El mundo es un complejo tan amplio, tan diverso, con tantas partes que evolucionan con velocidades diferentes, que comprenderlo significa una abstracción casi sin límites. De ahí que hablar de cualquiera de sus dimensiones es una tarea compleja. Hacerlo sobre educación de las infancias y adolescencias todavía más, porque hay muchas más que países. Pero estamos obligados a ello en este Diario de la Educación, siquiera una primera aproximación para que cada persona que lo lea busque su sentido.
Nos atrevemos a decir que todo depende del orden o desorden mundial, que ambos se condicionan y coexisten ligados a los tiempos y los espacios, tan lejanos que solo podemos entenderlo un poco basándonos en publicaciones generales. Estas nos aconsejaban titular el artículo con más contundencia. Algo así como: “La enorme grieta educativa entre países no hace sino agrandarse”. A nadie que mire el devenir mundial se le escapa que, como publicaba Ethic, existe una gran brecha educativa. Cada país dice que busca el progreso económico y social. Leemos que la educación es principio y finalidad de los países, sean o no pudientes. Se nos ocurre preguntarnos cómo puede progresar –término que precisa una vuelta ideológica con contenido socia– el mundo si la educación mundial está en retroceso; así sin paliativos. ¿Por qué decimos esto y en qué nos basamos? No solo nos guían las ilusiones mostradas en las conocidas frases de Nelson Mandela o Mahatma Gandhi. Vamos a intentar justificarlo con datos y hechos sacados de publicaciones de organismos internacionales.
Todos tenemos presentes los ODS (Objetivos para el Desarrollo Sostenible); el núm. 4 proclama su deseo de una educación universal y de calidad para el año 2030. Lo más sobresaliente se concretaba en: avanzar en la asistencia a la educación preescolar; bajar al mínimo las tasas de niños sin escolarizar; acabar con las brechas educativas de género; acortar las diferentes tasas de finalización de la enseñanza obligatoria; mejorar las tasas de competencia mínima en lectura y matemáticas; consolidar la necesaria formación del personal docente; y aumentar gradualmente el gasto público en educación.
Se hacen aproximaciones evaluatorias como la que se llevó a cabo en la Cumbre sobre Transformación de la Educación. De ella surgió el documento Establecimiento de compromisos: puntos de referencia nacionales del objetivo de desarrollo sostenible 4 para la transformación de la educación, 2022. Nos interesan sus análisis y recomendaciones. Se dice en el preámbulo que la intención de estas publicaciones, con cantidad de análisis y datos para cada indicador, no es otra que “ayudar a los países a reflexionar sobre su propia experiencia y seguir abordando el proceso de establecimiento de metas y preparando respuestas apropiadas en materia de políticas educativas”.
El informe aporta el estado de 20 puntos de referencia presentados por país, y región mundial, en el logro del ODS 4. Además recoge la tasa de niños y adolescentes fuera de la escuela, las tasas de finalización de estudios –diferenciados por género– y diversos niveles de competencia en lectura y matemáticas. También, entre otras cuestiones interesantes, aborda el porcentaje de docentes con los niveles básicos requeridos y el gasto público en educación. En pocas palabras: la reflexión sobre el estado de compromisos pasados y la pretensión sobre los futuros. Un documento para reflexionar sobre la ciudadanía global que tanto nombra la Lomloe. Merece la pena debatir sobre él en Departamentos y Comisiones Pedagógicas de los centros educativos.
Quienes no aciertan a ver la pertinencia de los ODS los tachan de perseguir una ambiciosa irrealidad. Serían algo así como una utopía forzada por el deficiente estado del mundo, que aún así quiere despertar lo que llamaríamos la ética mundial. Todos pensamos que bastantes de los países que han confirmado su creencia en el ODS. 4 es posible que no tengan éxito, a la vista del largo camino por recorrer y de las nuevas penurias económicas y sociales que han provocado la COVID-19 y la invasión rusa de Ucrania. Hoy más que nunca se necesita un liderazgo educativo global, que podían incentivar agencias de la ONU como Unicef o Unesco. Ampliemos la visión del documento anterior con la reciente aportación de la Unesco: Visualización de Indicadores de Educación para el Mundo (VIEW, por sus siglas en inglés), que se fija preferentemente en la edad de finalización de cada etapa educativa y los niños y niñas no escolarizados. “Utilizando múltiples fuentes de datos de manera eficiente y transparente, calcula series temporales por país y región y aborda los desafíos de puntualidad y consistencia comúnmente asociados con los datos administrativos y de encuestas”. En su pestaña PEER hay datos sobre capítulos fundamentales: inclusión en la educación, las finanzas equitativas y la comunicación y la educación sobre el cambio climático.
