¿Puede el arte contemporáneo, las artes escénicas, facilitar el día siguiente al final del mundo si es que (o cuando) ocurre? Es difícil de saberlo, pero desde la Red PLANEA creen que, al menos, puede ser una ayuda para que chicas y chicos reflexionen sobre el mundo que les rodea.
El pasado mes de abril nueve centros de Andalucía que están participando en la Red PLANEA tuvieron un encuentro presencial en el que chicas y chicos se conocieron después de haber pasado meses trabajando en el mismo proyecto: Acciones posteriores al fin del mundo. Fundamentalmente, se trató de utilizar algunas de las herramientas de las artes escénicas y de la poesía para que chicas y chicos reflexionaran sobre «las problemáticas a las que se enfrentan».
El trabajo ha sido mediado, en este tiempo, por el artista y dramaturgo Cristian Alcaraz que se ha encargado, tras una reunión inicial presencial en cada uno de los centros, de mantener encuentros virtuales con el profesorado de los centros en las que fue planteándoles diferentes retos y acciones que tendrían que llevar a cabo en sus aulas respectivamente.
Una suerte de encuentros formativos para que el profesorado pudiera enfrentarse a sus estudiantes y plantearles, a su vez, nuevas acciones con las que ir avanzando en su proceso reflexivo. Según explica Mar Dolz, coordinadora del proyecto desde la Red, las reuniones, que han ocurrido de enero a abril, han tratado de servir como formación del profesorado «para dar estrategias para trabajar con alumnado sobre artes y para que pensaran en diferentes problemáticas sociales», como medioambiente, cultura, cambios en su propia vida… La idea es que tras las sesiones, cada grupo clase pudiera trabajar los temas de manera autónoma hasta la siguiente sesión de formación con Alcaraz.
Cristian Alcaraz explica que le propusieron elaborar el proyecto y pensó en el fin del mundo y en responder a la pregunta «¿Qué sucede en los institutos que han sobrevivido al fin del mundo?». El objetivo, «Propiciar el encuentro entre los centros tras la catástrofe», comenta el dramaturgo.
Este generar una red entre centros se ha notado, sobre todo, entre el profesorado que, regularmente, iba compartiendo con el resto el resultado del trabajo con su alumnado para poder ver las propuestas de cada cual.
Entre los productos que se han elaborado, cuenta Dolz, estaba una carta en la que cada clase debía explicar cómo había ocurrido el fin del mundo y cuál era el plan a corto plazo para salir adelante. Una vez hecha, se enviaba a otra clase, a otro centro, para que todas pudieran leer una de ellas.
Chicas y chicos también han elaborado collages relacionados con su propio universo y partiendo de las noticias que habían ocurrido el día de su nacimiento. El producto final también era compartido, de manera que el alumnado pudiera ver similitudes y diferentes entre sí. Con acciones como esta se pretendía ahondar en la creación de comunidad. «Si el mundo se acaba, algo que ya ha ocurrido, explica Dolz, solo podemos hacer comunidad; el salvavidas es encontrarnos con los demás».
Collage, poesía y performance para pensar el día siguiente
Esta herramienta, el apoyo mutuo, el generar comunidad, el ayudarse unas a otras, es el pilar en el que pivota el proyecto y, al tiempo, el leit motiv que empuja hacia el encuentro con el que se cerró el proyecto a finales de abril. Un encuentro en el que cada grupo debía utilizar las artes escénicas, la performance, para representar ante el resto de centros sus reflexiones, inquietudes y soluciones ante una situación de crisis total.
Los grupos que han estado trabajando durante estos meses han sido muy variopintos. Todos en centros de secundaria, bachillerato o ciclos formativos, eso sí.
Inma Contreras es docente de Dibujo en el IES Sabinar en Roquetas de Mar (Almería). Ella decidió que sería más sencillo trabajar con su alumnado del bachillerato de Artes porque, desde su punto de vista, trabajar con chicas y chicos de 4º de ESO, la otra opción, habría sido muy complicado. «Es complicado porque necesitan de cierto grado de abstracción», comenta al teléfono esta docente. Y el alumnado del centro en el que ella trabaja tiene unas condiciones materiales de vida que tal vez complicasen la situación.
Pablo Navarro es docente en ciclos formativos de grado superior en el IES La Orden, en Huelva. Trabaja en el grado de Animación sociocultural, en el módulo (asignatura) de Animación y gestión cultural. El proyecto, desde su punto de vista, encaja perfectamente con el objetivo del curso: generar propuestas culturales para la transformación social».
Para Contreras, uno de los puntos fuertes era llevar a su clase alguien externo al centro, a su cotidiano «y más a un artista con un bagaje diferente» al de sus chavales. Eso sí, comenta que hay cierto tipo de propuestas más complejas de aterrizar con su grupo clase, propuestas «más evanescentes», menos concretas que obligan a un mayor esfuerzo de pensamiento por parte del alumnado. Justo al contrario de lo que comenta Navarro, que señala la «laxitud» de la propuesta como uno de los puntos fuertes ya que le ha facilitado «no estar tan encorsetado», al dejar la puerta abierta a que cada grupo buscase cómo y qué hacer y contar». Aunque admite que es necesaria «cierta directividad» puesto que, en ocasiones, «que el alumnado reflexione y haga propuestas es un reto».
