La función más maravillosa que realiza todo el entramado de biodiversidad alada es la puesta de huevos, y la posterior cría de los polluelos. Por lo observado hasta ahora, la persistencia de la especie manda sobre las apetencias particulares de cada individuo en concreto; bueno, algún despistado habrá. Quién sabe hasta cuánto discurren los pájaros. El caso es no desaparecer como especie, distintivo biológico como pocos. Desconozco si esta estrategia es explicada en las aulas: en general, puede más el interés colectivo que el individual. Por eso, nos atrevemos a proponer un proyecto escolar sobre la sabiduría de los cuervos y otros pájaros.
Desde niño me atrajeron los cuervos. Es posible que no fuese por su plumaje, ¡qué pintaba que fueran todos negros!, ni porque practicaban un canto con nombre poco atractivo, el graznido, que más que un canto parece un chirrido de una bisagra poco engrasada. Un apodo popular identificaba a estos córvidos como las gallinas del cura, debía haber en este significado un poco de sarcasmo por alguna malquerencia. Pero me gustaban. Eran muy abundantes en la ermita y eso les daba algo de influencia religiosa, que nunca viene mal. No llegaba a invitarlos a mi casa y hacerlos mis confidentes, como Azarías con su inteligente grajilla (La Milana) en la película de Mario Camus Los santos inocentes, ahora bien recordada tras el fallecimiento de Juan Diego. Una excusa para pasarla en las aulas de los mayores y hacer un cine fórum muy participativo.
En la escuela habíamos leído algunas fábulas de Esopo; me temo que eso no se lleva ahora. Una de ellas cuenta que un cuervo sediento, me lo imaginaba en la estepa en donde vivíamos, se las ingeniaba para beber de una jarra medio vacía. Como no llegaba con el pico, astuto él, iba rellenando poco a poco el recipiente con piedras hasta que al final el agua ascendía. Pudo beber y así saciar su asfixiante sed. Pero Esopo también se ocupa en El cuervo y la zorra de que alguien inteligente, si hace caso a adulaciones de gente astuta, como la zorra, puede quedarse sin su preciado alimento. Por eso, todas las fábulas tienen su moraleja.
Pasé mi infancia vital y escolar en un pueblo de los Monegros zaragozanos, en la más dura estepa. Allí abundaban los córvidos. Tanto que el escudo del pueblo consiste en una encina de la que sobresalen dos cornejas. Todo sobre un fondo amarillo, el del cereal a punto de ser recogido. Cualquiera de nosotros sabía diferenciarlas de las grajas y grajillas. Por su tamaño y por sus cantos. La sabiduría de las urracas, otro córvido, debía ser muy grande y desconfiada. Pocas dejaban aproximarte a ellas, pues barruntaban que les íbamos a hacer alguna fechoría propia de los asilvestrados chicos de pueblo. Ahora que lo pienso, éramos un poco como aquel Nini de Las ratas de Miguel Delibes, que más de una vez “contempló la nube de cuervos reunidos en consejo”. ¡Vete a saber de qué hablaban!
No sé de qué forma los córvidos de mi pueblo se habrán visto afectados por la crisis climática. El hecho es que cuando visito la ermita, antaño uno de sus lugares preferidos, o voy por el campo veo muy pocos. Quizás no les sirvió su inteligencia para adaptarse a los nuevos tiempos, o ya no discurren como antes; ni celebran consejos. Le pasa también a la especie humana, que es capaz de construir grandes artilugios tecnológicos a la vez que destruye su hábitat. ¿Será como en la fábula de Esopo que lo útil se pierde por la mejora de las apariencias. Por cierto esta fábula sí que tuvo éxito pues fue reproducida por, entre otros, don Juan Manuel, el Arcipreste de Hita, Samaniego, Hartzenbusch y Jean de La Fontaine. Cito lo de las fábulas porque me temo que de eso solo saben algo los mayores. Simplificando, digamos que, como le sucedió al cuervo parlanchín, la gente global está desenfocada en estos momentos: parlotea de lo suyo sin escuchar a los demás. Esa sería nuestra moraleja para comentar en clase y ver si nuestro alumnado lo siente así en el ámbito familiar, político o social.
Quienes ponen el foco en las aves han observado que los pájaros, como los árboles y demás criaturas libres, han adelantado sus ciclos. Este hecho no es una mera anécdota. Tiene muchísimas repercusiones en las redes alimentarias globales, porque es a resultas de algo y además acarrea muchas consecuencias. Dicen la gente amante de las aves y los estudiosos de la ornitología que, en general, las aves ponen sus huevos un mes antes que hace unos 100 años. Podríamos aventurar que todo es fruto de la evolución, de despistes de las especies o razones varias, pero los investigadores lo achacan al cambio climático, como escuché argumentar a quien vendía en una tienda de ropa de temporada. También dicen aquellos que muchas especies, en particular las que crían en sitios secos con veranos calurosos, van reduciendo de forma paulatina su tamaño a la vez que un aumento de la longitud de sus alas.