En general se admiten las estimaciones de las agencias de la ONU, de algunas de sus alarmas: más de 244 millones de niños y jóvenes (6 a 18 años) están sin escolarizar; de forma mayoritaria en el África Subsahariana (98 millones) y Asia Central y Meridional (85). Unesco estima en unos 80 millones de niños, niñas y adolescentes quienes no disfrutarán de ese derecho humano en el año citado tantas veces (2030). Si existe interés en conocer más detalles, aquí se ven los territorios en desventaja, demasiado alejados de los mínimos requeridos.
Por todo lo anterior hay que hablar de territorios y educación –dentro de una crisis climática global– Emissions gap report 2022, con la esperanza puesta en el ODS núm. 4. Dado que este Diario de la Educación se lee en Latinoamérica, incluimos en esta entrada lo manifestado en un artículo de Tamara Díaz Fouz, directora de Educación de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) que lleva por título “La educación en la agenda política internacional: América Latina hacia 2030”. Rescatamos algunas ideas: falta de calidad educativa, la región no puede quedarse atrás en la comenzada transición educativa; la agenda mundial es una buena oportunidad para el cambio en la región y hay que constituir alianzas sólidas.
Pero aún hay más dónde mirar para avanzar. A primeros del pasado octubre se conocía el informe de la OCDE Education at a Glance 2022 (Panorama de la Educación 2022), dedicado en este caso a la educación terciaria. Parecido a este salieron otros en años anteriores que aportan muchos datos del gasto por alumno en relación al PIB per cápita y en educación con respecto al PIB del país. Así, el gasto promedio por estudiante en instituciones educativas en la OCDE desde el nivel primario hasta el terciario es equivalente al 26% del PIB per cápita. Pero debemos atender a las desigualdades que cuenta el WIDE (Base de datos mundial sobre desigualdad en educación). Debido a la “poderosa influencia de las circunstancias (riqueza, género, raza y otras) se les niega a muchas personas la configuración de sus oportunidades de educación y vida”. De hecho, la tasa de finalización de determinados estudios se retrasa entre 3 y 5 años, siempre a favor de los ricos. El WIDE nos ilustra los inaceptables niveles de desigualdad educativa entre países y entre grupos dentro de los países, para así provocar el debate público.
La Unesco publicaba hace poco Reimaginar nuestro futuro educativo juntos. Un nuevo contrato social para la educación. Para ello es más necesaria que nunca la Ayuda Oficial al Desarrollo o la Cooperación, es ineludible un plan de acción global. Ese futuro deseado llama a los países ricos a socorrer a los no ricos que se enfrentan a enormes desafíos: graves epidemias y otros riesgos de la salud, impactos del cambio climático, la lacra del hambre, la pobreza, las guerras sin sentido, etc.; junto a ellas un incierto futuro en la esfera económica y laboral. Unicef lanzó una alerta urgente por el impacto alarmante de las recientes y futuras olas de calor, que condicionan la educación de la infancia y toda su vida: El año más frío del resto de su vida. En el pasado mayo, Unicef denunciaba en su informe de Innocenti, titulado Report Card 17: Lugares y Espacios que: el consumo excesivo en los países más ricos del mundo, que están organizando entornos más saludables para los niños dentro de sus fronteras, están destruyendo los entornos de la infancia en todo el mundo. Todo cambiaría si, como se empeña la Unesco, el ámbito educativo -formal o no- se convirtiese en un escenario para fraguar futuros justos, equitativos y sostenibles empezando por los niños, niñas y adolescentes, los cuales pueden actuar como lanzadera social. Para lograrlo hay que apelar a la solidaridad mundial y la cooperación internacional, todo enfocado al disfrute de los derechos humanos. Al consultar los datos educativos de la rica Europa en Eurydice, sonroja el abandono del resto del mundo, también en el cumplimiento de los ODS, accesible en el Navegador de datos de Eurostat. Pero en demasiados países, también en España, se retiran recursos vitales hacia los más pobres –se malinterpreta la Cooperación Internacional para el Desarrollo–. A la vez crecen por toda Europa los ultranacionalismos políticos que menosprecian el apoyo al débil porque es extranjero o vive lejos.
El tiempo revertirá o no las desigualdades educativas. Para nosotros, apoyar la educación mundial es una inversión. Primero porque es un bien social en los países pobres. Después, de manera egoísta, porque salvará los futuros laborales de los países ricos, en donde ya se habla de contratar obligatoriamente mano de obra extranjera; un beneficio recíproco como relata EOM. Merece la pena leer en la BBC “Por qué el futuro de la humanidad podría depender de África”. Pero hay muchas razones, humanitarias, para considerar muy útil la cooperación internacional, como nos cuenta Oxfam. Mandela estaba convencido de que la educación era el arma más poderosa para cambiar el mundo. Para el mismo objetivo, Gandhi confiaba en la educación para la paz; se confesaba un soñador práctico que quería convertir sus sueños en realidad. En fin, que en este mundo pleno de incertezas sobra el creciente “edúquese quien tenga”. Además de ser hoy un vacío inadmisible para el resto que es pobre, se volverá en el futuro contra quienes ahora lo proclaman o guardan silencio ante esa injusticia.