Úrsula Iguarán, personaje central de Cien años de soledad, dice en varias ocasiones, conforme se va acercando más y más al ocaso de su vida y la perspectiva del tiempo le permite contemplar un vasto pasado, que pareciera que el tiempo no avanza ni crea nada nuevo sino que “da vueltas en redondo”. Desde esta inocente y sabia forma de observar el paso del tiempo se nos presenta este como algo cíclico mucho más que lineal y, por lo tanto, se nos lanza la velada advertencia de que nada que haya sucedido nos resulta ajeno, pues siempre puede volver a suceder.
Hoy más que nunca, la conmemoración del 80º aniversario de la derrota del nazismo y el fascismo en Europa no puede ser solo una efeméride o una suerte de curiosidad histórica que señalar en el calendario. Más al contrario, es un buen momento para insistir en lo que se lleva insistiendo mucho tiempo: en lo que el fascismo y el nazismo significaron para Europa y para el mundo, en la destrucción y la barbarie que conllevaron, en el sufrimiento que acarreó su emergencia y en la dificultad que supuso poder derrotarlos.
Pero también debe ser el momento de insistir en lo que no se suele reparar tanto: en comprender lo que sucedió no como un hecho histórico cerrado y aislado, en relacionarse con los acontecimientos acaecidos no como si fueran algo muerto e inerte sino en comprender que las condiciones de posibilidad de dichos fenómenos se dan en toda sociedad y en todo momento, y que por lo tanto cabe estar atentos. Una atención no desde la culpa incesante y constante, no desde la sospecha paranoica, sino, simple y llanamente, desde la posición de quién comprende que el tiempo a menudo “da vueltas en redondo”.
La repetición nunca es la repetición de lo mismo, según observamos en algunos de los pseudónimos de Søren Kierkegaard. Es decir, no podemos esperar que los hechos ocurran con exactamente las mismas formas, en el mismo orden, con la misma estética y, en definitiva, con exactamente el mismo contenido. Por eso Úrsula tardó tantos años en llegar a su reflexión, porque la dificultad estriba en observar que los patrones se repiten pero juegan al despiste: al cambiar algunos elementos de la trama tendrás que tener perspectiva y, sobre todo, tiempo para ver que realmente todo estaba dando vueltas.
Seguramente por esta última razón tenemos la tentación de observar el pasado como algo finiquitado, como algo que nos queda lejano y que no se parece a lo que vivimos hoy en día. En este sentido, si ya no hay Sieg-Heil en público (bueno, casi), si ya no hay una teoría biologicista de la superioridad racial o si el judío no es el chivo expiatorio y la categoría abyecta que fetichiza todos los males de la sociedad… Si no encontramos nada de esto, entonces es porque el nazismo y el fascismo son cosa del pasado.
Sin embargo, en un mundo en el que millones de personas se enfrentan a la “decisión voluntaria” (en fin…) de abandonar su hogar por siempre o ser masacrados en la ratonera en la que se ha convertido la Franja de Gaza, un mundo en el que las personas migrantes son responsabilizadas de todos los males de una sociedad que hace aguas precisamente por su trato al diferente, un mundo en el que el colectivo LGTBIQ+ es acusado de querer pervertir la mente de nuestra infancia y juventud a la vez que se criminaliza su presencia en muchos lugares, o un mundo en el que se justifica la desigualdad más brutal y se responsabiliza a los más vulnerables económicamente de su propia situación… En definitiva, en un mundo en el que continuamente se buscan nuevos chivos expiatorios, fetiches que sirven para señalar a culpables de nuestro malestar que son fáciles identificar (y de odiar)… En un mundo como este, decía, no podemos seguir mirando al pasado como una curiosidad, como un accidente o como un hecho irrepetible. Porque en buena medida se manifiestan síntomas que nos recuerdan y nos retrotraen a los momentos más oscuros de un pasado que no acaba de ser pasado del todo.
Porque, con Úrsula, empezamos a tener claro que el tiempo parece “dar vueltas en redondo”. Tengamos la valentía de tomar cartas en el asunto antes de llegar nosotros también al ocaso de nuestras vidas, es nuestra responsabilidad.