“Cada cuerpo tiene su armonía y su desarmonía. En algunos casos la suma de armonías puede ser casi empalagosa. En otros, el conjunto de desarmonías produce algo mejor que la belleza”. Este poema de Mario Benedetti, Teoría de Conjuntos, da nombre al proyecto del CEIP Manuel Núñez de Arenas de Vallecas (Madrid) en colaboración con la Fundación Daniel y Nina Carasso (como el resto de los que aquí se recogen), en marcha desde el curso pasado. Que el proyecto, con el arte y la defensa de la diversidad cultural como mascarones de proa, haya recalado en este centro tiene muy poco de casualidad. El colegio, con su apuesta por la educación artística, las metodologías activas y el aprendizaje cooperativo, donde el trabajo es por proyectos, que cuenta con una orquesta de instrumentos reciclados como buque insignia, era terreno propicio. También lo era por sus aulas multiétnicas.
Y se pusieron manos a la obra. Teoría de Conjuntos es un proyecto educativo y musical que, en palabras de Marta Malo, madre del centro, “pretende reivindicar músicas subalternas como el flamenco, la música negra o los ritmos latinos apreciando los cruces entre ellas y respetando el lugar del que viene el otro”.
El proyecto, nos explica, consta de tres patas: Dame tu duende, un taller musical semanal con un artista residente –el año pasado, la cantaora y percusionista Noelia Heredia, La Negri, y este, la directora de coro cubana Aiblín Brito–; un laboratorio mensual con un músico invitado –recientemente les han visitado Foaud Hanniumi y Laura Honrubia, de Dale al aire– con el que hablan no sólo de música, sino de su historia de vida y que, por ejemplo, en este caso les han descubierto las conexiones entre la música árabe y el flamenco, y, por último, un laboratorio de innovación pedagógica, todos los lunes, donde tanto los músicos en residencia como los responsables del taller de teatro –en colaboración con Calatea Teatro– como los educadores del centro ponen en común sus observaciones y analizan el proyecto desde el punto de vista metodológico. El proyecto no se queda dentro del centro y también realizan salidas –el año pasado, con el mundo gitano como eje, al tablao Casa Patas, a la escuela de flamenco Amor de Dios y a un estudio de grabación– y celebran una muestra final para dar a conocer los frutos de su creación.
“El objetivo es abrir mundos”, relata Malo. Y, en este sentido, está todo muy pensado. Que el año pasado fuera Noelia Heredia –mujer y activista LGTB en un mundo de hombres, el del cajón– la artista residente tampoco fue por azar. Como tampoco lo fue el hecho de que se hayan centrado en derribar estereotipos étnicos. El centro llegó a rondar el 85% de alumnado gitano cuando el número de niños por aula estaba en torno a 12 y hoy, con hasta 28, se sitúa en torno al 30% –“el porcentaje que hay en el barrio”, explica Malo–: “No es que se hayan ido los niños y niñas gitanos, es que han llegado más niños y niñas: sobre todo autóctonos payos, pero también subsaharianos y latinos que, en menor proporción, también viven en el barrio”. Así, con una agenda cultural muy rica y una mirada muy centrada en el respeto a la diferencia (cultural, de género, etc.) se ha ido desprendiendo el Núñez de Arenas del efecto gueto, siendo consciente, como decía Benedetti, de que “el conjunto de desarmonías produce algo mejor que la belleza”.
‘Collage’ musical
Dentro del proyecto artístico Antropoloops surgen los talleres Antropoloops, que llegan el curso pasado al CEIP San José Obrero de Sevilla. El primero pretende, desde 2012, tejer “la diversidad musical del mundo”, crear un paisaje sonoro de músicas tradicionales y populares de diferentes épocas y culturas descubriendo las conexiones que existen entre ellas, creando mezclas que encajen a través de las herramientas digitales y el sampleado. Nos lo explica Rubén Alonso (música y diseño), cofundador junto a Esperanza Moreno (visualización de datos), de Antropoloops. Con varios discos en su haber, en los festivales en los que actuaban empezaron a sugerirles la idea de desarrollar talleres con niños y adolescentes.
