Que la playa en donde nos bañamos se acerca a la cima del Everest es un hecho probado con medidas matemáticas, al margen de la exageración premeditada que busca esta afirmación. La distancia entre la altura global del nivel de mar y la cima de nuestro monte más alto se acorta, y no es debido a que la cumbre se erosione a marchas forzadas o que se esté hundiendo toda la cordillera del Himalaya; más bien parece que sucede lo contrario, que la montaña crece algo cada año pues la placa indo-australiana se empeña en no estarse quieta y chocar con la euroasiática.
Siendo rigurosos debemos decir que el acortamiento en metros es debido al aumento generalizado del nivel del mar; así de sencillo. Como los océanos están comunicados, el agua que se vierte en un sitio de la superficie terrestre, por ejemplo, la lejana y desconocida Groenlandia, acabará llegando a todo el Atlántico, o más lejos. Los efectos se sentirán con el tiempo en la línea de playa de ciudades tan alejadas como Barcelona, Lisboa, Lima, Guayaquil o Buenos Aires; en el Caribe la situación puede ser catastrófica. Pero hay otros movimientos raros.
Los científicos constatan que en el Atlántico las aguas superficiales -ahora más cálidas- se dirigen hacia el norte mientras que las más profundas lo hacen hacia el sur. Lo que habíamos aprendido en el instituto sobre la corriente termohalina, esa que regulaba la temperatura del globo por su influencia en el sistema agua/aire/tierra, lleva camino de modificarse y tener que aprender otra cosa para entender el clima. ¡Vaya lata!
El hecho real es que los hielos de la Tierra se derriten aceleradamente tanto en los Pirineos como en los Andes; qué decir de los glaciares australes de la Patagonia americana o de la Antártida. Sabemos que en el planeta todo es cambiante y nada seguro, pero ante este acelerado desbarajuste, incuestionable, la gente actúa de manera despreocupada, parece no querer entender y así pensará que huye del peligro. Es curioso porque a la vez se interesa cada vez más por el tiempo -su seguimiento en los medios de comunicación arroja los mayores datos de audiencia- pero da la impresión de que solo se fija en las predicciones de lo inmediato sin saber leer la distancia temporal y menos aún la repetición de situaciones o eventos.
Se decía en tiempos que la trastienda del ritmo climático estaba en el casquete helado del Ártico y en la Antártida. Si nos fiamos de las imágenes que la NASA ha colgado en su página -van desde 1984 a 2016- debemos reflexionar sobre lo que pasaría si se derrite el hielo del Ártico y el de los otros enclaves que hasta ahora retienen el agua en estado sólido. Según dicen, se está perdiendo el hielo más antiguo, más grueso y resistente. Hace unos meses se desgajó de la plataforma Larsen C de la Antártida un bloque de hielo (llamado A-68), de unos 5.000 km2, como Cantabria. Con el tiempo, el hielo y el agua marina serán uno solo y el nivel del mar subirá. Muchas ciudades costeras tiemblan ante esa posibilidad; más agua y más revuelta les provocará inundaciones. Hay estudios que dicen que en 2060 unos 1.000 millones de personas de ciudades de todos los continentes sufrirán efectos graves; no solamente en el este y sur de Asia, o en África, Miami y, en conjunto Florida, aparecen en la lista. Decía un estudio publicado hace un par de años por Global Environmental Change que si en el año 2000 la población urbana mundial que se encontraba en zonas de previsible inundación suponía un 30% en 2030 llegaría al 40%. Además, esas zonas deben estar atentas a la desconocida virulencia de ciclones y tormentas, más frecuentes y mucho más dañinos. Ahora mismo varias islas del Pacífico -Kiribati es la más nombrada- están empezando a ahogarse; Ciudades africanas como Dakar, Lomé o Lagos tienen encima la amenaza permanente.
Si Shackleton, Amudsen y Scott levantaran la cabeza se quedarían perplejos de lo que ha cambiado el mundo en 100 años. Exploradores de los hielos desconocidos, seguramente no entenderían que sabiendo que los efectos graves de nuestras actuaciones están asegurados no fuésemos más intrépidos en la busca de soluciones, porque casi seguro que los plazos no están marcados del todo. Les invitaríamos a ver The day after tomorrow (El día de mañana), el film estrenado en 2004 en el que Nueva York sufre los embates del cambio climático.
Por todo lo dicho, es misión colectiva, de nuestras escuelas también, repensar el cambiante mundo. Serán los alumnos de dentro de unos años, muchos o pocos, quienes deban aprender que las cosas fueron o no tal cual las pintamos; si las zonas polares dejaron de ser heladas. Seguro que en sus clases de historia contemporánea valorarán si nosotros hicimos las cosas bien o mal. Se necesitan muchas lecciones nuevas de geografía aplicada para entender el mundo actual. Habrá que ver por dónde empezamos: Internet nos abre escenarios para entender el mundo.
Por cierto, el Everest crece unos 3-4 milímetros al año entre 2005 y 2015, y se ha desplazado unos 40 cm en dirección noroeste en los últimos diez años; el último impulso se lo dio el terremoto de Nepal de abril de 2015. Cada vez más se necesita la aproximación geográfica para entender el medio ambiente en sus dimensiones sociales y ecológicas, porque lo que importa es la perspectiva global. Apartemos en nuestras clases los contenidos inútiles y organicemos reflexiones y debates con un tema múltiple: ¿Qué puedo hacer yo para evitar esto?
Carmelo Marcén Albero (http://www.ecosdeceltiberia.es)