La lechuza es un ave universal que transita por escenarios nocturnos de todo el mundo. Quienes asignaron a esta rapaz el nombre científico Tyto alba conocerían que en griego “Tyto/tuto” significa lechuza y dominarían el latín, por lo de alba. Por cierto, ¡Cuánto debemos en occidente a esas dos culturas! Sin duda se fijarían en su disco facial blanco en forma de corazón que las hace inconfundibles, quizás algo enigmáticas, con esos dos ojos plantados que parece que escudriñan lo oculto.
Eran abundantes en Europa (5 especies); también en América donde se han catalogado hasta 11 especies diferentes, algunas endémicas de islas como las Galápagos, otras de zonas bajas o altas. Mal deben tener la vida las poblaciones de lechuza común Tito alba alba en España para que la SEO (Sociedad Española de Ornitología) las nombrase “aves del año 2018”. Seguramente la SEO buscaba llamar la atención sobre los descensos de población que sufren, cada vez más acusados en algunos lugares. Los observadores de esta ONG ya no ven a la lechuza volar sobre el olivar, como cantaba Antonio Machado hace cien años al describir el viaje alado hacia la catedral para beber del velón de aceite. Allí San Cristobalón la quiso espantar pero la Virgen intervino en su favor; la lechuza agradecida le llevó un ramito de olivo –un recuerdo del árbol que fabrica el tesoro del aceite que alumbraba en las iglesias–. Merece la pena leer el poema de Machado. ¿Estaría en el líquido la sabiduría que dicen que acumulan las observadoras rapaces? Ese tesoro no lo pudo alcanzar la lechuza cantada por Tomás de Iriarte en una de las fábulas que sobre ellas escribió, y que también merece la pena conocer. Demostremos a nuestros alumnos que la literatura universal interpreta la vida; por eso debe tener una acogida permanente en la escuela para su estudio y porque puede introducir debates más profundos. ¿Qué querría decir Javier Tomeo en su El poeta y la lechuza?
La lechuza, confiada o necesitada, no desdeña la proximidad de los humanos; anida en construcciones en ruinas, en tranquilos campanarios, y se cuela también en desvanes y graneros. Si no encuentra acomodo ahí lo busca en bosques abiertos, pero no pierde el tiempo en fabricar nido, prefiere huecos de árboles. La transformación del paisaje agrícola está perjudicándola, debe ser que los roedores o insectos de los que se alimentan también escasean; unas y otros cumplen una función básica en la malla trófica de la modificada vida natural. En su disminución acaso ha influido también la creencia de que estas aves no presagian nada bueno; un proverbio mexicano decía: “Cuando la lechuza anda, indio muere”, o es que la vemos ligada a la noche que por su oscuridad da miedo. Acaso el grito lastimero y siseante que emite sea un presagio de los peligros que ellas sienten al acercarse a nosotros. La gente rural las espantaba pensando que traían mala suerte. A pesar de que vuela por casi todo el mundo –siempre de forma discreta– hay muchas personas que no han visto nunca una, ni siquiera saben por qué son beneficiosas. Seguro que muchos jóvenes no le pondrían cara.
Sin embargo, junto al desprecio popular, ha gozado de reconocimientos varios. Era el ave consagrada a la Atenea griega, debían abundar por la Acrópolis de Atenas. Así no es extraño que fuese el símbolo de la capital helena y copase el reverso de los dracmas griegos durante siglos. Bajo la forma de “La lechuza de Minerva” –la diosa de sabiduría y de la guerra, por eso figuraba en los estandartes del algunos imperios– interesó a los filósofos desde Platón hasta Hegel; este la destinaba a recoger lo sucedido en el mundo y así emplear sus registros para dialogar y hacerlo más habitable. Aunque claro, la sabiduría, incluso mezclada con el razonamiento, no siempre es ética y eso nos pierde. La lechuza también ha sido titular de novelas y libros que han utilizado su simbología: la turbulenta Patricia Highsmith la usó pero también fue compañera inseparable del Harry Potter de J.K. Rowling (cuenta Global Ecology and Conservation que por eso fue acogida como mascota en Indonesia, lo que provocó el aumento de un comercio ilegal que casi la extermina).
El sentido de los poderes asignados a los animales en la cultura universal es variopinto: va desde la idealización al menosprecio; incluso en ocasiones coinciden ambos matices. Hasta la RAE duda; busquen en su diccionario y verán que habla de que “lechuzo” es lo mismo una persona sin sustancia o de poco juicio –no sabemos si para vengarse de la sabiduría de Minerva– que aquel emisario que se encarga de llevar apremios y otros recados –aquí nos viene a la memoria las compañeras de Harry Potter y de sus amigos–. Dense una vuelta por la web del Instituto Cervantes para reconocer el influjo literario de las lechuzas y sus parientes del orden estrigiformes (rapaces nocturnas, para que nos entendamos).
Como ven, semejante animal que ha sido objeto de atención en la literatura y la filosofía, está muy presente en nuestra cultura. No se puede perder; escuchemos y ayudemos a la SEO. Si dudan, búsquenla en la web de National Geographic, disfrutarán de su delicada prestancia y verán ese rítmico movimiento de cabeza –puede girarla casi 180º–. Tras contemplarla, no falta quien duda de si esta rapaz no esconderá algo mágico como la noche, con o sin sapiencia. ¡Qué tema de trabajo para clase! Anímense y déjenla entrar para ver si ella les conduce hasta la sabiduría que supone reconocer el papel de cada ser vivo en el entramado ecológico del que formamos parte activa.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)