Así trasladan su collage sonoro con retazos de música de diferentes culturas a las aulas, “como herramienta para trabajar la inclusión cultural y poner en valor la riqueza de la diversidad cultural”. Nuria García, que, junto con Rubén y Esperanza, Fran Torres, Daniel Gómez y Miguel Vázquez-Prada conforma el equipo de Talleres Antropoloops, fue quien dio la pista del San José Obrero, en el Distrito Macarena de Sevilla, con 55% de alumnado de origen cultural diverso, lo que se traduce en 32 nacionalidades distintas. No se trataba ahora de “poner a tocar juntos” a músicos de épocas y lugares diferentes, sino de que los propios alumnos de 5º y 6º de primaria fueran protagonistas de esta creación musical desde la lógica de la remezcla digital, con los rasgos de su identidad cultural saliendo a flote.
“Al principio hubo debates en el equipo. Queríamos ser lo más respetuosos posibles. Estábamos trabajando con sus identidades culturales, pero no queríamos que sintieran que estábamos instrumentalizándolas para nuestros fines”, reconoce Alonso. La acogida del alumnado y del equipo de profesores les refrendaron. Los primeros compusieron emotivas historias de vida musicales en forma de paisaje sonoro –con Camarón mezclándose con El Cóndor Pasa, San Juanito con música tradicional rumana– y collage gracias a entrevistas a sus familias, recopilación de músicas de sus países de origen, pero también fotos, objetos, monedas… que les sirvieron para visibilizar su identidad ante el resto.
Los segundos se han volcado de tal forma que las actividades propuestas en los talleres los están rebasando, contagiando ya otras dinámicas del centro: “Intervenimos con cada curso una hora a la semana en semanas alternas, lo que suman de seis a ocho días de intervención al trimestre. Echamos en falta más tiempo, que este año estamos ganando gracias a un intercambio sonoro con dos colegios, uno de Varsovia y otro de Estambul, en horas de lengua, inglés y música. El equipo docente nos ha facilitado desde el primer momento la introducción de estas experiencias dentro de sus horas lectivas”, explica Alonso, que se propone, como reto, que no solo alumnos y profesores se impliquen este curso, como el pasado, sino también las familias.
Planteles con arte
Los Planters de ConArte Internacional surgen en el curso 2016 por la propuesta de la Hoja de Ruta para la educación artística de la UNESCO (2006) de incentivar la colaboración y el trabajo conjunto entre el mundo profesional del arte y el mundo profesional educativo. El propósito es hacer vivir el arte a gente que normalmente no lo vive, a esos alumnos y alumnas de centros considerados de especial dificultad para quienes es muchas veces un terreno vetado, también por el divorcio cada vez mayor entre la práctica cultural y el aprendizaje en el ámbito escolar, como plantea Gemma Carbó, presidenta de ConArte internacional.
Los Planters, en colaboración, entre otros, con el Ayuntamiento de Figueras, pretenden darle un lugar preeminente a las artes (teatro, danza, música) en las aulas, con los maestros y profesores en tándem con los artistas, y demostrar que, con ello, se está contribuyendo, además, a un mejor equilibrio emocional y clima escolar, fomentando la integración social, el diálogo intercultural y las capacidades de aprendizaje de sus integrantes.
Marcela Otárola, del equipo de ConArte Internacional, explica cómo el proyecto afronta su quinto curso y trabaja en ciclos de dos a tres años con cada centro, aunque hay algunos que llevan en él desde principio. Se desarrolla en horario lectivo y la colaboración puede cobrar diferentes formas (orquesta de cuerda, grupo de ukelele, teatro, danza, audiovisual…). Actualmente, funciona en 10 centros –de infantil y primaria y de secundaria–, todos en Girona. En todos ellos existe una diversidad cultural muy amplia, con algunos que rondan el 100% de la matrícula de niños de familia migrante, otros en que se sitúa en el 60% y la mayoría en torno al 40%. También los hay en que el 60% de la población se autodefine como gitana y el 40% restante, magrebí.
Los alumnos no sólo acaban presentando su producción artística al final de ciclo sino que además, durante él, tienen una participación más activa en la vida cultural, con asistencia a espectáculos, presentaciones culturales y talleres y la visita de artistas invitados al centro. Además, el programa se completa con formación continua en metodologías de trabajo que aúnen arte y educación tanto para los profesores como para los artistas participantes, a través de grupos de trabajo en cinco sesiones al año y con un seminario de formación una vez al año, abierto a todas las personas interesadas.