De hecho, esta docente comenta que el gran reto fue preparar el producto final para la reunión con el resto de centros. Conseguir que la propuesta que se plantease tuviese sentido ante un planteamiento abierto, entre lo filosófico y lo artístico. Una labor que les llevó dos semanas de trabajo para ponerse de acuerdo. Finalmente decidieron hacer un audiovisual con la idea central de que el arte puede salvarnos del fin del mundo. Un audiovisual con base en imágenes que ilustraran el sentido artístico y que iban acompañadas de frases que el alumnado leía.
En el caso de Penélope Calvo-Rubio, profesora de Lengua y Literatura en el IES Blas Infante de Viso del Alcor (Sevilla), se decidió por dos grupos de 1º de ESO de la asignatura Oratoria y Debate, puesto que tendrían más tiempo para dedicar a «actividades fuera de las contempladas en la programación de la asignatura».
El encuentro
El encuentro, comenta Contreras, fue interesante por conocer el resultado del trabajo de los compañeros docentes, también las propuestas del alumnado. Después de varios meses en los que los diferentes grupos han realizado los mismos talleres, sobre las mismas herramientas, las propuestas resultan muy diversas.
También porque chicas y chicos se encontraron con personas muy diferentes, de edades e intereses también diversos. Para esta docente, el proyecto le ha venido muy bien a sus estudiantes «para pensar en propuestas diferentes a las que tienen en la cabeza», una forma de sacarles de la zona de confort que ha conseguido que «pensaran en cosas que no hubieran hecho nunca». Dice que «los chavales no se dieron cuenta de la magnitud» de aquello en lo que llevaban meses participando «hasta que no se vieron allí».
El encuentro sirvió para ponerse cara unas a otros. Ha habido gente que ha encontrado amigos ese día. “Ha funcionado”, asegura Cristian, “para algunos fue algo importante, un cambio de vida”.
Para el artista, lo más relevante del encuentro en realidad no son los productos que se presentaron allí, cada uno de su padre y de su madre, con importantes diferencias en cuanto a contenido y desarrollo, entre otras cosas, por las diferencias de quienes los han hecho.
Para él, el hecho de que chicas y chicos hayan coincidido en el tiempo y el espacio es lo realmente relevante de la acción. Cristian da gracias “por ponerme en este espacio para que esta gente se conozca y se encuentre”.
A pesar de que, seguramente, los productos teatrales o performativos que se vieron no fueran de alta calidad, el artista destaca el hecho de que durante las representaciones había 200 jóvenes “concentrados y con ganas de escuchar, de ver lo que el otro había hecho”.
En definitiva, encontrarse, crear en común, era el objetivo subyacente a todo el proyecto y, por lo que cuentan unas y otros, efectivamente, se logró. Penélope Calvo-Rubio Jiménez el caso de su alumnado y la relación que establecieron desde el primer momento con otro centro, de Morón. «En la carta de la primera actividad ya se establecieron contactos por redes sociales y después en el trayecto en autobús al encuentro se hicieron amistades que aún hoy continúan».
Retos
“Hubiera sido interesante otro encuentro presencial”, explica Alcaraz. El único encuentro que tiene con chicas y chicos sirve para ponerse cara, pero al no haber ningún otro, “la única figura (para el alumnado) ha sido la del profesor y no la del extraño”, algo que, precisamente, Inma Contreras y Pablo Navarro destacan del proyecto, el abrir la puerta del aula al extraño. A pesar de esto, Alcaraz cree que es importante que con la experiencia y el conocimiento que se ha generado, los institutos puedan replicar la experiencia sin la necesidad de que él esté.
Otro de los puntos que pueden generar cierta confusión es la gran heterogeneidad entre el alumnado participante en el proyecto. Desde chavales de 1º de ESO hasta los del ciclo de Pablo Navarro (de los 18 a los 25 años). Para Alcaraz, esto no es un problema, aunque sí ha podido influir en la dificultad o la facilidad de desarrollar proyectos más homogéneos, crear “un contenido común, con referentes comunes” en el caso de que los grupos hubieran sido más similares.
Por supuesto, hay otros retos sobre la mesa como las diferentes materias desde las que se encajan. Los tres centros que aparecen en el reportaje han optado desde lugares muy diferentes: Animación y gestión cultural, Oratoria y debate o Cultura audiovisual. Esto, entre otras cosas, tienen impacto en el tiempo que cada grupo puede dedicar al proyecto en función del currículo obligatorio que ha de impartirse.
También, la madurez del alumnado a la hora de enfrentarse a cuestiones más o menos abstractas, a asuntos sobre los que es posible que no hubiese reflexionado con anterioridad. Aunque, comenta Alcaraz, esto le da cierta riqueza a las propuestas finales, que iban desde las más polítizadas de los mayores a las más relacionadas con la fantasía y la ficción de los grupos de estudiantes menores.
Más allá de estas posibles dificultades, y otras relacionadas con tener que «empujar» un poco a los grupos para trabajar los temas, Alcaraz describe momentos del proceso que le han parecido relevantes. Como el día que un chaval compartió un poema que había escrito. El típico chaval, explica, que parece intentar dar la nota todo el rato. “Escribió un poema bellísimo que me regaló”, comenta, cuando le dijo al joven lo que le había gustado. “Necesitan un lugar de escucha, tener voz”, asegura Alcaraz.
O el hecho de que, durante el día que pasaron juntas y juntos, se desarrollaron dinámicas no propuestas. Explica que el grupo de Pablo Navarro decidió tomar la iniciativa y generar juegos y dinámicas para que el resto de chavales pudieran estar haciendo cosas durante los tiempos de espera. Momentos en los que, finalmente, los lazos que se habían ya formado pudieron fortalecerse y, otros nuevos, crearse.