El congreso de las diputadas y los diputados acordó, recientemente, por unanimidad que la asignatura de Filosofía se recupere en 4º de la ESO y sea de nuevo obligatoria en Bachillerato. El proyecto, producto de una Proposición No de Ley presentada por Unidos Podemos, incluye crear un curriculum común para dicha materia en toda España.
Desde la promulgación de la LOMCE algunas comunidades autónomas han utilizado su margen de actuación para garantizar la obligatoriedad de la Historia de la Filosofía en el Bachillerato. Ahora el acuerdo del Congreso tiene como objetivo restituir a la Historia de la Filosofía su carácter común y extender su obligatoriedad.
Pero quedan dos tareas aún más complejas e importantes. La primera rescatar a nuestras y nuestros adolescentes y jóvenes de recibir una filosofía a ladrillazos, que truena en sus oídos como si vertieran agua en un tubo, al tener que cumplir como estudiante el deber de repetir, bien de palabra o en pruebas escritas, lo que ha ido recibiendo. No conozco a ningún adolescente ni joven que relate lo agradable e instructiva que le ha resultado la asignatura de Filosofía.
Todas aquellas virtudes y buenas aptitudes que se consideran beneficiosas para ellos y para ellas o no existen para sus docentes o son rehenes de un curriculum que tampoco da margen para que brille la filosofía como un saber que nos hace críticos y librepensadores. Ya advirtió Montaigne: “Saber algo de memoria no significa que se sabe, sino simplemente que se ha retenido en la memoria”. En realidad, el actual curriculum de la asignatura de Filosofía no ensancha ni un centímetro ni el panorama intelectual del alumnado, ni sus saberes o capacidad crítica.
La segunda tarea es salvar el saber filosófico de la actual asignatura de Valores Éticos y de la Historia de la Filosofía.
No estoy de acuerdo con la jerarquía curricular, no creo que haya unas asignaturas más importantes que otras, sino que es un conjunto de saberes no fraccionarios los que deberían construir día a día el curriculum, y no un compendio de contenidos aislados, con los que ya les obligamos a estar “casados” de antemano y para toda la vida. Aquello que yo estudié, y como lo estudié, en Filosofía lo sigue estudiando mi hijo de diecisiete años, cuarenta y tres años después. Como norma para sustentar objetivos, metodología y evaluación es más fácil gestionar la obediencia que la pluralidad de opiniones y un pensamiento activo, crítico y libre.
¿Y por qué no la Filosofía también para la infancia en una primera etapa? La Filosofía para niños y niñas es un proyecto que inició en los años sesenta el profesor de lógica Matthew Lipman, que se dio cuenta de que los estudiantes universitarios que recibía, ya mayores, tenían conocimientos más o menos extensos sobre Historia de la Filosofía pero, en cambio, no sabían filosofar, no sabían dialogar, no sabían aplicar un pensamiento crítico. Nadie les había puesto durante tantos años de estudio en el cruce de caminos que supone todo conocimiento.
No defiendo, sin más, la asignatura de Historia de la Filosofía, defiendo la transversalidad del pensamiento filosófico a lo largo y ancho del currículum y el papel de las filósofas y los filósofos en la construcción del conocimiento desde la infancia. La Filosofía es un saber que nos hace más críticos y más creativos. Que nos permite interrogarnos sobre todo aquello que está aconteciendo en mi escuela, en mi instituto, en mi barrio, en mi ciudad, en mi país, en el mundo. Que permite acercar a las niñas, niños, adolescentes y jóvenes a la ética, a la moral, a la política, a la igualdad, a la equidad, a los derechos humanos universales.
El saber filosófico se debe sustentar en el diálogo con los demás, empezando por la clase y el centro educativo. El diálogo, como fuente de conocimiento que te incita a pensar, que te permite ser consciente de la diversidad, de la pluralidad de ideas que hay en el aula y que a mayor diversidad más oportunidades de aprendizaje tendremos, pues de cualquier persona, hecho o contenido podemos aprender algo nuevo. Tendremos ideas diferentes, y no necesariamente coincidentes, pero esa capacidad de pensar libremente, respetuosa y dialogante nos hace mejores ciudadanos y ciudadanas.
Comprender para actuar. Actuar para conseguir un mundo más justo, alejado de prejuicios, estereotipos e ideas preconcebidas desde la primera infancia.