Nunca imaginé que al aceptar la invitación de la Universidad de Málaga para participar en el Workshop Cataliza(Barcelona, 2024), del movimiento Quererla es crearla, iba a vivir unos momentos memorables que llevaré conmigo en el equipaje de vida de lo que sigue.
Desde el minuto uno, se sentía en el ambiente del taller un aire de acogida, juntanza, y muchas ganas de contribuir. Poco a poco fui escuchando intervenciones hechas desde el alma, el corazón, lo vísceral, la reflexión acumulada, la experiencia de vida; y todas ellas tenían algo en común, que por muchos años también había percibido pero que no había logrado precisar en una sola consigna: es necesario parar el sufrimiento en las escuelas.
¿Cómo es eso? ¿De qué sistema educativo estamos hablando? Del sistema que la sociedad humana ha construido para acompañar el recorrido de los miembros que van llegando. Hoy por hoy, se reporta en escenarios judiciales, noticias, informes investigativos y conversaciones de sala, miles de historias de exclusión, de tristeza, de eliminación de la esperanza, de no futuro. Y no creo que esto solo sea conocido para los estudiantes reconocidos bajo el término de “estudiantes con discapacidad”, quienes testimoniaron que llegaban a la escuela, con mucha ilusión de encontrar un espacio seguro, acogedor, motivante; pero que con el tiempo percibían mensajes gestuales, orales, corporales, escritos, que les hacían saber que no pertenecían, no eran de ahí, no encajaban. Todo esto y mucho más se dijo en Cataliza Barcelona 2024. Las voces principales, los roles protagónicos, sin duda los tuvieron los propios jóvenes.
Esto que presencié, espero que pronto lo tengamos también por aquí en este otro lado del charco. Ansío que muy pronto, con Quererla es crearla, tengamos muchos jóvenes alzando sus voces, cuerpos, miradas, comunicando sus propias luchas, causas, esperanzas y anhelos por cumplir.
La educación inclusiva, como visión y respuesta a un sistema educativo con calidad y equidad, ha sido consolidada a lo largo de muchas décadas de experiencia acumulada. Primero con la educación especial, se creyó que lo mejor era una atención segregada; después se dio paso a las aulas regulares, con la condición de que fuesen los estudiantes quienes se ajustasen a las instituciones educativas bajo la denominada integración. Ahora, la voz se alza para reclamar una educación para todos, con todos y con cada uno. Esta aspiración se acoge en algunos países bajo el término de educación inclusiva, y en otros bajo el término de Atención a la diversidad.
Independientemente del término, que bastante confusión ha generado, si recordamos los diversos modos de nombrar, como estudiantes con necesidades especiales (Declaración de Salamanca), que experimentan barreras para aprender (Indice de Inclusión, 2001); estudiantes con discapacidad (según Convención de Derechos de las personas con discapacidad).
Ningún termino o normativa o Politica va a garantizar que podamos estar juntos en las instituciones educativas, si la propia sociedad en su conjunto, lo decide.Por eso en este momento crucial para los movimientos sociales que abogan por la inclusión, debemos apelar a la acción colectiva, a la capacidad de cada uno de los ciudadanos, a la movilización en los medios, la academia, los tribunales, las familias, los patios, la calles.
Workshop Cataliza Barcelona 2024 se desarrolló con perspectiva iberoamericana. Usando la tecnología se pudieron conectar participantes de varios países de América Latina, quienes al unísono, también desde las diversas situaciones y contextos, narraban lo que acontece con las familias, con los docentes, con las autoridades educativas, en fín, con la vida de miles de estudiantes que asisten a los sistemas educativos y experimentan diversas formas de sufrimiento, aislamiento, exclusión. Es decir, que aun cuando lograron ingresar, no lograron ser acogidos ni participar de la plena vida escolar.
Podría pensarse que las historias son muy distintas, porque ciertamente las circunstancias son muy diferentes en España, Colombia, Brasil, Venezuela o Uruguay. Pero la verdad es que en esas diferencias hay grandes verdades compartidas. Voy a enumerar algunas de las que en aquel encuentro pude evidenciar:
1) Que las leyes avanzan en el papel, y es un avance, pero que las sociedades en su conjunto no logran apropiarse de que la educación inclusiva es una posibilidad para todos. En tiempos volátiles, inciertos, complejos y ambiguos, estar juntos se está volviendo una utopía. Nos vamos a quedar sin escenarios donde nos podamos reconocer como miembros de una especie humana, de un grupo social, de una región, de un grupo cercano.
Cumplimos 77 años de la proclamación de la Convención de Derechos humanos (1948); 30 años de la declaración de Salamanca (1994); 19 años de la Convención de Derechos de las personas con Discapacidad, que ha sido ratificada por nuestros países. Incluso contamos con leyes y políticas de educación inclusiva. Y nada de esto ha sido suficiente.
