Reflexionar sobre la renovación pedagógica significa poner sobre la mesa todo lo que tiene que ver con el sistema educativo, con la relación enseñanza-aprendizaje, con la educación en su sentido más amplio; todo ello constituye una dificultad fundamental en el momento de tratar esta cuestión. Otra dificultad es la “descafeinización” de términos como “renovación” debido a su profusa y confusa utilización.
Confusión es lo que hay a veces entre renovación e innovación, sobre todo si pensamos que este segundo término define mejor lo que queremos expresar. Sin embargo, en los movimientos de maestras y maestros siempre se ha utilizado el término renovación, no en el sentido de reparar, de volver a hacer nuevo algo viejo, sino con una intencionalidad más radical. La intención de introducirse en un proceso, una estructura o una institución para transformarla de arriba abajo, con una actitud de respeto hacia la labor ya realizada pero generando un proceso constante de búsqueda de nuevas ideas, propuestas y aportaciones para la solución de los problemas. Un proceso que puede comportar un cambio esencial en la teoría y en la práctica educativas.
El tiempo ha hecho cambiar las circunstancias
Desde el año 1975, cuando como fruto de discusiones colectivas apareció el documento «Por una escuela pública» (durante los años posteriores, 1976 y 1977, se matizó y se le añadieron nuevos aspectos), y aún podríamos decir también que, desde los primeros congresos y jornadas de los Movimientos de Renovación Pedagógica, se han producido cambios.
Obviamente no es el momento de analizar a fondo los cambios políticos, la reforma de las estructuras políticas, el sistema parlamentario, la nueva estructura del Estado y la asunción de competencias en materia educativa, las leyes de educación y la reforma que han comportado, etc. Basta con reconocer que se ha producido un cambio cualitativo en nuestra sociedad en los últimos decenios, lo cual nos ha llevado a replantear la enseñanza desde una óptica diferente a la de épocas anteriores y que lógicamente ha influido en la necesidad de una renovación profunda.
Estos cambios nos obligan a partir de nuevas premisas, a actualizar nuestros puntos de vista. Muchas de las circunstancias concretas que rodeaban la enseñanza han cambiado. Hemos visto como muchos de los factores cuantitativos (escolarización, construcciones, ratio, materiales…) han sufrido variaciones importantes, dejando de lado los problemas puntuales, de manera que han pasado al primer plano las cuestiones cualitativas, es decir, ahora nos preocupamos más por la mejora de la calidad de la enseñanza, lo que se concreta en el análisis y la revisión de aspectos tan importantes como la individualización, la inclusión, las adaptaciones curriculares, el tratamiento de la diversidad, el trabajo en la colegialidad, la elaboración de proyectos específicos, los valores educativos, la contextualización curricular, la competencias clave humanas… En la actualidad, la renovación pedagógica debe tener como objetivo predominante todo ello, pero sin olvidarnos de otros aspectos importantes como, por ejemplo, la mejora de las condiciones de trabajo.
Esta renovación, que se pretende en la enseñanza no puede definirse en términos de abstracción, sino que, por el contrario, tiene que ir ligada a un análisis de la realidad social actual (sus valores predominantes, la relación indicadores de rendimiento/indicadores educativos, los rasgos más característicos, las relaciones de poder, las contradicciones…) desde la realidad macrosocial a la microsocial.
Esta última es también muy importante, ya que consideramos la renovación pedagógica como un proyecto socioeducativo enmarcado en un determinado contexto, y algunas de las características de este proyecto tienen que ser la originalidad, la descentralización, la especificidad, la autonomía y la investigación.
Así pues, el análisis específico de nuestra realidad social nos permitirá tener en cuenta sus características diferenciales.
Por tanto, en la balanza de la renovación pedagógica hay dos platillos; por un lado, los principios compartidos, el trabajo conjunto, los grandes objetivos, y por otro, este análisis específico, sin el cual difícilmente podremos iniciar y transformar la educación en nuestro contexto.
No nos queda más remedio, por razones de espacio y de prioridades, que dejar de lado algunos aspectos importantes. En esta línea, queremos decir que la renovación pedagógica es un proceso complejo cuyo carácter no es únicamente técnico sino también ideológico, lo cual debería ayudarnos a plantear un cuestionamiento constante del qué, del por qué y del cómo se hacen las cosas en función de la voluntad de cambiar, por lo menos, los procesos sociales y educativos.
En el siglo XXI hay que dejar atrás muchas cosas que fueron muy útiles en su momento, con la intención de dar un salto hacia adelante. En los últimos años hemos visto nuestro mundo occidental conmocionado, se han producido unos cambios políticos a una velocidad de vértigo y no hay razones para pensar que sea un proceso concluido. La renovación pedagógica tiene que impulsar un cambio educativo constante, sabemos que tenemos una historia, un pasado, pero en el siglo XXI la educación se mueve entre la incertidumbre, la complejidad y la diversidad. Una actitud favorable hacia el cambio tiene que ser una característica de cualquier movimiento renovador.
La renovación pedagógica al servicio de todos
Hay un componente característico de la renovación pedagógica que es la escuela pública. La escuela pública, debemos decir que ya hace tiempo que los Movimientos de Renovación Pedagógica se decantaron por trabajar por la escuela pública, pero esto no significa únicamente que ésta sea sufragada totalmente (y esto implica gratuidad en todo lo que la escuela ofrece) por la Administración, sino que defiende una escuela para todos, sin discriminación y arraigada y comprometida con el contexto. La Renovación Pedagógica debe continuar trabajando intensamente por la escuela pública,
Pero la defensa de la enseñanza pública y de la escuela pública, puede esconder algunas trampas como que el profesorado se sienta únicamente funcionario, es decir, asalariado de la Administración; el profesorado tiene que rehuir de una profesionalidad basada en un modelo funcionarial) para avanzar hacia un modelo autónomo, con un control inter e intraprofesional, en el que encuentre el estímulo necesario para, conjuntamente con sus compañeros, desarrollar procesos de indagación, proyectos de intervención y de organización educativa. La reflexión y la investigación en la elaboración de los proyectos propios y el conocimiento alcanzado, mediante la comparación y contrastación de otros proyectos, darán coherencia a las propuestas renovadoras.
