Cuando llega el buen tiempo, ahora durante más meses del año, unos visitantes no deseados entran en nuestras vidas: las moscas. Aparecen hasta en las aulas; allí son odiadas, perseguidas o simplemente ignoradas. Si nos detenemos a pensar en ellas, antes de perseguirlas, nos damos cuenta de que no sabemos nada de sobre su vida; incluso puede que ni siquiera adivinemos cuántas alas o patas tienen, si se metamorfosean, cuánto viven, si ponen pocos o muchos huevos, etc. Ni siquiera aparecen en los libros de texto, como no sea para identificarlas como una plaga o explicar con ellas la metamorfosis holometabolia (completa).
Tampoco la gente habla muy bien de ellas, será que son muchas o porque en su afán de chupar todo son un vector de enfermedades; hay que reconocerlo y lo saben bien en América en donde la OMS alerta de la peligrosidad de algunos mosquitos infectadores. Será por eso que hemos inventado de todo para exterminarlas desde la paleta clásica hasta cantidad de insecticidas.
Pero las moscas incluso están presentes en leyendas como la de san Narciso de Gerona de cuyo cadáver se dice que salieron a tropel estos insectos y ahuyentaron al invasor rey francés en 1286. Algunos opinan que ahí se originó lo de “por si las moscas”, aunque la mayoría piensa que es por su voraz costumbre de chupar sus alimentos, estén vivos o muertos, sean azucarados o agrios.
Como nuestra cultura ya se encarga de decir cosas malas de ellas, aquí, en nuestra escuela del mundo natural, vamos a decir algo bueno (de hecho de unas 150.000 especies de dípteros que hay por el mundo solo unas pocas son peligrosas para nuestra salud).
No nos cansaremos de repetir que lo pequeño puede ser hermoso, acaso imprescindible; al menos útil para muchos seres vivos del Planeta diferentes a nosotros. Averroes (Ibn Rushd), un sabio que nació en 1126 en la Córdoba andalusí, decía que: “En la naturaleza nada es superfluo”. Intentaremos razonarlo en el caso de las moscas. Sería un buen argumento para un debate distendido en clase al que podríamos invitar a otros animales o seres vivos poco apreciados por nosotros.
Seguro que todos sabemos que las moscas son, como otros seres vivos descomponedores, unos perfectos basureros del medio ambiente. Convierten materia orgánica viva o muerta en su alimento, pero a la vez son comidos por otras especies que tienen sus depredadores, que caen en las bocas de otros y así hasta llegar a la cima de la cadena alimenticia y formar parte de una red trófica; de esto sí se habla en clase.
Hay muchos tipos de moscas: tábanos, moscardas, mosca doméstica, mosca de la carne, etc., y las drosofilas que son unas magníficas auxiliares de laboratorio. Entre estas, las del vinagre (Drosophila melanogaster) se utilizaron al principio para el estudio de la reglas de la herencia genética y la mosca de la fruta sigue siendo básica para muchas investigaciones. Las moscas también son unas magníficas auxiliares de la investigación forense. Seguro que sonará la serie CSI americana y cómo los polis las usan para saber cuánto tiempo llevan muertos los cadáveres. No se nos olvida decir que son unas magníficas polinizadoras de las flores –incluso sustituyen a las abejas en estos menesteres– y que se comen fases larvarias de animales perjudiciales como ácaros, pulgones o chinches, entre otros.
No solo sirven de alimentos a ciertos pájaros. ¿Qué harían sin ellas los animales insectívoros como otros insectos, arañas, anfibios o reptiles? Así pues, cuando hablemos de sostenibilidad del medio ambiente no se nos olvide colocar en un buen sitio a las moscas, aunque molesten de vez en cuando.
Pero es que, además, las moscas tienen su punto literario. Antonio Machado las llamaba amigas viejas, porque le evocaban muchas cosas de la vida doméstica y la aborrecida escuela, donde rebotaban en los cristales cuando eran perseguidas. Al no tener digno cantor, él agradecía a esas inevitables golosas, pequeñitas y revoltosas. ¿Quién no lo ha escuchado alguna vez en palabras y música de Joan Manuel Serrat? Queda más poético que aquello que decía el sefardí Elías Canetti (Nobel de Literatura en 1981) del suplicio de las moscas atizado por la mujer que sabía insertarlas en hilo; asunto filmado por Bigas Luna en un corto impactante El collar de moscas. El arte es así. Tampoco salen bien paradas en El señor de las moscas del también Nobel de literatura William Golding.
Merece la pena asomarse en clase a estos textos y utilizarlos para el debate sobre la naturaleza viva y real, la oculta por ignorancia o miedo, la que no sale en los libros de texto, lo cual me tiene ciertamente mosqueado. Habría muchos más ejemplos.
Epílogo:
¡Feliz verano, aunque haya moscas!, a las que podrán observar si de verdad quieren entenderlas en su relación con nosotros. No se dedique solo a contar sus molestias. Por una vez, entreténganse mirando a las moscas. Si se aburren, búsquenlas en los libros de texto.
¡Ah, y que no les pique las mosca negra o el mosquito tigre! En Europa va colonizando territorios, como hacen otros insectos, sin duda llevados por mercancías o viajeros o por los cambios climáticos que les proporcionan ambientes favorables en lugares nuevos.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)