La gente corriente tenemos cada vez más dificultades para entender el día a día. Imaginemos que queremos llevar a la escuela alguna noticia de contenido ecológico y social para un debate en clase. Elegiremos alguna que nos asombre, que afecten a todo el mundo o que traiga un asunto cercano. La escuela no trabaja a menudo el hecho de que la mayor parte de las cuestiones de la vida (sobre todo las que evidencian la relación entre sociedad y medio ambiente), incluso las más sencillas, tienen enlaces con territorios, sociedades y futuros diversos o lejanos. Nos preguntamos si la escuela del año 2020 no es mucho más ecosocial, ¿de qué sirve? Por el contrario, poner en conocimiento del alumnado que el simple hecho de disponer de libros y cuadernos, encender una luz, llevar a nuestra boca un determinado producto, desplazarnos cerca o lejos para llegar a clase, o manejar un móvil, enlaza una malla de consecuencias múltiples; abre su percepción del mundo, que no hace sino ensancharse.
El titular quiere hacer una llamada a la ilusión escolar. Dado que los actores principales del devenir, por activa o por pasiva, para mejorarlo o empeorarlo, pasan todos por la escuela, parece obvio que esta ha de abrirse a los problemas del mundo que ahora se explicitan en forma de objetivos y metas en el escenario de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible). ¿Por qué no toma la escuela ese sentido? Se necesitan chicos y chicas que valoren lo que tienen o les falta, que imaginen lo que sucede más allá de la esfera personal, en otros países. Para conseguirlo habrán de ejercitarse en el pensamiento crítico; habrán de hacer de este un argumento de reflexión que les permita posicionarse ante la múltiple y variada crisis ecológica y social que tenemos planteada. Pero cuidado, la enseñanza y el aprendizaje para la vida no consisten en fomentar un adoctrinamiento nuevo, sino capacitar a una ciudadanía que entienda las problemáticas de su existencia cotidiana.
La escuela, como escenario vivo, ha de ayudarles a construir las estrategias imprescindibles para cuestionar el presente, para prepararse y adaptarse al futuro escenario socioecológico que les espera. Son varios los ámbitos de aprendizaje escolar en los que hace falta profundizar: la superación del antropocentrismo, la crisis climática, el uso de la energía y los diversos materiales, la alimentación en relación con la salud y el medioambiente, la maraña del capitalismo consumista frente a las economías alternativas, la inequidad entre las personas, la existencia participativa de una ciudadanía universal, la desigualdad de género como reto que resolver urgentemente, la vida personal dentro de los conflictos y valores ecosociales. De algunos de ellos se pueden encontrar sugerencias en la FUHEM, formalizadas en su apuesta por una mirada ecosocial a la ciudad, hacia el mundo actual y a la modernidad.
Al hilo de esta tarea transformadora, la Fundación Alternativas publicó hace un par de años el informe Educación para la sostenibilidad en España. Reflexiones y propuestas, que mantiene plena vigencia. Supone un breve balance sobre este asunto en la educación formal de los últimos 40 años. Cuestiona si no es necesaria una nueva educación para este nuevo mundo, cambiante a velocidades desconocidas, complejo, interconectado en los problemas ambientales y en sus soluciones. Plantea que es urgente cambiar el objetivo de aprender a conocer por aprender a vivir junto con los demás. El documento recoge algunas prácticas de sostenibilidad de centros educativos: esas que demuestran esfuerzos en los procesos de gestión de recursos como consumos de agua, electricidad, residuos, en estrategias/protocolos de compra verde, etc.; otras que suponen actuaciones en valores como solidaridad, justicia social o equidad; las que han ido incorporando la sostenibilidad en la docencia y el currículo, tanto en actividades aisladas como en programas específicos de educación ambiental y educación para la sostenibilidad. El informe también se detiene en las barreras que plantean los desarrollos curriculares y las oportunidades de laminarlas.
Además, el documento alerta de que falta mucho por hacer. Anima a las comunidades educativas a reflexionar -a debatir en departamentos y claustros, consejos escolares- sobre el camino recorrido y si hay que introducir estos temas en el quehacer diario, si se entienden y sirven los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y el Plan de Acción Global 2030 de la ONU. También advierte que hay signos ecosociales e incertidumbres de anuncian una posible emergencia planetaria, con múltiples aristas, y en ese caso los colegios e institutos vivos nunca pueden permanecer indiferentes, tienen un urgente y comprometido cometido de universalidad. Seguro que dentro de unos años los chicos y chicas que asisten a ellos agradecerán la puesta en valor de escuelas ecosociales.
Para ello, habrá que contar con la preparación, y disposición, del profesorado, que debe implicarse de forma activa en abrir estos escenarios en su práctica escolar. Los departamentos de Educación, desde lejos, y los claustros de profesores, desde cerca, habrán de cuestionarse si la escuela de anteayer sirve para hoy, año 2020, y para los cursos siguientes. “Es momento de mudanza, de tiempos y voluntades, pero muda también el ser y las confianzas. Al final el mundo se compone de mudanzas, de nuevas calidades”. ¿Quién iba a decirnos que aprovecharíamos en el año 2020 lo que dijo el poeta portugués Luis de Camoes en el siglo XVI? Es tiempo de hacer de la escuela un escenario de vida real, por eso la animamos a emprender considerables cambios metodológicos; a creer en su relevancia.
Carmelo Marcén Albero