akal. En la edición original (1693) en inglés se titula Some Thoughts Concerning Education, “Algunas ideas”, lo cual quiere decir que lo que se formula es solo una parte de la compleja educación, apenas unos apuntes para el siglo XXI. En los comentarios razonados en una recensión de Carmen Silva de la UNAM de México, que se puede descargar en pdf, se formula una idea manejada muchas veces en la Lomloe y en bastantes de nuestras entradas en este blog: el propósito pedagógico de Locke era formar un individuo moral, y sano, en lo personal (hombres y mujeres sin apenas diferencias, o con la propias de aquellos tiempos) y responsable en lo social, casi impensables para entonces a no ser que la religión de cada cual lo determinase. Dijo muchas más cosas tanto de educación -algunas referidas al dominio de la especie humano sobre la naturaleza que no nos convencen- como de otros escenarios vitales o filosóficos, o incluso sobre los oficios como escenario educativo y la actividad física; bastantes de estos necesitan una reflexión para acercar a nuestros tiempos. No se pueden trasponer a pies juntillas a nuestra sociedad/escuelas de hoy.
En fin, tómese todo lo anterior como un entretenimiento pedagógico, una recuperación de los personajes olvidados desde que uno estudió Magisterio, cuando se nos hacían aprender las sugerencias de Hume y Locke (que incluye las percepciones) de manera repetitiva, sin enfrentarlas a lo que decían los racionalistas de aquellos tiempos o posteriores. Quizás valdría para un “Club de lectura educativa”, que deberíamos crear en cada centro educativo de los medianos y grandes. En ellos no sólo se hablaría de lo nuevo o novísimo, como la discapacidad y las emociones. Resultaría de interés darse una vuelta por las teorías educativas de Jacques Rousseau o Enmanuel Kant. O mirar el racionalismo crítico de Popper. Mejor todavía, identificar en la Lomloe qué hay de los unos o de los otros, pensar lo que la actual multi pedagógica educación les debe. El campo de la biología, del entorno y del conocimiento del medio estaría metido en las perspectivas de unos y otros. Iría bien reflexionar sobre aquello que decía de que “frecuentemente hay más que aprender de las preguntas inesperadas de los niños que de los discursos de los hombres”. Pongamos el profesorado que aprende enseñando.
Lo que ya no tengo tan claro, ni encaja mucho con las leyes educativas es aquello de que el pensar y el ser van separados, de que lo real era externo al pensar potenciaba lo interno más o menos, la separación entre lo sensible y lo inteligible. Será por eso que el neoempirismo goza hoy de mala prensa. Me viene al pensamiento la separación de residuos que se hacen en casi todos colegios e institutos y cómo se pierde ese aprendizaje con la edad. Si lo miramos de ese modo no cabe en la Lomloe ni en casi ninguna corriente pedagógica actual. Nos deja en un serio problema: cómo el conocimiento, siendo una posesión inmaterial, alcanza la individualidad material; o cómo, si requiere previa comunicación, alcanza la materialidad individual, que de suyo sería incomunicable. Tal complejidad de su filosofía empirista no me la han resuelto ni siquiera los neoempiristas porque en medio, después de la abstracción, y aparte de la razón, la inteligencia humana sigue pensando y suscitando ideas más generales que la inicial determinación abstracta tras una experiencia sensible. En fin, que si queremos intercalar las determinaciones de la experiencia con las concreciones o abstracciones del pensamiento, lo que más o menos unifica mentalmente los hechos que nuestro alumnado ve, deberemos relacionarlas con lo que viven dentro de un espacio y en un tiempo determinado. Eso les hará aprender mejor. ¡Vaya usted a saber! Después de tantas vueltas a las reglas de oro, empiezo a dudar hasta del valor del oro. Ese es un estadio de mejora pedagógica: la duda como esencia de la búsqueda del aprendizaje de quien enseña. Y dónde mejor que en un “Club de lectura educativa”.
Hasta aquí hemos realizado un ejercicio de funambulismo pedagógico, imaginando a Locke pregonando la Lomloe; pedimos disculpas póstumas al uno y a quienes dieron razón pedagógica a la nueva ley. Es más, no solamente Locke se preguntaba por el papel de los sentidos y sentimientos en los aprendizajes; aquí podría servir aquello de que “El trabajo del maestro no consiste tanto en enseñar todo lo “aprendible”, como en generar en el alumno amor y estima por el conocimiento”. Se da por supuesto ese interés por aprender, pero muchas veces no es así. Hay demasiados focos sociales que desvanecen el poder del conocimiento escolar, por más que sea experimental, para transformar el pensamiento. Se admiten sugerencias.
Algún día debemos mirar con detalle lo que exponía Francisco Ferrer y Guardia, las ideas krausistas de la Institución Libre de Enseñanza o los Movimientos de Renovación Pedagógica. Muchos de estos también estaban proponiendo algo parecido a las ecoescuelas abiertas y las lecciones en la naturaleza. ¿Por qué?