Aurora Michavila lleva 25 años dedicándose a la comunicación, desde facetas muy diferentes. Desde la consultoría de empesas hasta la interpretación. Hablamos con ella de la importancia de que niñas, niños y adolescentes aprendar a hablar en público. De esta manera, cree la experta, conseguirán conocerse mejor a sí mismos, transmitir mejor y más claramente y aprenderán, también, a escuchar.
Hablar en público. ¿Qué tiene de importante hablar en público para niñas y niños?
Aprender a hablar en público es un proceso para adquirir herramientas que son imprescindibles para relacionarnos con las personas. Va mucho más allá de saber organizar un discurso y expresarlo con confianza. Aprendes a escuchar para contraargumentar y no sólo para responder. Te ayuda a adquirir un pensamiento autocrítico, a convertir mera información en ideas, a relacionar conceptos y a defenderlos con evidencias sólidas. Enriquece tu vocabulario y te enseña a gestionar tu instrumento vocal, corporal y emocional para aumentar tu capacidad de influencia. Te ayuda no sólo a expresarte para que te escuchen, te entiendan, les importe y recuerden lo que has dicho, sino también para mejorar tu capacidad de relacionarte con el otro. Adquirir todas estas herramientas de pequeño te ayuda a convertirlas en segunda piel, a conocerte mejor y a conectar con tu potencial. Evita miedos en el futuro y coloca el foco en lo que de verdad importa cuando hablas con alguien, sea en público o en privado.
El miedo es el freno fundamental para hablar en público. Miedo al ridículo, imagino ¿no?
El miedo a hablar en público es tan común que hasta tiene nombre propio: glosofobia. Nace de la falta de control sobre la situación, de la anticipación de un resultado negativo o contrario al que esperamos y de la sensación de vulnerabilidad al exponer nuestro punto de vista frente a unas personas que nos observan calladas y cuyas reacciones a veces no sabemos leer. Tiene que ver también con el temor a sentirnos juzgados y con no saber gestionar los nervios que nos provoca la situación y que se manifiestan de forma inevitable en nuestro cuerpo. Pero los nervios no tienen por qué ser malos. Son una señal de alerta y una fuente de energía que debemos aprender a controlar. La respiración es la herramienta estrella para hacerlo. Y debemos aprovechar esa adrenalina para defender con más garra nuestras ideas. Por eso la preparación es clave. El 90% de la seguridad que necesitamos la adquiriremos con una buena preparación: de nuestro discurso y de nuestro instrumento.
El mundo adulto tiene mucho que ver con estos miedos de la infancia. No solemos escuchar lo que dicen, o no les damos espacio para que se expresen.
Efectivamente, el adulto lleva una carga de situaciones no resueltas a tiempo que se traducen en temores y en malas estrategias enquistadas en la edad adulta. Hemos escuchado muchas veces que lo que decimos son tonterías, que no sabemos hacer algo o que no valemos para determinada actividad. La infancia debería permitirnos explorar, aprender de lo que no nos funciona y ayudarnos a conectar con nuestro potencial. Nadie nace sabiendo ni a jugar al tenis ni a expresarse para que te escuchen. El buen comunicador no nace, se hace. Y hay que ayudar a los niños a que no acumulen malas experiencias infértiles. Tenemos voz y mucho que aportar, sólo necesitamos buenos mentores que nos acompañen en el camino que estamos empezando a emprender.
¿Cómo pueden hacer docentes y familias para dar seguridad a niñas y niños a la hora de hablar en público o de comunicarse?
Mi primer consejo es que se animen a seguir el curso de ‘Aprendemos juntos’ de BBVA que he creado para que todos los niños y adolescentes puedan, poco a poco, aprender a hablar en público. Es un aprendizaje por pasos, progresivo y acumulativo, pensado para que los profesores puedan enseñarlo en las escuelas o los niños puedan aprenderlo en casa con ayuda, si es necesario, de sus padres.
Está basado en juegos y ejercicios, porque para aprender algo no sólo hay que practicarlo, sino que además hay que disfrutar haciéndolo. Hay que perder el miedo a lo nuevo, haciendo que sea fácil ponerlo en acción. Además, les recomiendo que se enfoquen en dar siempre una retroalimentación positiva al niño. No se trata de hacer las cosas bien a la primera, sino de aprender de lo que hacemos. ¿Qué pasa cuando hablamos sin mirar a los ojos? ¿Qué pasa cuando decimos muchas cosas, pero no llegamos a una conclusión? ¿De qué otra manera podemos hacerlo para conseguir lo que queremos? Si penalizamos los errores, acumularán experiencias negativas que mañana se convertirán en miedos. Hacer los ejercicios con ellos es una buena manera de demostrarles que comunicarnos bien es una tarea difícil para niños y adultos y que con un buen entrenamiento todos aprendemos.
¿Cómo de importante es preparar lo que se va a decir y cómo?
Es fundamental. Lo ha sido siempre y, probablemente, lo sea aún más en este momento. La revolución digital en la que estamos inmersos está propiciando que nos comuniquemos en las redes sociales sin tiempo para la reflexión. Vomitamos lo que pensamos y no meditamos sobre el impacto que tienen nuestras palabras, sobre cómo aterrizan en el otro. Argumentamos sin haber pensado antes si lo que decimos está contrastado. Lanzamos píldoras y cuando luego tenemos que hablar durante 5 minutos seguidos somos incapaces de mantener un hilo conductor. Es una práctica en el día a día que no nos ayuda a comunicarnos de manera eficaz cuando tenemos que hacerlo en el cara a cara. Tanto cuando hablamos en público como en privado, necesitamos saber argumentar para defender nuestras ideas y necesitamos hacernos responsables de cómo aterrizan nuestras palabras. Hay que saber ordenar, relacionar y sacrificar también todo aquello que no aporta valor, que desvía del tema o que contradice lo que decimos. Hay que saber dar sentido y significado a las palabras para que nuestro interlocutor entienda qué decimos, por qué lo decimos y desde qué estado emocional lo contamos. La comunicación es un campo de minas y hay que prepararse para que no te exploten en la cara.
