La reciente reunión entre Donald Trump y Benjamín Netanyahu ha marcado un punto de inflexión en la política exterior de Estados Unidos respecto a Gaza. Las declaraciones de Trump, combinadas con la recepción oficial al primer ministro israelí en Washington, han sido interpretadas por analistas como una luz verde tácita a la estrategia de limpieza étnica en el enclave palestino. Este respaldo implícito refuerza la posición de Israel y plantea serias cuestiones sobre el compromiso estadounidense con el derecho internacional y los derechos humanos. Más allá de la geopolítica, esta política está cimentada en una visión abiertamente racista que deshumaniza al pueblo palestino y lo considera prescindible en la configuración del nuevo orden regional.
La política exterior de Estados Unidos y su apoyo incondicional
Desde el inicio del conflicto en Gaza, Estados Unidos ha mantenido un respaldo inquebrantable a Israel, sin importar la administración de turno. Si bien la política de Biden ha sido menos explícita que la de Trump, el apoyo a Israel ha sido siempre incondicional. La reciente reunión con Netanyahu y las declaraciones de Trump en la Casa Blanca reflejan un cambio en la forma, pero no en el fondo: la justificación pública de acciones que organismos internacionales han denunciado como crímenes de guerra. Este apoyo va más allá del pragmatismo político; es una validación ideológica de la supremacía israelí sobre la población palestina, con el aval implícito de un sistema global que permite la colonización y la represión racializada.
Israel ha utilizado la narrativa de la “seguridad nacional” para justificar su política en Gaza, una estrategia que ha contado históricamente con el respaldo de Washington. La diferencia ahora radica en la ausencia de cualquier matiz en la postura estadounidense. Al presentar a Netanyahu como un aliado estratégico indispensable, la administración Trump no solo blinda la impunidad israelí en foros internacionales, sino que también minimiza las críticas internas dentro del propio Estados Unidos. La narrativa de “Israel como la única democracia en Medio Oriente” se mantiene pese a las evidencias de un sistema de apartheid y limpieza étnica que la comunidad internacional ha condenado repetidamente. Esta alianza, más que una cuestión de interés político, responde a una estructura de poder racista que permite la supremacía colonial israelí con el aval estadounidense.
La respuesta internacional y los límites del derecho internacional
La comunidad internacional ha reaccionado con preocupación ante la reciente escalada de violencia en Gaza y el respaldo estadounidense a las políticas israelíes. Naciones Unidas y diversas organizaciones de derechos humanos han denunciado las acciones en el enclave palestino, pero la falta de mecanismos coercitivos efectivos limita la capacidad de frenar la ofensiva. La reunión entre Trump y Netanyahu ha sido interpretada por muchos actores internacionales como una señal de que Washington no solo no presionará a Israel para reducir las hostilidades, sino que seguirá proporcionando apoyo militar y diplomático. La hipocresía de las potencias occidentales queda expuesta: mientras que sancionan a países del sur global por violaciones a los derechos humanos, blindan la impunidad israelí a pesar de las evidencias de crímenes contra la humanidad. El derecho internacional, en este contexto, se revela como una herramienta flexible que solo se aplica cuando conviene a los intereses de las potencias dominantes.
El futuro de Gaza bajo el nuevo paradigma
La situación en Gaza parece encaminada hacia una profundización de la crisis humanitaria. Con el respaldo explícito de Trump, Israel tiene ahora mayor margen para intensificar su estrategia sin temor a represalias significativas. Esto no solo agrava la situación en el terreno, sino que también reconfigura el equilibrio geopolítico en la región. Más allá de la dimensión política y militar, lo que está en juego es la impunidad de un proyecto de limpieza étnica con el aval de una potencia mundial que, a lo largo de su historia, ha justificado masacres y desplazamientos en nombre de la “seguridad” y el “orden”. La cuestión central sigue siendo si la comunidad internacional tendrá la capacidad —o la voluntad— de contrarrestar esta dinámica y garantizar un mínimo de protección a la población palestina. Lo que es evidente es que, sin una presión global efectiva, la violencia colonial seguirá imponiéndose como norma en el conflicto israelo-palestino.