La movilización masiva del electorado progresista, aterrorizado ante la perspectiva de una mayoría absoluta de la ultraderecha que le permitiese nombrar al primer ministro, ha sido clave para la victoria de la izquierda, que sin embargo solo tendrá mayoría simple. También ha jugado un papel central el ‘frente republicano’ formado por el NFP y Ensemble, que retiraron muchas de sus candidaturas para concentrar el voto anti-RN – si bien el electorado del NFP siguió en más medida que los ‘macronistas’ la consigna de votar a cualquier candidatura que pudiese derrotar a la ultraderecha.
Pocos minutos después de conocerse las primeras encuestas a pie de urna, Jean-Luc Mélenchon reclamó a Macron que nombrase un primer ministro del Frente Popular, que aplicaría “todo su programa”. Sin embargo, no está nada claro que se cumplan los deseos del polémico líder ‘insumiso’. La costumbre es que el presidente designe jefe de gobierno al candidato del grupo parlamentario más numeroso, pero no es una obligación legal. En la noche electoral, Macron dijo que “esperará la estructuración de la nueva Asamblea Nacional para tomar las decisiones necesaria”, una forma de ganar tiempo. La fragmentación parlamentaria es una novedad en la Quinta República francesa, muy presidencialista y diseñada para limitar el poder del Parlamento.
El ministro de Interior, Gerard Darmanin, se apresuró a proponer un acercamiento entre los ‘macronistas’ y la derecha tradicional de Los Republicanos (LR), que han quedado en cuarta posición, ya que el conjunto de los dos grupos suma más diputados que el Frente Popular. Todavía no había acabado el recuento y en los platós de televisión ya se barajaba otro posible acuerdo: una gran coalición entre Ensemble y los sectores más moderados del Frente Popular (presumiblemente el PS y los ecologistas), quizá también con LR. Esta coalición implicaría romper la exitosa alianza de izquierdas para marginar a La Francia Insumisa, el principal motor de la victoria del NFP y el grupo más grande dentro del Frente.
En los próximos días el PS recibirá una gran presión política y mediática para mirar a su derecha y algunos de sus líderes, como Raphaël Glucksmann, podrían prestarse a ello. Pero no está claro que sea un movimiento inteligente para un partido que estuvo a punto de desaparecer tras la desastrosa presidencia de François Hollande y ha salido de la irrelevancia política gracias a su alianza pragmática con La Francia Insumisa. Mathilde Panot, una de las portavoces de LFI, detalló el domingo cuáles serán sus primeras medidas si llegan al gobierno: subir el salario mínimo a 1600 euros, abrogar la reforma de Macron que atrasa la edad de jubilación a los 64 años y reconocer el Estado de Palestina.
La del domingo fue una noche de euforia para una izquierda inspirada en la experiencia histórica del Frente Popular de 1936, que impidió el triunfo del fascismo en Francia y consiguió avances sociales como las vacaciones pagadas. Pero la ultraderecha ha conseguido su mejor resultado en unas elecciones legislativas y fue la fuerza más votada en la primera vuelta. Si los factores que han alimentado su crecimiento en los últimos años siguen en marcha, Marine Le Pen podría ganar las elecciones presidenciales de 2027, un escenario que hace poco era inimaginable.
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