Por primera vez, el workshop «Cataliza» permitió que quienes lo seguían en la distancia, pudieran participar de forma tan activa como quienes asistíamos presencialmente en el maravilloso espacio de la Fundació Bofill. Todavía sigo admirada por el enorme trabajo de organización que hubo detrás de este encuentro.
Varias semanas después, sigo procesando lo que allí vivimos y no creo que vaya a ser capaz de plasmarlo ahora en palabras, por muchas que emplee. Cada evento de Quererla es Crearla es más poderoso y emocionante que el anterior y, cuando creías que ya se había llegado a lo más alto, en cuanto a intercambio de información, adquisición de conocimiento, comunicación de experiencias o expresión de emociones… va y llega este catalizador tan indescriptible.
El programa fue muy intenso, no sólo en cuanto al tiempo que requirió su desarrollo, sino también en términos de energía e implicación emocional. Se desarrolló a lo largo de dos jornadas que ocuparon diez horas cada una de ellas. Ni siquiera los teóricos tiempos de descanso lo fueron tanto, porque en los corrillos que se formaron pocas conversaciones escapaban al tema que nos había llevado hasta allí.
El primer día se centró en el análisis de la situación de las escuelas y el segundo se abordó el movimiento social. Las mañanas se centraron en temas específicamente del ámbito español y las tardes tenían un carácter internacional ya que, debido a la diferencia horaria, era el momento en que se nos podían unir online las compañeras de América Latina que no habían podido acudir presencialmente.
Romper el silencio
El formato de este encuentro fue muy distinto a lo que está normalizado en jornadas o congresos y, muy especialmente, en aquellos relacionados con la discapacidad. Esos eventos suelen consistir en un panel repleto de profesionales y expertos que se suben a un estrado para formar, informar y aleccionar a las familias, que nos sentamos abajo. Normalmente, ni siquiera suelen estar presentes en estos foros (ni abajo y mucho menos arriba) las personas señaladas por la discapacidad.
En los encuentros de Quererla es Crearla impera la horizontalidad sobre la verticalidad. Su valor más importante es, además, contar con quienes pueden hablar en primera persona sobre lo que significa vivir bajo la opresión del capacitismo. Seguramente no son tantas personas como sería deseable, pero infinitamente más de las que vemos en cualquier jornada organizada en torno a ellas, pero sin ellas.
Otra cosa impresionante es el clima de confianza y seguridad que se crea. Vivimos en un país donde cuesta muchísimo alzar la mano y hablar en público. Seguramente sea el resultado de un sistema educativo que exige silencio desde el primer día que entras por la puerta: silencio para escuchar a quien sabe, silencio para no expresar, silencio para no cuestionar, silencio… Después, cuando esos chicos y chicas llegan a la universidad y no son capaces de exponer oralmente, los juzgamos como apáticos, negligentes e inmaduros, sin cuestionar ni siquiera un poco qué papel ha jugado la escuela en el desarrollo de esa actitud. Se castiga durante años la oralidad y, de repente, de un día para otro, se les exige que les brote la oratoria y la seguridad que requiere hablar en público.
Pues, como decía, resulta impresionante ver cómo esa inseguridad que nos genera nuestra educación respecto a la exposición pública, nunca está presente en las jornadas de Quererla es Crearla. Seguramente, porque sabemos que esa escucha no implica ser juzgadas y sí mucha comprensión, solidaridad y acompañamiento. ¿Qué decir de ver a nuestros hijos e hijas, tan ignorados y machacados en las escuelas, levantado la mano y alzando la voz? Es algo muy difícil de trasladar con palabras. Como complejo será también para ellos y ellas explicar lo que sienten al ser escuchados, valorados y tenidos en cuenta.
Abrirnos, rompernos y exponernos emocionalmente
El encuentro fue mucho más allá de la actividad puramente teórica o intelectual y tuvo una importante dimensión emocional. De hecho, Antón y yo participamos en una mesa que reunía a familias y estudiantes de España y América Latina que fue especialmente demoledora para nosotros. Antón, que suele ser muy participativo en estos espacios, rechazó la palabra cuando, casi al inicio de la conversación, se la ofreció la moderadora, Marisol Moreno. Antón manifestó que no quería hacerlo en ese momento y nos sorprendió a muchos. Después conectamos con Jimena y Jazmín, dos estudiantes de Paraguay a las que Antón había conocido durante el Congreso ION celebrado en aquel país unos meses atrás y con las que había establecido una conexión muy especial. Su intervención fue demoledora por la experiencia de vida de Jazmín en la escuela y el dolor que provocó no sólo en ella, sino también en su hermana Jimena, testigo directo del abandono y el maltrato.
