Cada año, con la vuelta al cole en septiembre, en muchos centros educativos españoles se expresa el mismo deseo: es imprescindible que la escuela sea cada vez más ecológica. La lucha y el compromiso por la protección ambiental y la sostenibilidad del planeta ha dejado de ser una ilusión de unos cuantos excéntricos naturalistas, para convertirse en una necesidad para el presente y de cara al futuro. Así lo manifiestan quienes de esto saben: desde los organismos de la ONU hasta las ONG, avalados por los informes que elaboran los científicos, que utilizan datos contrastados.
Sabemos que bastantes centros escolares viven inmersos en la búsqueda de su sostenibilidad ambiental. No lo decimos nosotros, se puede comprobar con una sencilla búsqueda en Internet. Por eso nos gustaría proponerles que declaren este curso como el de “La etiqueta ecológica”. Esta tiene al menos dos dimensiones: la una afecta a las personas mismas –cómo piensan y se comportan- y la otra a lo que usan y consumen –se decantan o no por los productos o materiales que están etiquetados como ecológicos-. Vamos a hacer un poco de historia para justificar un poco más nuestra propuesta. Dicen que la necesidad de obrar bien, con etiqueta –aunque no la llamarían ecológica-, ya fue resaltada por Confucio, Erasmo de Roterdam y otros muchos sabios; también se sabe que en el siglo XVIII ya se empleaba la palabra en Europa para identificar los buenos modales en distintos ambientes. Hemos leído que etiqueta viene de la francesa “étiquette” o “estiquette”, que estuvo ligada desde el siglo XIV a unas señales colocadas sobre una estaca en un lugar público, una marca. Con el tiempo sirvió para los ceremoniales palaciegos.
El diccionario de español de la RAE y las Academias Americanas atribuye a la palabra el bien obrar (protocolo, fórmula, rito, etc.). Nos parece que falta una acepción interesante, que se asoció a una inscripción en los actos judiciales: “Est hic questio”, frase latina que significa más o menos “aquí está la cuestión entre las partes”. Nos gusta porque en ecología se podría decir que entre la gente y el medio ambiente. Se nos ocurre proponer, merece la pena el esfuerzo, que quienes transitan por los centros educativos actuasen permanentemente en clave de etiqueta ecológica: pensar de acuerdo con el medio ambiente, seguir unos protocolos personales, poner en marcha unas cuantas fórmulas de conservación ambiental, gestionar el centro para que este sea etiquetado como plenamente ecológico, hacer un uso comedido de recursos, generar la mínima cantidad de residuos, ponerse de acuerdo con sus compañeros y compañeras en cuestiones de ecología cotidiana, etc.
Pero para conseguir que la vuelta al cole o al insti sea cada vez más verde habría que usar y consumir solamente aquellos productos o materiales que portan la etiqueta ecológica; ahora el mercado los pone a nuestra disposición. En primer lugar hay que iluminar el centro con bombillas que consuman pocos watios y alumbren mucho; así la gente que nos visite se quedará deslumbrada. Por supuesto que antes se habrá organizado el banco de libros, para que el alumnado de unos cursos los deje para el siguiente, así evitamos talas absurdas y la emisión de contaminantes al aire, agua y suelo, y un despilfarro de energía. Si se emplean lápices y pinturas deben ser de marcas que lleven el sello FSC o el PEFC, los bolígrafos deben ser recargables –a poco que busquemos ya los encontramos en las tiendas–, los cuadernos con certificado de calidad ambiental –libres de cloro, procedentes de bosques bien gestionados o elaborados con papel reciclado– se encuentran en cualquier tienda, las acuarelas, ceras y témperas ya se pueden comprar elaboradas con productos naturales. ¿Qué no saben dónde encontrarlos? En internet aparecen tiendas que solo venden material verde. Harían bien los centros educativos en incluir estas ideas a la hora de organizar sus compras, tanto de material escolar como de los alimentos que vayan a utilizar en el comedor.
La etiqueta ecológica es, en síntesis, una manera de convivir reduciendo los consumos, eligiendo los materiales elaborados con criterios ecológicos, recuperando las cosas que sirvan para un segundo uso y llevando a los lugares de recogida los materiales que se pueden reciclar; también se demuestra desplazándose al centro siempre que se pueda en transporte público, bicicleta o caminando.
Ahora a vaciar las mochilas y ver qué tipo de productos llevamos dentro, si están adornados con la etiqueta ecológica o no. ¿Qué todavía hay gente que no conoce las distintas etiquetas ecológicas? Se impone una búsqueda inmediatamente y un debate en clase sobre lo que pueden aportar estas acciones si se extienden entre la gente. Por lo pronto empecemos a conocer Ecolabel –tiene web propia–, el distintivo europeo que certifica que lo que estamos consumiendo cumple una serie de criterios ambientales. Así se etiquetará un verdadero curso ecológico. No olviden anotar todo lo que hacen para llevar a cabo una valoración al final de curso para preparar el siguiente. Como las escuelas americanas que nos siguen llevan otro calendario, hagan 2019 su año especial de compras, consumo y comportamiento ecológico; también en los países latinoamericanos hay varias etiquetas ecológicas.
Carmelo Marcén (www.ecosdeceltiberia.es)