Las experiencias de los centros son variopintas. Desde un instituto que declinó participar en el tercer año, por falta de motivación para jugársela por el proyecto, o por no querer complicarse más la existencia, a colegios en que la directora asegura que serían capaces de montar una manifestación en la puerta para que volvieran a contar con ellos.
“Sería reducirlo mucho, pero en ocasiones vemos que la implicación de una sola persona, de una sola profesora, puede ser tal que es capaz de contagiar a todo el equipo, del profesor de ciencias sociales al de castellano, del de catalán a los tutores”, señala Otárola.
Los resultados en las dinámicas de centro muchas veces también son palpables: “Se ve cuando de repente todos los alumnos de 4º de ESO, del A, B, C y D, en grupos separados por niveles, colaboran juntos durante dos años y medio, y hacen amigos en los otros grupos, con el grupo de actores, con el equipo técnico con los alumnos mezclados, con lo que se crean alianzas”.
“Pretendemos demostrar que se puede abordar la educación en y desde las artes, que estas tienen un potencial del que muchas veces no nos damos cuenta, y este es aún mayor en determinados contextos”, plantea Otárola. Su objetivo ahora es demostrar mediante evaluaciones cuantitativas que allá donde están interviniendo está mejorando la motivación del alumnado, que está teniendo un efecto en su aprendizaje de forma transversal, más allá de las percepciones de sus profesores, que le achacan a los Planters un incremento de la participación, una mejor cohesión del grupo e, incluso, una mayor atención.
Recrear el crisol de un instituto
Dentro de The Crossborder Project, surgido en 2010 en Nueva York, donde su fundadora, Lucía Miranda, cursaba un máster en teatro y educación, funciona la Escuela de Teatro Aplicado o Escuela Cross. La escuela y la compañía, asentados desde 2012 en España de la mano de un grupo de artistas y educadores, ejercen como dos patas de un mismo proyecto: “En la primera es clave la participación de la gente de fuera del teatro, a través de una obra participativa, de una obra documental a base a testimonios, etc.”, relata Nacho Bilbao, compositor, creador sonoro, artista escénico y educador del proyecto. “La segunda nace porque nos damos cuenta de que estamos interviniendo en contextos que tienen mucho que ver con lo educativo o lo comunitario”.
Desde la Escuela Cross se da formación en teatro aplicado principalmente a profesores y profesionales del tercer sector. De forma presencial -con cursos y una escuela de verano la primera semana de julio en Medina de Rioseco (Valladolid)-, pero también, desde 2018, a través de tutoriales. Y se trabaja con diferentes colectivos para que construyan, a través del teatro aplicado, obras de teatro, piezas, performances… “Queremos que lo usen para plantear cuestiones importantes para ellos, para visibilizar problemas, que sirva de herramienta de expresión y empoderamiento a distintas comunidades”, reflexiona Bilbao.
Entre las temáticas está muy presente la migración, con distintos proyectos comunitarios en que jóvenes migrantes de primera generación reflexionan en obras de teatro acerca de sus inquietudes. En ellos se mentoriza a los jóvenes, se les pone en contacto con el tejido cultural o se les acerca a colectivos de activistas por los derechos de los migrantes.
La migración es protagonista también de la última producción de la compañía, Fiesta, fiesta, fiesta, obra de teatro documental estrenada en noviembre de 2017: “Nace del interés por la enorme diversidad cultural y étnica en las aulas, con personas que vienen con historias de vida muy diferentes pero que, al tiempo, son españolas y, en muchos, casos han nacido aquí… Apenas se escribe de esto, se quiere como borrar, pero la españolidad está cambiando”, repara Bilbao. La obra bebe de los testimonios de chicos y chicas, profesores, personal no docente y familias de un instituto medio de la Comunidad de Madrid. Habla un actor pero lo hace como lo hizo en la entrevista un chico de 14 años. Los chicos y chicas de los proyectos comunitarios de la Escuela Cross han sido a su vez público de Fiesta, fiesta, fiesta. “Yo he sido todos los personajes en algún momento de mi vida”, reconocía una de las chicas tras presenciar la obra.