Los despistes actuales vienen de que los árboles brotan en general antes, a la vez los insectos se muestras en meses antaño impensables; también las grandes migraciones de las aves se adelantan al calendario clásico. Tendremos que olvidar aquello de que “Por san Blas la cigüeña verás, y si no la vieres año de nieves”. Estaría curioso trabajar los refranes donde está implicada la naturaleza y ver qué opinan chicos y chicas de hoy, mayoritariamente urbanitas. Parece que los ritmos del mundo ornitológico van cambiando, como atestigua una reciente publicación, febrero de este año, en la revista Journal of Animal Ecology de la British Ecological Society. Algo que no parece extraño en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de España, que también tiene una colección de huevos. Opinan que el aumento de las temperaturas y la consiguiente eclosión de los insectos están detrás de estos cambios de comportamiento. Si bien, y ahí viene la sabiduría de los pájaros, los años más fríos acomodan su comportamiento reproductor a las temperaturas constantes y variables. Otro asunto para la búsqueda escolar.
Hemos leído en National Geographic que los cuervos de Nueva Caledonia son capaces de sacar a sus presas con palos utilizados con destreza con sus picos, en un artículo publicado en Sciencie. En él también se dice que planifican sus tareas con anterioridad, que tienen una memoria asombrosa para reconocer caras humanas; recuerdan si determinada persona supone una amenaza para ellos y se ponen en guardia, como nosotros. Lo explica muy bien esta filmación que hemos encontrado en YouTube. Hace unos cinco años publicamos un artículo en el blog Eco’s de Celtiberia “La inteligencia animal tiene forma de pájaro y se llama cuervo; aunque la cultura popular lo haya ennegrecido más que sus plumas”. Volvemos a traer el mismo tema aquí para ver si cambia un poco la cultura global sobre ellos. Las escuelas que nos siguen desde Latinoamérica pueden recoger otras leyendas o ver cómo los interpretaba el nicaragüense Rubén Darío. Podemos sondear entre el alumnado qué calificativo le viene a la mente cuando los ve, si es que los reconoce. Pues eso.
¡Hasta los cuervos y otros pájaros se han dado cuenta de que el cambio climático ya es una realidad! En eso de la adaptación llevan ventaja a las tendencias de las personas. Estas, aunque su inteligencia está demostrada, no reaccionan como debieran a la realidad general del aumento de temperaturas. O acaso se dejan llevar por las llamadas comerciales hacia el desarrollo ligado al consumo. ¿Qué pensará el cuervo que alimentaba al profeta Elías? Si el Proyecto pájaros, que invitamos desarrollar en las aulas, quiere saber muchas más anécdotas de córvidos de debe visitar la página del Instituto Cervantes y lo verán hasta en la lírica. Merece la pena leer allí el poema del Gilgamesh, que asigna al cuervo la sabiduría de apreciar el final del diluvio universal y no volver del viaje exploratorio que antes habían hecho la golondrina o la paloma. El citado explorador al ver que las aguas se habían retirado se dedicó a vivir allí: picotear por diversos lados y suponemos que graznar de alegría. ¿Alguien puede suponer que iba a cambiar esa vida por la que tenía en el Arca de Noé? Aunque el alumnado no curse una asignatura que hable de eso es conveniente llevarle leyendas y pedirle que las interprete en conjunto. Como esa que afirma que un grupo de siete cuervos cautivos en la Torre de Londres protegen a la Corona británica. Esto viene de siglos atrás, tiempos en los que se forjó aquello de que si la Torre de Londres pierde sus cuervos o vuelan lejos, la Corona caerá y Gran Bretaña con ella; todo el país se vería en un caos tremendo.
Pero la gente les tiene ojeriza. Parece ser que el asunto viene de la mitología griega, cuando Apolo marchó a Delfos de viaje y dejó de vigilante de su esposa a un cuervo, especie que tenía todas las plumas blancas hasta entonces. El cuervo voló raudo a contar a Apolo cómo su mujer había intimado con un amante. El dios se enfadó con el mensajero y maldijo esa especie, cambiándole el blanco luminoso por el oscuro negro. Después abundaron los negros cuervos en el arte como aquellos que pintó Van Gogh en uno de sus últimos cuadros, tan complicados de interpretar. Porque sobrevuelan un amarillento cereal y se balacean en el cielo pleno de azules tormentosos. Quizás esta ahí la razón por la cual Alfred Hitchcock les asignó un papel maligno en su película Los pájaros (The Birds), pero ya sabemos que el comportamiento pajaril se vería alterado en ese caso por fuerzas maléficas, imaginadas.
Volvemos al principio de la cuestión: ¿pensarán algo los córvidos sobre esto del cambio climático? La Milana de Azarías sabía a quién debía acercarse y a quién no. Observemos las reacciones de los córvidos en nuestros parques o en el campo. Aprendamos algunos datos sobre la población española de cuervos. De paso, borremos de nuestro vocabulario expresiones tan injustificadas como “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Nunca lo harían pues son tan inteligentes que seguro que se nos han anticipado a hacer cambios drásticos en la vida global antes de 2030, aunque les importe poco nuestro calendario. ¿No merece todo esto el desarrollo de un proyecto de investigación en la escuela?
¡Qué cada cual saque su moraleja!