En demasiadas ocasiones, el mundo político y económico se cruzan en el camino de las decisiones, esas que olvidan a las personas a las que deberían servir o, al menos, tener bastante en cuenta. Ocurre en el caso del cambio climático: muchas señales, emitidas desde diversos ambientes científicos, avisaban de que el mundo entraba en fase de riesgo. Sin embargo, a pesar de grandes reuniones, de compromisos rubricados muchas veces y de escenas ilusionantes como los acuerdos de París en 2015, la realidad es que el desastre climático se hace cada vez más evidente para quien quiera mirar. Hay que reconocer que algunas instancias políticas, como la Unión Europea u otras, han teñido de verde disposiciones y normas, incluso tienen sus planes de ataque contra la debacle anunciada. Si se dan una vuelta por la web de la EEA (Agencia Europea del Medio Ambiente) lo comprobarán. Sin embargo, el multidimensional entramado climático (se le podrían añadir más adjetivos) marcha tan rápido y voluptuoso que las actuaciones previstas por los gobiernos se ven sobrepasadas antes de echar a andar.
Las personas, a menudo olvidadas en la gestión de lo público, suelen permanecer calladas la mayoría de las veces ante los despropósitos políticos y económicos. Quizás es que el sistema no les da audiencia, como no sea llamándolas a votar cada cierto tiempo, o que cuando han hablado no han tenido éxito. En el caso que nos ocupa, el sistema ni siquiera escucha a las agencias de la ONU que hablan de los problemas ambientales o sociales que acarreará. Junto a esas llamadas, surgen ocasionalmente, demandas de las ONG o grupos similares –la sociedad protestona– que hacen emerger los aprietos. Será por esas insistencias que los gobiernos sugieren pequeños remiendos en el uso de la energía o los residuos –lo que algunos llaman greenwashing, el barniz ecologista de los estamentos neoliberales–. También proponen leves cambios en la gestión ambiental de los centros escolares, ámbito al que nos dirigimos desde este blog. Pero ahí acaba casi siempre la transición ecológica –una metáfora del futuro–, tan necesaria para remover el pensamiento y atizar el compromiso.
Pero, por una vez se escucha el quejido de una parte de los sectores “invisibilizados”: aquellos adolescentes y jóvenes que se verán muy afectados por el cambio climático. Demandan al sistema político-económico que empiece a limpiar el desastre en el que nos han metido. La sociedad ha pasado mucho tiempo ajena al medioambiente global. Por eso, las marchas o concentraciones de jóvenes que tendrán lugar el 15 de marzo de 2019 contra la inacción climática de los políticos de todo el mundo –recordemos aquí la denuncia de 21 adolescentes estadounidenses contra el presidente Trump o la iniciativa de los jóvenes colombianos contra la deforestación–, nos refrescan. Las queremos ver como una alegoría del futuro. Ese mundo imaginado y demandado por ellos llegará o no pronto, adornado de esperanza o teñido de incógnitas climáticas; de una forma u otra se verán afectados. Por eso, los escolares que desde hace varios viernes se manifiestan, tienen prisa por cambiar las políticas gubernativas y económicas, principales causantes del incremento de las emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero) y sus efectos colaterales.
Las redes sociales habrán acercado a los jóvenes de su centro educativo la propuesta de celebrar el “Fridaysforfuture”. La huelga de esos “viernes por el futuro” –que tanta carga alegórica encierran– recorrerá grandes capitales de Europa al menos. Esta protesta no puede ser vista como una simple maniobra de relajación escolar. Quienes no la aprueben, al menos, que observen y se pregunten qué querrán decir los chicos y chicas con esos posicionamientos críticos, apoyados desde fuera de la escuela, como ha sucedido en España por medio centenar de académicos e investigadores. Pueden entrar en las web que hablan del movimiento escolar que ya caló en Australia –en Sidney tuvo lugar el 30 de septiembre la primera manifestación por el recambio climático–, Bélgica, Alemania, Holanda, Canadá, Francia o Reino Unido, etc. Conozcan la iniciativa “Jóvenes frente al cambio climático” de estudiantes de los ciclos formativos de Comunicación, Sonido e Imagen. Es tiempo de que el profesorado medite si la escuela debe recoger estos temas, si el desarrollo del pensamiento crítico para analizar la convivencia social es una de sus funciones, si el alumnado de secundaria hace bien en expresar su disgusto ante la inacción climática de los políticos, si la escuela puede ser neutral ante tamaña incógnita.
Hablen, al menos durante esta semana, sobre la iniciativa de Greta Thunberg, que cada viernes, ya van casi 30, hace huelga y se planta frente al Parlamento en Estocolmo para exigir a los políticos de su país que actúen contra el cambio climático. Comenten si coinciden con ella en que “se está robando el futuro de la gente que viene detrás”, como lamentó en la reciente cumbre de la ONU en Katowice y cuando crítico los desmanes de las élites políticas y económicas en Davos. Revisen qué dice en su propuesta de huelga climática, Climate Strike. Aprovechen la potencia social de las jóvenes enfadadas y combativas por las causas globales; seguro que tienen algunas cerca. Nunca olvidaremos el impulso reflexivo de Malala Yousafzai en defensa de los derechos de la infancia.
Concentren sus intenciones educativas en que el alumnado conozca y comprenda con detalle lo que significa la transición ecológica, la importancia de la aportación personal y colectiva en este recorrido –pueden utilizar alguno de los materiales elaborados por el PNUD y el Ideam colombiano que se incluyen en Jóvenes en acción ante el cambio climático–. Conviertan los diálogos constructivos en compromisos; concierten con su comunidad educativa una serie de acciones para mitigar el cambio climático. Si no participan en las marchas, ocúpense en la elaboración de un “Manifiesto para la acción climática”, como ya han hecho por ejemplo los estudiantes franceses, y recojan firmas de quienes creen en él. Envíenlas a las autoridades competentes de sus ciudades, región o país. Vigilen su acción política posterior y recuérdenles pasado un tiempo sus obligaciones.
Pueden culminar su adhesión a la campaña con concentraciones reflexivas -dentro o fuera de su centro educativo- pero sobre todo manténganse alerta en su adaptación personal. Sigan demandando actuaciones y compromisos hacia quienes gobiernan para que se enfrenten al progresivo cambio climático. En realidad, las protestas no van contra este, sino hacia quienes lo han acelerado, por acción u omisión. En este multitudinario grupo cabríamos todos, también quienes habitamos las escuelas y universidades. Cada día que permanezcamos impasibles, aumentarán los riesgos para los niños y jóvenes en el presente y en el futuro. ¿Acaso no merece la pena intentar (re)climatizar el cambio climático?
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)