En estos últimos años, el tenue eco que dejaron los vigorosos movimientos de la renovación pedagógica en todo el Estado español está empezando a cobrar vida de nuevo. Comienza a sentirse una vibración cuando el discurso resurge con fuerza desde distintos colectivos y movimientos que lanzan un grito alto y claro al: ¡No pasarán!, tal y como expresó nuestro colega, Peter McLaren, en una intervención durante el III Congreso Internacional de Pedagogía Crítica e Inclusiva celebrado en Madrid el pasado mes de octubre.
Cuando una maestra como yo pregunta el primer día de clase a su alumnado, en la clase de Didáctica General de 1º: ¿Alguien participa en algún tipo de voluntariado, asociación, movimiento vecinal, etc.? Y solo hay un par o tres de brazos tímidamente levantados, la reflexión que debemos hacer es colectiva y va más allá de la didáctica general y la renovación pedagógica. Tenemos que hablar de compromiso. Compromiso político, social, pedagógico… en definitiva, de compromiso vital. ¿Cómo interpretamos el mundo que nos ha tocado vivir?, ¿cómo nos posicionamos ante lo que sucede?, ¿qué piensas hacer tú?
El compromiso vital, como motor de la renovación pedagógica, demanda que los docentes no solo estén preparados técnicamente, sino también comprometidos éticamente con los valores democráticos y de equidad.
En este sentido, la labor pedagógica es, ante todo, una labor política. No en el sentido partidista del término, sino en su dimensión más amplia de la construcción de una ciudadanía crítica, capaz de analizar su realidad y de intervenir en ella para cambiar lo que no funciona.
La educación no es neutral, debe estar profundamente enraizada en la idea de justicia social y en la creencia de que todos tenemos derecho a un entorno educativo que nos permita desarrollarnos plenamente.
Sin embargo, para que esta renovación sea posible, es necesario que el colectivo docente comprenda que no es una labor que se pueda hacer a solas, sino comunitaria, que es colaborativa por naturaleza y debe implicar a toda la comunidad. Solo a través de esta red podremos garantizar que la educación transcienda las paredes del aula y se convierta en un verdadero agente de cambio social.
En este contexto donde el voluntariado, las asociaciones y los movimientos sociales y vecinales, juegan un papel crucial; el hecho de que, como he dicho, solo unos pocos estudiantes levanten la mano, refleja que tenemos un gran desafío por delante. ¿Cómo podemos esperar que los y las futuros docentes promuevan una educación comprometida si no experimentan en su propia formación el valor de la participación y el compromiso por y para la sociedad?
Es necesario que las universidades y las instituciones educativas formen y faciliten este tipo de reflexiones y experiencias, integrándolas como parte fundamental de la formación docente. No se trata de que nuestro alumnado se buen profesional técnicamente, sino de formar personas comprometidas, conscientes de la realidad social y política que les rodea y sean capaces de actuar sobre ella.
La renovación pedagógica implica una transformación profunda del rol del docente y de la escuela como institución. Y no vendrá sola desde cambios curriculares, metodológicos o didácticos, sino que vendrá cuando haya un cambio de actitud y de mirada respecto al papel que juega la educación en la sociedad.
El compromiso del que hablo no es opción, es una necesidad. En este momento de la historia en el que nos ha tocado vivir: complejo, con crecientes desigualdades, con crisis globales y guerras, la educación debe ser un espacio debe formar ciudadanos activos, críticos y comprometidos con la transformación de su entorno. Y este compromiso debe iniciarse en la formación inicial del futuro profesorado. Las futuras generaciones docentes, no solo deben ser competentes en innovación, didáctica y pedagogía, sino también en empatía, solidaridad y justicia social.
La renovación pedagógica no es un simple cambio de método o estrategia educativa, sino una renovación de toda una mirada que solo será posible si los docentes adoptamos un compromiso vital con la transformación social, si nos vemos a nosotros mismos como agentes de cambio capaces de influir en el futuro de la sociedad.
Es hora de retomar ese leve ruido y convertirlo en un grito de cambio, un grito que resuene en todas las aulas y que inspire a las nuevas generaciones a construir un mundo mejor.