Una ecoescuela debe estar abierta a recorrer el pasado para imaginar el futuro. El medio ambiente ha condicionado el devenir de las civilizaciones y estas, a su vez, lo han marcado desde siempre y, sobre todo ahora, tienen un impacto importante en cómo es o puede ser. El reconocimiento de cómo ha podido desarrollarse la interacción sociedad-territorio cabe hacerlo mediante estudios científicos o también de la mano del arte, más bien de una serie de pinturas que muestran una parte de los ritmos de la sociedad junto con la naturaleza. Valdrían otras muchas obras, todo depende del sentido de la actividad, del alumnado con el que se trabaje. Las pinturas elegidas son muy conocidas; se accede a ellas fácilmente en Internet con una sencilla búsqueda.
La actividad inicial, de motivación, consistiría en una tormenta de ideas con el alumnado en torno a la siguiente cuestión: “La gente de la antigüedad vivía con más respeto hacia el medioambiente”. Todas las aportaciones se anotan en la pizarra, tengan o no lógica y soporte fundamentado. Si se tiene PDI en clase estupendo; si no han de recogerse de forma escrita en algún cartel, cuaderno o archivo de imagen para retomarlas al final.
Después se pueden programar actividades de desarrollo para conocer a través de los legados pictóricos un poco más la relación medio ambiente y sociedad. Una de ellas es un paseo por la historia a través de imágenes, comenzando en la Edad Media para no alargar demasiado el repaso. Los frescos murales del Panteón Real de la Colegiata de San Isidoro de León que representan el calendario agrícola sugieren que el medio dominaba la vida social, marcaba los ritmos; sin duda, la agricultura y la ganadería empezarían a hacer mella en los primitivos bosques.
Unos siglos más tarde, Pieter Brueghel mostraba con sus cuadros que la vida había adquirido algo de dominio social, sus escenas del quehacer cotidiano resultan ilustrativas. Por aquellos tiempos, el pintor italiano Giuseppe Archimboldo creó cabezas fantásticas compuestas con los vegetales de cada estación, también las hizo con animales. Merece la pena comentar en clase con tranquilidad y detenimiento alguno de sus cuadros. Muchos años más tarde, parece que había nacido el gusto por el naturaleza en los crecientes urbanitas, en realidad debía ser una moda limitada a las clases altas; se aprecia en La pradera de San Isidro, de Francisco de Goya (1812). ¿Qué opinión le merece al alumnado este paseo pictórico que va de la naturaleza servicio y despensa que era hasta entonces hasta ser lugar de recreo?
Con los cursos superiores, puede seguir el viaje desde el campo a la ciudad, del ritmo natural a otro por descubrir. Cabe preguntarse qué querría decir sobre sociedad y paisaje Marc Chagall (1913) en París a través de la ventana, Fernand Léger (1919) en su The city, Georges Grosz (1917) en su Metrópolis, mismo título que dio Paul Klee (1928) a varias de su obras. Al final, para concluir con el alumnado si sociedad y medio ambiente se armonizan, se puede pasear sin prejuicios por la pintura industrializada de Lawrence Stephen Lowry.
El profesorado debería hacer de su clase una galería de arte, exponiendo estas obras u otras a la libre y rica interpretación de los escolares, encontrado previamente argumentos sobre la apropiación social del espacio natural.
Si el profesorado desea que el alumnado se manifieste con más precisión sobre este tema de la relación hombre y territorio puede visionar con tiempo y detalle algunas obras del realismo de Jean-François Millet (1814-1875) o el portorriqueño Francisco Oller (1833-1917). Cabe reflexionar si han transcurrido desde entonces suficientes años para que el trabajo del campo haya cambiado tanto o no; quizás el alumnado necesite información actualizada sobre la agricultura y la ganadería de nuestros días. Habrá que abordar también si en algunas áreas de países del Tercer Mundo el trabajo agrícola se hace igual, si parece que el tiempo se ha detenido. Estas tareas tienen un sentido de desarrollo, aplicación y algo de síntesis. Cabe también echar una reposada mirada a la pintura del colombiano Letop (Andrés Pedroza Salas) en cuyos murales va una parte del sentimiento de impotencia que han podido experimentar los humanos desde el inicio de la industrialización o pasearse por la naturaleza fantástica de la brasileña Tarsila do Amaral (1886- 1973).
Sin duda, cabe elegir cualquier otra selección de cuadros e imágenes -ahora fotografías- para contraponer pasado y presente en la apropiación de medio ambiente de la cual se han ocupado muchos pintores, y alguna pintora, españoles y latinoamericanos. Estaría bien volver a trabajar en gran grupo sobre las primeras afirmaciones recogidas en la tormenta de ideas inicial. Para que el alumnado, a título personal, razone cuál es el modelo que le gusta más, qué ventajas tiene el uno con respecto al otro, si piensa que es posible vivir hoy en armonía con el entorno, si se dan contradicciones entre lo que uno piensa y lo que se puede hacer, si habría que recuperar algunas prácticas antiguas, si tienen razón quienes sugieren una vuelta al medio rural autosuficiente para alcanzar la felicidad. En suma, si se podría rescatar algo útil del pasado; en concreto si habría que imprimir un ritmo más lento en la relación medio ambiente y sociedad para disfrutar del momento. Seguramente sobre esto último, tanto el profesorado como el alumnado, encontrarán sus pros y contras; anótenlas, piénselas también en la intimidad y rescátenlas pasado un tiempo.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)