A continuación, escuchamos el testimonio de otra estudiante, esta vez de Uruguay, que podría haber sido, palabra por palabra, lo vivido y sufrido por Antón en su experiencia educativa. Fue entonces cuando Antón se rompió y se preguntó entre sollozos qué habían hecho todos ellos para sufrir esas experiencias y ese maltrato, si nunca le habían hecho mal a nadie.
Fue doloroso y no voy a decir que necesario, porque el sufrimiento jamás debería ser necesario, pero sí que fue el mejor ejemplo de que este encuentro no era un congreso o una jornada de conferencias al uso. Se generó un espacio donde compartir y también donde compartirnos. Abrirnos, rompernos, exponernos emocionalmente. Y seguramente sólo desde la emoción se puede comprender el terrible maltrato que niños y niñas, chicos y chicas están sufriendo en las escuelas y lo urgente que es una transformación radical de las mismas. No es sólo que no aprendan, que no participen, que no socialicen, que no convivan… sino que, además, son lugares que les generan un sufrimiento que no acaba al abandonar la escuela y que les acompaña de por vida.
Dicen los teóricos de la pedagogía que la inclusión requiere de presencia, participación y aprendizaje. De esas tres variables, para muchos de nuestros hijos e hijas sólo se cumple la primera. Están, pero ni participan ni aprenden. Y desde la escuela se nos dice que la responsabilidad es de ellos y de ellas. Que su aislamiento, su soledad y las carencias en sus conocimientos son culpa de su funcionalidad, de sus características, de la etiqueta que les ha sido asignada.
Nos repiten cada día y cada escuela:
- «Es que se aísla.»
- «Es que no tiene los mismos intereses que el resto.»
- «Es que no se entera.»
- «Es que se autoexcluye.»
- «Es que es muy infantil.»
- «Es que le gusta estar solo.»
- «Es que vive en otro planeta.»
- «Es que es más inmadura que el resto.»
- «Es que no escucha.»
- «Es que ha alcanzado su techo de aprendizaje.»
- «Es que lo vives tú peor que él.»
Sin embargo, todas las personas que asistimos al workshop Cataliza, vimos cómo saltaban por los aires todos esos argumentos que nos han dado en las escuelas para justificar la soledad y la falta de participación y de aprendizaje de nuestros hijos e hijas. Hemos visto cómo escuchaban, aportaban, intervenían, aprendían, enseñaban, convivían, reían, trabajaban, bromeaban, asintían, compartían… Cómo hacían todo lo que nos dicen en las escuelas que son incapaces de hacer.
Lo que vivimos en aquel espacio durante ese fin de semana nos revela lo que son en realidad todas las frases que nos escupen a las familias: excusas para tranquilizar la conciencia de quien, pudiendo hacer, no hace nada.
No, la soledad y la falta de participación y de aprendizaje de las infancias y adolescencias nombradas por la discapacidad no son inevitables. Lo que parece inevitable es lo poco que importan sus derechos y su salud emocional en las escuelas.
Romper los moldes
Aquel fin de semana fue posible la presencia y la participación activa de chicas y chicos (entre ellos mi propio hijo) y de jóvenes y adultos que son ninguneados e invisibilizados cada día fuera de aquellas paredes. Los días posteriores al workshop , hablaba con algunas de las compañeras con quienes había compartido las jornadas sobre lo imposible que resultaba que aquello pudiera superarse. Que podría haber nuevos encuentros donde se viviera la misma intensidad de conocimientos, experiencias y emociones, pero jamás mayor.
Sin embargo, ahora, escribiendo este texto, soy consciente de que sí puede ser superable y de que lo va a ser. Tengo el convencimiento de que vamos a organizar y construir un espacio en el futuro, donde van a poder estar, participar, aprender y enseñar muchas más personas en situación de discapacidad de las que lo han hecho hasta ahora. El próximo encuentro va a ser superador y va a ser todavía más brutal. Porque vamos a contar con más niños y niñas, chicos y chicas, hombres y mujeres que hasta ahora no han podido participar ni siquiera en los entornos más diversos. Y va a ser grandioso.
Desde hoy empiezo a soñar ya con el próximo workshop de Quererla y con todos los futuros encuentros de este movimiento comprometido con la construcción de una sociedad realmente acogedora y respetuosa con todas las personas.
Dice la RAE que «catalizar» es favorecer o acelerar el desarrollo de un proceso. Ojalá así sea. Ojalá este workshop que acabamos de vivir sirva de catalizador para romper los moldes que nos impiden ser, y crear la escuela y la sociedad que deseamos.