2) Que las etiquetas nos han atrapado, en lo que podría reconocerse como una acción con daño. Que tiene sentido en el sistema de salud para brindar los servicios y apoyos requeridos, como parte de las características personales de cualquier ciudadano, pero que en el caso de las personas con discapacidad se expande y usurpa la existencia toda. Se elimina el nombre, la identidad, las preferencias, y todo se cubre en un rótulo que, además, no informa lo que quisiéramos saber.
Es claro que el estado necesita identificar las necesidades de los ciudadanos, para que, en el marco de la garantía de derechos, pueda brindar los apoyos requeridos, pero no puede ser que el mecanismo para lograrlo genere estigma, discriminación y patologización que lleva al despojo de las ciudadanías.
3) Que demasiados estudiantes se sienten muy solos en las instituciones educativas, y a medida que avanzan de grado escolar, ese dolor se hace más evidente y las experiencias de exclusión son más intensas y duelen más. Tanto esfuerzo de las familias y de los propios estudiantes, para que al final se decida que deben salir, o dejarlos en circunstancias vergonzantes, incluso negándoles las respectivas certificaciones, diplomas o títulos. Según un reciente informe de Unicef, el 51% de los estudiantes con discapacidad que asisten a instituciones educativas regulares reportaron estar sufriendo.
4) Que segmentar los grupos de estudiantes y centrar el debate en los estudiantes con alguna condición, rótulo o etiqueta, termina inmovilizando al sistema educativo. Debemos reconocer que la diversidad humana es lo típico, no la excepción. Finalmente, todos los estudiantes necesitan apoyo, acompañamiento, ayuda, tiempo flexible, actividades complementarias. El asunto es al revés, los apoyos y el despliegue didáctico del maestro no son porque hay un estudiante con discapacidad, sino porque el maestro o la maestra se ocupa de la enseñanza y al frente hay una gama muy amplia de estilos, ritmos y capacidades que se beneficiaran de ellos.
Se han realizado informes mundiales, anuales y regionales acerca de la situación de la educación inclusiva que nos sigue mostrando, con gran preocupación, que estamos muy lejos de lograr la promesa de compartir como seres humanos los espacios educativos. Las evidencias y reportes investigativos muestran que hay miedo, ignorancia y un conjunto de barreras actitudinales que levantan muros e impiden que todos podamos ser acogidos, aceptados, valorados y reconocidos en nuestra diversidad humana.
Para profundizar un poco en el asunto, sin llegar a ser exhaustiva, quisiera escudriñar algunas pistas derivadas de lo que expresan los refranes populares que acompañan nuestra cotidianidad, sumado con lo que encontré en el Workshop Cataliza 2024, tomando como referente la comunidad de aprendizaje que se ha conformado en Redes de Apoyo (a la cual estamos todos invitados, y de paso usamos la Plataforma de participación ciudadana “Decidimos Educación Inclusiva”).
5) Una golondrina no hace verano. Es necesario agruparnos, unirnos, compartir experiencias, lecciones aprendidas, aciertos y desaciertos. La red de apoyo es otro espacio del movimiento, donde creamos comunidad/hermandad, dándonos las manos, las voces, el llanto, las ideas, y algo más. El movimiento ahí permite que nos encontremos paraa compartir eso que nos pasa, lo que hacemos con lo que nos pasa y lo que de pronto podríamos hacer para seguir adelante. Las historias son tan únicas, pero a la vez tan parecidas todas, en la injusticia, en la soledad de las familias, en la invisibilidad de la misión del sistema educativo, en tantas cosas. Esto duele, y mucho.
Frases como: “Cuando vas al cole, no quieres que por hablar por tu hijo te tilden en adelante del padre loco, problemático y conflictivo”, “no queremos represalias”, “te hacen sentir tan chiquito, tan chiquito, que de verdad te lo crees y llegas a aislarte”; pero también frases como “a mí me pasó, pero me les fui por un lado conciliador y logré despertar su empatía y ahora mi hijo está teniendo una buena experiencia”.
Se siente a veces, como un campo de batalla entre las familias y el estado, entre las familias y los docentes, entre las familias y los profesionales, entre las familias y los jueces… Y es que las familias ¡ya no pueden más! Y a veces, la familia es solo la madre, el padre, el hermano o alguno de los abuelos. Es una batalla constante que precisamente encuentra eco en el movimiento y cobra mucho sentido esta juntanza, porque entonces pasa lo inesperado: “Ya no estás sola”, “aquí te escuchamos y podemos compartirte experiencias a ver si algo de esto te hace sentido y te ayuda”, “en este caso hicieron esto y obtuvieron estos resultados”. Es decir, pasas de la soledad a la común-unidad.
También advertimos que no solo sufren los estudiantes y las familias. Escuchamos muchos relatos de docentes y profesionales que acompañan los procesos pedagógicos, que también narraron su soledad, esa sensación de abandono, el temor a ser señalado, e incluso expulsado del trabajo. La educación inclusiva no es responsabilidad exclusiva de los maestros y las maestras, ni tampoco solo del sector escolar; es la resultante del trabajo colaborativo de una comunidad que desea impulsar el sueño de que todos podamos compartir, convivir, comunicarnos y aprender en las instituciones educativas.
