En estos momentos en que la escuela se ha hecho telemática hay que aprovechar para viajar por Internet. Lo reclama la geografía escolar, que está llena de lugares. Antes se agrupaban dentro de la geografía física, para distinguirla de aquella parte de la materia terrestre en donde aparecían personas, sociedades o lugares más o menos antropizados. Seguramente los escolares tendrán dudas de si los ríos y sus orillas, los mares y sus costas son lo uno o lo otro. Hay libros de texto que se manejan en las escuelas en donde de los continentes y océanos se pasa a montañas y picos; entre unos y otros discurren ríos y se localizan lagos que muestran el agua como elemento básico en la geografía digamos natural. Por allí transita el clima, más bien los climas sujetos a restricciones que quedan reflejadas en mapas cerrados. Importa lo que llueve y cuándo lo hace, si las temperaturas de verano o invierno suben o bajan hasta límites más o menos grandes. Así queda situado en los mapas terrestres que todo estudiante debe conocer. Tanto desde los planisferios estilo Mercator (h. 1569) hasta otros más recientes. La cartografía de Peters, por ejemplo, intenta disimular las desigualdades asignadas a los hemisferios –Groenlandia, Rusia y Canadá aparecen enormes-; ahora se pueden ver mejores mapas pero incluso plataformas como Google y otras todavía se basan en modelos antiguos. No se sabe si porque vive más gente o debido a la importancia que se dan los europeos y norteamericanos. Interesa descubrir al alumnado como quedan las distorsiones; esta ventana lo muestra. Compárense las dimensiones reales de Groenlandia y África con su representación. Un buen ejercicio para que el alumnado entienda la dificultad de poner en plano una superficie esférica. El viaje virtual no se debe parar ahí.
Todo esto para decir que el mar Carpio existe. Poca gente sabría decir algo sobre él, acaso situarlo más o menos en el mapa de Europa, o asociarlo al río Volga, que desemboca allí. Sondeemos en clase si se ha oído hablar de él, si se podría localizar en un continente determinado, si está cerca o lejos de la península Ibérica; los estudiantes latinoamericanos que no siguen encontrarán parecidas dificultades. Preguntemos cuándo y por qué han escuchado la última noticia que lo nombre o a sus países limítrofes. Lo hemos traído a este blog porque somos dados a buscar escenarios poco reconocidos, también seres vivos peculiares, en el Caspio se dan las dos circunstancias. También hablamos de ellos por el escaso hueco que tienen en la cultura escolar, no digamos ya en el conocimiento cotidiano de la gente. Digamos que presentándolos aquí intentamos darles vida reconocida. Para ambientar el asunto podríamos utilizar el documental El mar Caspio, la cara oculta. La escuela es eso, hablar de lo uno y lo otro, combinar lo vivido con lo imaginado, lo próximo con lo lejano, lo de los libros con lo que entran en nuestros ojos por otros canales, la naturaleza en sí misma y en su relación social, etc.
Por cierto, habrá que invitar al alumnado a que se entere de la historia del Mar de Aral, otro gran lago que en apenas unas décadas sucumbió debido a las prácticas agrícolas de proyectos descabellados como es cultivar algodón en terrenos de aridez extrema, desvío de ríos y cosas por el estilo. Un buen ejercicio para el debate en clase es hablar de cómo la especie humana ha poseído el agua. Analicemos con el alumnado qué estuvo bien y qué mal de lo que dice el enlace referenciado. No es necesario que los grupos sean de los cursos superiores. Se trata de leer la noticia y analizar lo hecho y sus consecuencias. Esta estrategia es válida en esas ocasiones en las que analizamos la relación entre sociedad y naturaleza. Proyectemos al alumnado el estupendo documental Aral, el mar perdido de Isabel Coixet y compartamos sensaciones sobre lo que allí se dice y se ve.
Volvamos al Caspio. Digamos de entrada que el lago más grande del mundo lleva camino de la desecación. Así de fuerte. Lo aseguran los científicos holandeses y alemanes que llevan tiempo estudiándolo. Digamos que la superficie del mar –Wikipedia dice que son unos 370.000 km², más de la mitad de la península Ibérica que alcanza casi los 600.000- situado entre Europa y Asia va menguando considerablemente por causas diversas: la más determinante es la evaporación debida al calentamiento global que lleva implícito el cambio climático.
Hacemos una parada aquí para pensar por qué se llama mar si en realidad es un lago; otro tanto le sucedió al Mar de Aral. Quizás porque de antiguo era conocido como Caspium Mare o Hyrcanium Mare, o debido a que es el lago más grande del mundo. Acaso por la singularidad que supone que allí viva una foca única, pues es un mamífero que gusta de mares abiertos; su población ha disminuido un 90% en apenas un siglo. Quién sabe si porque sus aguas son saladas, aunque no tanto como las de un mar normal de sus latitudes, debido sin duda a la aportación de casi 130 ríos, entre los que destacan el Volga y el Ural, que son nombrados en nuestros libros y salen muy bien dibujados en los mapas. El mar estaba unido a otros mares hace unos 30 millones de años pero entonces, por causas que no vienen al caso pero que estaría bien que el alumnado de secundaria conociese, se levantaron hace unos 5,5 millones de años las montañas del Cáucaso y otras y lo dejaron encerrado.
Pero el Caspio se enfrenta a grandes peligros: extracción de petróleo (plataformas, vertidos), construcción de islas artificiales y contaminaciones diversas debidas a la actividad agrícola e industrial intensa y sin control. Y sobre todo, la pérdida de agua –algunos estudios impulsados por el PNUMA hablan de que el nivel bajará 18 metros durante este siglo- por evaporación y menos aportaciones de los ríos, lo cual llevará a un aumento de la proporción de contaminantes, una disminución del oxígeno disuelto y la consiguiente pérdida de vida. Pero además, los países limítrofes, convendría identificarlos en clase, pelean por sus aguas y riquezas. Mal asunto, si bien parece que se pusieron de acuerdo hace un par de años después de haber estado dos décadas pensando los pormenores, según nos cuenta la BBC News.
Desde la ventana de nuestra escuela no se ve el mar Caspio pero es fácil llegar a él con documentales, o simplemente a través del pensamiento dialogado. No sabemos qué pensaría de la situación actual Alexandre Dumas, sí, el autor de Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo, que hace más de 150 años se dio sus paseos literarios por este mar y por la estepa rusa. Quizás en lugar de hablar de héroes y malvados escribiese sobre las agonías de los mares Cáucaso y Aral y sus tierras próximas. Quién sabe si en esos padecimientos está el esturión beluga, ese manjar de ricos que lo toman en forma de caviar, acerca de cuyas maniobras comerciales sería conveniente dialogar en clase.
Carmelo Marcén Albero