Hay encuentros que suponen mucho más que una fecha en el calendario. Son energía, cruces de caminos, puntos de inflexión que abren nuevas perspectivas y oportunidades donde las intuiciones compartidas toman forma y se convierten en realidad. Hasta entonces, nuestra conexión había sido cercana e intensa en lo digital, a través de múltiples y variados soportes: correos, mensajes, reuniones virtuales, documentos colaborativos y ¡muchos anexos!, pero cuando nos encontramos en persona, todo cambió: la presencia añadió muchos matices y la participación dejó de ser un acto medido y condicionado por la tecnología para convertirse en algo auténtico, inmediato y lleno de significado.
Los días 30 y 31 de enero, asistimos a la primera movilidad del proyecto «Agrupación de centros por la inclusión y la equidad», una aventura de dos años en la que doce escuelas públicas de toda España (pertenecientes a la Red Internacional de Escuelas de Quererla es Crearla), trataremos de aprender y desaprender para construir una escuela mejor. Nos mueve la certeza de que todo funciona mucho mejor cuando sumamos voces y experiencias, por eso nos impulsa el deseo de compartir ideas y buenas prácticas, porque sabemos que el conocimiento se fortalece cuando se pone en común y se enriquece con la experiencia de otros. También queremos autoconvencernos de que este es el camino. Buscamos encontrarnos con personas que comparten nuestras inquietudes, porque en la educación, como en la vida, el viaje se hace más llevadero al lado de quienes empujan en la misma dirección.
Nos reconocimos en las ganas, en las expectativas… Fue un encuentro de palabras pero sobre todo de gestos, porque la educación inclusiva hace posible generar un tejido de relaciones, de pequeñas decisiones que, sumadas, cambian la manera en la que habitamos la escuela. Y en Barcelona, ese entramado comenzó a tomar forma de auténtica red.

Lo que llevamos, lo que buscamos
Sabemos que todo comienza en el mismo acto de buscar porque la búsqueda ya es en sí misma un paso hacia la transformación, pero debemos definir el rumbo con precisión para evitar diluirnos en discursos vacíos.
La democracia en la educación requiere cuestionar las estructuras que perpetúan las desigualdades para construir un modelo donde todas las voces sean legítimas y necesarias. Vivimos en una sociedad que basa sus esquemas en una noción de normalidad que es, en sí misma, una falacia. La organización de los tiempos escolares, la distribución de los espacios, la selección de materiales y la forma en que se comunica el conocimiento responden a esa idea implícita de que existe un colectivo «correcto» y otro «incorrecto». Se nos enseña a encajar en estructuras predefinidas en lugar de construirlas colectivamente. Por ello la educación inclusiva no trata solo de adaptar el currículo o eliminar de barreras, sino de construir atmósferas de aprendizaje donde cada estudiante aprenda a quererse. La inclusión es un proceso de reconocimiento mutuo, que valida identidades y garantiza que cada persona se sienta valiosa dentro del aula.
De esto nos habló Nacho Calderón, que junto a Teresa Rascón, quiso acompañarnos aunque solo pudiera ser virtualmente.
La Investigación-Acción-Participativa (IAP) desafía esa normalidad impuesta y se convierte en un vehículo para dar voz a quienes históricamente han sido excluidos. No basta con escuchar a la comunidad educativa en su conjunto; es imprescindible amplificar las voces menos escuchadas: el alumnado en situación de vulnerabilidad, las familias que no encajan en el modelo hegemónico, el profesorado que busca transformar desde dentro…
Así que sobre la mesa no solo desplegamos ideas, sino también realidades complejas y urgentes. Hablamos de nuestros grandes desafíos: la falta de recursos que ahoga las mejores intenciones, la resistencia al cambio que a menudo se disfraza de tradición, y el riesgo de que algunos centros, al intentar ser más inclusivos, terminen paradójicamente aislándose y convirtiéndose en guetos.
También pusimos el foco en las oportunidades, en los espacios donde el cambio ya se está viendo. Compartimos las pequeñas revoluciones que cada uno ha impulsado en su propio contexto: estrategias creativas, alianzas inesperadas y soluciones que nacen desde la práctica y la convicción.

No estamos solas
Cuando nos despedimos, después de dos días intensos de trabajo, nos llevamos mucho más que un montón de ideas anotadas en una libreta o de contactos guardados en el móvil, junto al cuadrante de todas las movilidades entre los centros. Nos llevamos la certeza de que no caminamos solas.
Porque en otras escuelas, hay personas que también creen que la educación inclusiva no es un ideal inalcanzable, sino una tarea urgente y compartida. Que el cambio no depende de esfuerzos individuales aislados, sino de una red tejida con compromiso, escucha y acción.
Esto va a ser mucho más que un proyecto bianual financiado por el Ministerio de Educación, se convertirá en un refugio cuando la realidad pese, en faro cuando la incertidumbre nuble el horizonte, en espacio donde la ilusión se contagie y las dudas no sean un punto final, sino el inicio de nuevas preguntas. Porque creemos firmemente que otra escuela no solo es posible, sino imprescindible. Una escuela donde la inclusión no sea un ideal abstracto ni un eslogan bonito, sino una realidad palpable en cada aula, en cada mirada, en cada historia. Un lugar donde todas las voces sean escuchadas, donde aprender no signifique encajar en un molde, sino encontrar espacios que se adapten y den valor a cada singularidad.
Hay encuentros que no terminan cuando acaba la reunión, que con tanto mimo y cuidado prepararon las coordinadoras del CEIP La Parra en Almáchar (Málaga); al contrario, marcan el inicio de algo más grande, de una red que se expande y de un camino que nunca recorreremos en solitario.