¿Es diferente trabajar con niños que con adolescentes? ¿Por qué? ¿Cómo habría que hacerlo en cada caso?
Niños y adolescentes están en momentos vitales diferentes y hay que facilitar el aprendizaje desde el lugar en el que están. En mi experiencia trabajando con ellos para enseñarles a hablar en público, los niños, en general, están menos pendientes de cómo les ven los demás. Están muy abiertos a explorar y eso hace que se lancen en plancha a hacer ejercicios y se rían de sus errores. Son muy espontáneos, participativos y hablan con menos filtros. Por otro lado, las indicaciones deben ser muy sencillas, concretas y claras. Hay que evitar sacar demasiados aprendizajes de cada ejercicio porque no los retienen tan fácilmente. Y hay que evitar premiar a unos sobre otros. El aprendizaje debe ser muy colaborativo, para que no acumulen temores innecesarios.
Los adolescentes empiezan a ser mucho más conscientes de su entorno y eso hace que a menudo tengan más resistencias para probar y explorar frente a los compañeros. Por otro lado, empiezan a abrazar con más ganas sus ideas, así que ayuda mucho permitir que puedan debatir sobre temas que les interesen. A mí me ha sorprendido mucho lo que pueden aportar cuando les dejas expresar su voz. Ayudarles a hablar en público debería ser un espacio para que aprendan a contrastar y validar lo que piensan y sienten ahora.
Unos y otros están en una edad en la que podemos ayudarles a crecer con confianza en sí mismos y en lo que pueden aportar al mundo. Aprender a expresarlo en público debería ser un buen camino para lograrlo.
Tú trabajas mucho con adultos. ¿Hay diferencia entre lo que les pasa a los menores y a los adultos a la hora de enfrentarse a comunicar alguna idea?
En muchos casos no hay gran diferencia. Llevo 12 años trabajando con adultos de todas las edades y dedicados a todas las actividades profesionales que puedas imaginar, y debo decir que el adulto medio tiene grandes deficiencias al expresar sus ideas. A menudo no se entiende a dónde quieren llegar, ni por qué dicen lo que dicen. Combinan información, pero no construyen un relato fácil de seguir ni de recordar. Se expresan con mucha pobreza y no hablan para relacionarse con el otro. Sus argumentos están muy basados en opiniones, asunciones e ideas preconcebidas.
Les falta solidez y no sacan partido a su voz para poder controlar su discurso. El adulto no siempre se conoce lo suficiente ni sabe reconocer a la persona que tiene delante para lograr comunicarse de manera eficaz. Comunicar una idea es tratar de ejercer el poder de influencia para que todos salgamos ganando y eso implica pensar estratégicamente. En mi experiencia, el adulto piensa y anticipa poco antes de tratar de comunicar algo. Y cree que con la práctica mejorará. Pero practicar sin las herramientas adecuadas es conformarse con caer en las mismas trampas, pero sintiéndose más cómodo al hacerlos.
Danos algunas pautas para trabajar con niñas y niños el hablar en público.
Cualquier persona que desee trabajar con niñas y niños el hablar en público debe enfocarse en: 1) Ayudar a experimentar con la comunicación desde el juego, para evitar que acumulen experiencias negativas que se traducirán sin ninguna duda en miedos como adulto. 2) Invitarles a que apliquen lo que vayan aprendiendo en el día a día, en el aula y fuera de ella. Lo que aprendes para hablar en público te sirve cuando hablas en privado. No es un aprendizaje que guardas en la libreta del semestre, sino herramientas para utilizar en el día a día y relacionarte mejor con las personas. 3) Promover la retroalimentación positiva siempre y destacar las consecuencias derivadas de hacer algo que no funciona. 4) Entender que es un proceso y mejorar lleva su tiempo. Cada niño es diferente. Hay que entender qué es lo que impide que un niño se atreva a hacer o decir algo. Trabajamos con material sensible. Expresar las ideas propias y lanzarse a experimentar con algo nuevo nos coloca en un lugar vulnerable. No acumulemos miedos sin pequeñas victorias.
¿Por qué son importantes cursos como el de BBVA Aprendemos Juntos?
Estudios revelan que 6 de cada 10 universitarios consideran que el salto hacia el mundo laboral es demasiado grande. No han aprendido a convivir con la realidad del mundo adulto. No es sólo una cuestión de falta de conocimientos prácticos de la actividad profesional a la que se van a dedicar, es también una falta de herramientas para gestionar las habilidades blandas que van a necesitar ahí afuera (gestionar sus estados de ánimo, pensar creativamente, influir a través de sus ideas, etc). Cursos como Aprendemos Juntos ayudan a preparar al joven para la vida con la que van a convivir cuando abandonen la etapa meramente académica. Les enseñan a tener estructuras sólidas para gestionarse como personas y para aprender a relacionarse y hacerse escuchar. Les ayudan a seguir convirtiéndose en las personas que pueden llegar a ser.