A fin de que estos propósitos se conviertan en una realidad y que cada vez sean más numerosos los profesores y profesoras con este espíritu renovador, esta escuela pública necesita generar una actitud investigadora, de autocontrol, de intercambio de ideas, experiencias, propuestas, proyectos, materiales… Una actitud contraria significaría encerrarse en sí misma, depender de personas e instituciones ajenas a la práctica profesional y, por lo tanto, deslizarse hacia la desprofesionalización. Para evitar este peligro es necesario crear mecanismos de participación colectiva en que la investigación y el intercambio asuman el objetivo principal (apoyo colectivo, base de datos, encuentros…). Sin la discusión, el trabajo en común, la divulgación entre compañeros, las experiencias innovadoras y los proyectos de renovación pedagógica pueden parecer islotes en medio de un océano de indiferencia.
La renovación pedagógica tiene que dar un salto cualitativo y pasar de impulsar experiencias de renovación a buscar la generalización e institucionalización del cambio.
Renovar las situaciones que condicionan la educación
La renovación pedagógica implica una labor de investigación e interacción colectiva y, aunque se desarrolle en cualquier lugar donde pueda participar un docente, alcanza sus verdaderas características en el trabajo en el interior de los centros educativos, donde se dan unas determinadas estructuras, prácticas, conceptos, intereses y valores. La renovación individual es una renovación superficial, la labor colectiva da un sentido más duradero a la transformación. Ello es así porque suele estar ligada a un proyecto propio, enraizado en el medio, en el que se ha planteado la discusión de los valores y finalidades y se han buscado las circunstancias más favorables para desarrollar la labor profesional.
Si queremos que la renovación sea una labor mayoritaria, y no de minorías, el profesorado debe disponer de tiempo para discutir y compartir problemas y soluciones, y también para elaborar los proyectos y el material que utilizará en la intervención educativa, lo que significa participar en el trabajo de investigación, tan necesario en cualquier actividad profesional renovadora.
La renovación pedagógica no puede alinearse con la burocracia ni con la uniformización que tanto suele gustar a las Administraciones, sino que encuentra su verdadero camino en la diferenciación y en la adecuación al entorno, en la autonomía y la participación y la corresponsabilización de una gestión democrática.
La renovación pedagógica no debe introducirse únicamente a través de la trasmisión de los contenidos en las aulas, mediante técnicas docentes, sino que debemos renovar las estructuras de organización. Debemos cambiar lo que sigue inamovible, con pequeños cambios formales, desde hace más de un siglo: nos referimos por ejemplo a la organización del centro en aulas; horarios; agrupaciones de alumnos por edades; tutorías; canales de comunicación; adecuación a la realidad laboral y familiar; mobiliario; distribución de espacios… La Renovación Pedagógica debe plantearse la necesidad de remover estas rutinas, aunque en un momento dado estuviesen avaladas por un concepto renovador.
Investigación, formación y autoformación como base de la renovación pedagógica
La participación del profesorado es imprescindible para desarrollar procesos de renovación colectiva y para ir asumiendo una profesionalidad basada en la autonomía y la no dependencia. Pero los procesos de renovación deben comportar también un beneficio para el profesorado en el ámbito de su formación.
El profesorado debe encontrar a su alrededor experiencias innovadoras para analizarlas y valorarlas, sobre todo el profesorado que se inicia en la tarea docente. Los futuros profesores y los profesores que se incorporan al sistema público deben convivir en un ambiente de renovación educativa, lo que significa establecer los mecanismos organizativos y legales que faciliten una verdadera formación entre iguales (centros experimentales, total descentralización comarcal de la red de formación con profesorado formado en tareas formativas, una relación más estrecha con las universidades, fomentar experiencias colectivas en los centros…), superadora de la formación estándar y dirigida a una autoformación profesional.
Esto debe llevarnos a generar procesos de renovación que mantengan una estrecha relación entre teoría y práctica, entre investigación y acción. La renovación/innovación en los centros debe conjugar la teoría, la práctica y el compromiso con el medio en que se desarrolla esta práctica mediante procesos de investigación colectiva.
En definitiva, la renovación pedagógica debe ser una herramienta para la revisión de la teoría y para la transformación de la práctica educativa. El análisis crítico de la realidad es un primer paso para entrever las contradicciones que se hallan entre la realidad social y los valores de una educación a la medida de la persona. La renovación pedagógica debe apostar por introducir el análisis y la denuncia de estas contradicciones y establecer los caminos para un trabajo transformador, para no caer en prácticas «modernizadoras» sin innovación, que suelen ser igualmente reproductoras. Esto implica también no reducir la renovación a la mera intervención educativa sino salir de las paredes de las aulas y centros para colaborar o asumir protagonismos en otras actividades sociales. La renovación pedagógica debe asumir cotas de movimientos sociales.
Por otro lado, la renovación pedagógica tiene que conservar una parte de carácter utópico. La utopía educativa es patrimonio del profesorado y no se puede renunciar a ella. Ello no significa pecar de idealismo ni de ingenuidad, sino tomar conciencia de que el trabajo encaminado a la renovación comporta ver como algunos objetivos sólo se pueden alcanzar a largo plazo, objetivos que pueden parecer inviables en un cierto momento y convertirse en realidad en otro.
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