Desmontar todo lo desmontable
Mariló Fernández llegó a Bellvitge (L’Hospitalet) hace 12 años para dar clases de dibujo a un grupo de vecinos y vecinas del barrio. Hace seis, en ese mismo territorio, surge la cooperativa con formación en arte LaFundició: “Hasta entonces éramos más nómadas, pero empezamos a habitar un espacio de creación comunitaria, Prado 11, en el semisótano de un bloque de 13 plantas que al estar en zona de humedales no es habitable, se inunda”. En este tiempo se ha inundado dos veces, lo que no ha evitado que un buen número de colectivos del barrio lo sientan como su casa: familias realojadas, migración reciente, comunidad gitana, gente mayor, niños…. “Desde aquí nos sentimos parte de la comunidad, estamos en el umbral, muchas capas nos atraviesan. Habitamos este espacio como práctica artística contemporánea, trabajamos en el cruce entre educación, arte y cultura como actividades controversiales y pretendemos desguetizar: que no vengan las mujeres a hablar de cosas de mujeres; los niños, de cosas de niños; los migrantes, de cosas de migrantes… Que se encuentren niños, migrantes, mujeres, gitanos… Que surjan conversaciones que no se dan en otros espacios porque hemos perdido la plaza como espacio de encuentro”, proclama Fernández, que hace años que vio la necesidad de “romper con la lógica de los talleres, de consumo cultural, pero también con la relación niño-adulto vinculada al proceso de aprendizaje reglado o no reglado, siempre con el adulto como figura de referencia”, de, en resumidas cuentas, “desmontar todo todo el rato”.
Llegado este punto casi es más sencillo preguntarle qué colectivo del barrio no tiene las llaves de Prado,11. De vecinas que pintan y que tras el contacto con LaFundició hoy ya se autodefinen como artistas, al Encierro de Migrantes, de un grupo de jóvenes del barrio a la asamblea No más bloques tienen su copia. “Dentro de Prado,11 se dan procesos que tienen que ver con la creación y que a veces pueden leerse más desde el campo artístico que otras. Para nosotros no hay un arte social. Todo lo es”, resume Fernández. A los niños les ofrece “tiempo y espacio para activarse en comunidad”: “Tratamos de derribar la mirada adultocéntrica, propiciar el juego de niños y adultos, que no tiene por qué ser en parques, estamos con Tonucci en que si un espacio no es bueno para los niños no lo es para nadie, y les animamos a reflexionar sobre la escuela como institución, por ejemplo, sobre cómo podría ser de otra manera”.
¿Eje Boadilla-Lavapiés?
El CEIP José Bergamín de Boadilla del Monte (Madrid), el segundo municipio de España con mayor renta media anual per cápita, sería “una suma de armonías”, si volvemos al poema de Benedetti. Pero también allí, en un centro acostumbrado al trabajo cooperativo y por proyectos y con una gran sensibilidad por la educación artística, se ha abordado la diversidad cultural a través del arte.
“Seleccionamos un músico, un artista o una época relevante, con centros de interés para los profesores. Damos forma a una obra de teatro y abordamos al tiempo temas transversales”, explica la artista, creadora y directora del proyecto, Lorena Matsuki. El año pasado la figura de George Gershwin, pionero a la hora de fusionar la música clásica y el jazz, sirvió como eje para abordar el fenómeno del racismo en el pasado y en el presente. En 1º y 2º de primaria, por ejemplo, se centraron en la primera niña negra que fue al colegio en una época en que no había colegios para negros; en 3º y 4º analizaron la distribución de la población en diferentes barrios de una ciudad… pero hubo también salidas a museos, investigaciones sobre lo difícil que lo tuvieron los músicos negros con una música que sólo hacían ellos, reflexiones sobre derechos y marginación. “Cuesta hablar de esa convivencia con otras culturas cuando para ellos es algo muy lejano. No es algo que pase, lo tienen idealizado”, asume Matsuki, que reconoce que sería positivo a este respecto unir la orquesta del centro con otras de barrios muy alejados de esta zona residencial –están en conversaciones con el proyecto Da la Nota, de Lavapiés, con un 99% de los integrantes de origen migrante–, plantear un repertorio común en diferentes centros, “para que los niños salgan de su zona y convivan con otros niños”. “En nuestro centro, a la hora de recrear los cantos de trabajo en los campos de algodón, por ejemplo, nos encontramos con que tenemos que explicarles a los niños, caracterizados con las caras pintadas de negro, lo que significa la apropiación cultural”, concluye.