6) Casa de herrero, azadón de palo. Se encuentran muchas barreras en los discursos de directivos y autoridades educativas, pero también de docentes que listan las razones por las cuales un estudiante no debería estar en la institución, porque el estudiante no puede aprender. Me pregunto, ¿no será la institución la que no aprende a enseñar? La institución es encargada de la misión de promover al aprendizaje, pero muchas veces ella misma es incapaz de aprender.
7) Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. También escuchamos experiencias positivas de docentes que ayudan a docentes; de familias que ayudan a familias; de estudiantes que ayudan a sus pares. Y sí que disfrutamos de estos recientemente creados colectivos de jóvenes con y sin discapacidad. ¡Enhorabuena!
Un excelente ejemplo lo encontramos en el grupo de 16 estudiantes de secundaria agrupados bajo el nombre de “Estudiantes por la inclusión”, quienes crearon una guía para que los estudiantes no se sientan solos en las escuelas. En uno de los discursos de Indira Martínez de Ilarduya, una de sus miembros, exhorta “que no se van a rendir nunca”, y “que si nos separan desde pequeños como vamos a aprender a convivir”.
8) Cada maestrillo tiene su librillo. Pero no solo los maestros tienen sus preferencias didácticas, sus estilos de enseñanza, sus rituales. También los estudiantes llegan cargados de muchas experiencias para aportar, así que cuando se oye la trillada frase de “yo no sé cómo enseñarle”, pues lo que sigue es preguntarle al propio estudiante sobre sus procesos, preferencias, rutinas, de forma que seguramente también encontraremos que “cada estudiante podría tener su manual bajo la manga”. ¡Escuchémoslos! Hay muchas historias exitosas basadas en la escucha activa.
Los procesos de formación de un maestro inclusivo son los de un buen maestro, es decir, que no debe existir esa diferenciación en tanto todos los maestros y las maestras debemos prepararnos para crecer con los retos que nos trae la diversidad en el aula; pero esta diversidad no “aparece” en el aula, sino que es la realidad humana que reclama ser reconocida, acogida, y valorada en el aula. Que alce la mano el que no sea diverso en ritmos, patrones de aprendizaje, modos de resolver problemas, formas de comunicación, entre otros.
9) El que calla, otorga, pero el que se organiza, moviliza. No es tiempo de callar, ni de dejar pasar las cosas. Hay que manifestar lo que está funcionando y lo que no, y sobretodo, ofrecer la ayuda en la solución. De forma tal que los padres y las madres van a las instituciones, no con problemas sino con soluciones derivadas de un trabajo colaborativo, mano a mano, con todas las personas involucradas.
Por eso, la apuesta es organizarnos como colectivos en el marco de un movimiento social por la educación inclusiva, que trae nuevas oportunidades de aprendizaje, de relacionamiento, de encontrarnos con otros que son distintos pero cercanos, que queremos estar juntos y escucharnos, apoyarnos y seguir adelante. Somos un grupo de personas que quiere contagiar a otros, para impulsar la transformación de todo el sistema educativo, por unas instituciones educativas ¡libres de sufrimiento!
Pienso ahora, cerrando esta reflexión en nuestro querido Carlos Skliar, que une a nuestra América Latina en esta causa, parafraseando, pero al revés… Traigo a escena su importante obra titulada “¿Y si el otro no estuviera ahí?” (Miño y Dávila, 2002), para repreguntar: ¿No será que el que no está ahí es el sistema educativo? Que tal vez por preocuparse por responder ante las distintas presiones, modas, temas que le impone la sociedad, no le queda tiempo de mirarse, de autoobservarse, de reinventarse, de seguir aprendiendo permanentemente.
¿Quién dijo que el sistema educativo solo puede ser como lo hemos conocido hasta el momento? Se transforma la ciencia, la banca, las ciudades, las familias… ¿Por qué el sistema educativo no se transforma?
Soy optimista en creer que nuestro movimiento de Quererla es crearla ayudará a tocar la puerta de las sociedades y de los sistemas educativos globales, regionales y locales, para recordarles que los seres humanos, sí seguimos ahí; en las instituciones educativas, con vestido de estudiante, de docente, de directivo, de autoridad educativa, de profesional, de investigador, de padres, madres, familias… Que aún no nos hemos ido, y que debemos ponernos a hacer que sea posible. Que el sistema educativo siga su norte alrededor del encuentro de todos y todas, en la juntanza, de eso que todavía no nos han arrebatado: el sentido de lo humano. Quererla es crearla es un movimiento que lucha para que ese sentido vuelva y permita responder que esos otros y otras, ¡sí están ahí!
Texto in memorian de Susan Peters. Maestra de maestras. Líder mundial de la Educación inclusiva. En su segundo aniversario de fallecimiento (17/04/2023)