Para acercarse a todos estos asuntos, sería necesario que el profesorado estuviese informado, creciese en su sabiduría y compromiso ambiental de tal forma que diese a su tarea un sentido transformador social, tanto dentro del contexto como con respecto al alumnado, para que este quedase habilitado para reconocer lo que sucede a su alrededor o más lejos. Así se conseguirá animar a quienes quieren participar desde el centro en aminorar un problema determinado o el conjunto ambiental, que en este momento se nos tambalea. Al final, seguro que si estos postulados son objeto de conversaciones entre los distintos actores educativos queda la convicción de que es necesario constituir una comisión ambiental que se encargue de impulsar la educación acerca del medio ambiente y/o la sostenibilidad.
Tiene evidentes ventajas: favorece la participación y hace grupo; es estimulante porque trabaja sobre valores colectivos, actitudes propias y ajenas; adquiere las características de un proceso formativo en el plano individual y colectivo; seguramente mejora los compromisos mediante la participación. Además, será viable sin grandes modificaciones de los quehaceres diarios pero a la vez es casi seguro que provoque cambios visibles en el día a día escolar. O, dada la situación actual dentro y fuera de la escuela, es una cuestión de coherencia colectiva y de convivencia planetaria, incluso de ética global. En realidad, todo se podría resumir diciendo que el centro, como colectivo, necesita descubrir cómo es y piensa tato a escala próxima o global, y también reflexionar sobre lo que hace con respecto a determinadas situaciones o problemáticas ambientales.
El funcionamiento adecuado de una comisión, un poco indefinido al principio, se consolida en un continuado procedimiento de debate participativo. Para ello necesita concretar unas finalidades básicas: desarrollar un proceso; mantener una comunicación fluida; detectar -escuchar el eco- de posibles problemas de índole ambiental dentro del centro educativo e incluso preparar un diagnóstico del centro; capacitar a quienes intervienen; caracterizar los vectores ambientales y sociales del entorno y los intentos participativos del centro para encontrar puntos fuertes o débiles y reflexionar sobre ellos; buscar estrategias para resolverlos y proponer medidas en forma de proyecto, para que se integre de verdad la participación en la toma de decisiones; vigilar e impulsar el desarrollo de las actuaciones; valorar los desarrollos y resultados; comunicar intenciones, actuaciones y logros al resto de la comunidad. Y si la dinámica lo permite, relacionar continuamente los problemas ambientales del centro con los desafíos globales.
En la primera reunión habrá que intentar llegar a varios acuerdos: formalizar un acta de constitución de la comisión, decidir la periodicidad de las siguientes reuniones, repartir las tareas mediante la creación de equipos o subcomisiones (de la energía, del papel, de la movilidad, …) que dispondrían de cierta autonomía, decidir si se mantiene una Comisión Ambiental más institucional con la representación de toda la comunidad escolar, y otra reducida, más operativa, para que empuje del proyecto. No estaría de más llevar a cabo un análisis DAFO: debilidades en la gestión ambiental, fortalezas internas, amenazas externas que pueden ralentizar el plan de actuación y oportunidades que el entorno próximo o la administración educativa ofrecen.
Posteriormente se debería realizar un diagnóstico de alguna situación o práctica de gestión del centro que tenga implicación en el estado del medio ambiente, siempre que el formato de investigación ayude a la consolidación del grupo. Cabe hacerla con diversas estrategias: rellenar hojas de registro con puntos sensibles de utilización de recursos en todo el centro, realizar un rally fotográfico para dejar constancia del problema concreto y hacer una exposición en el hall de entrada, pasar una breve encuesta a un grupo seleccionado de personas sobre creencias, actitudes y hábitos en torno a la situación detectada. A continuación habrá que presentar a toda la comunidad los resultados de la primera investigación mediante alguna exposición o por medio de visitas clase por clase, etc. Se trata de hacer ver la problemática pero también de captar voluntarios-as para ayudar a solucionarla.
Pero además, con el tiempo, o simultánemente, lo encontrado puede impulsar diferentes actuaciones para el tratamiento de los temas ambientales en algunas áreas del currículo, o servir para programar actividades complementarias o extraescolares en el marco de la educación ambiental: talleres, charlas, salidas a centros de interés, celebraciones del día del Agua, de la Tierra,… que sensibilicen y animen a la participación, etc. Siempre ha de tenerse en cuenta que hay que planificar las actuaciones sin rigideces pues los proyectos evolucionan a lo largo del tiempo, quizás exijan en algún momento la ampliación o mejora de los instrumentos de participación.
Al final, lo que resulta trascendente tiene forma de responsabilidades. Estaría bien que las clases como colectivo o las personas concretas firmasen “Ecocompromisos” en unas hojas preparadas al efecto que más o menos dirían así: hemos visto un problema que consiste en …, pensamos que la solución sería…, por eso nos comprometemos a…, revisaremos nuestros compromisos… Por cierto, somos la clase/grupo … y hemos decidido el tema de trabajo entre todos-as. Quizás se podrían colocar los compromisos en los pasillos del centro para animar a la participación.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)