Solo con entrar en el CEIP Giner de los Ríos, de Mairena del Aljarafe (Sevilla), ya ves que la belleza forma parte de su pedagogía. Se nota cuidado y sentido estético en todos los detalles: en los colores, en los cuadritos con los proyectos de los niños y niñas, en las orlas de piedrecitas… ¡Entras en la escuela y sonríes!
La misma sensación me provocó el IES Avelina Cerra de Ribadesella (Gijón). ¡Ni una sola concesión a la dejadez, a los papeles en el suelo, a la suciedad pringosa en los rincones! Se respiraba limpieza y armonía. En muchos espacios podías detenerte y decir: ¡Qué bonito! Y eso en un centro educativo de adolescentes, que parecen ser la garantía de desorden number one.
Pero, demasiado a menudo, esto no es así, ni en las escuelas ni en las entidades sociales. ¿Cuántas veces hemos visto equipamientos educativos que son ‘deseducativos’ ya para empezar? Basura esparcida por todas partes que parece que nadie vea; aseos disuasorios que huelen a 100 metros; grafittis detrás de las puertas; murales cojos, que caen porque estaban mal colgados o que tienen manchas y faltas de ortografía, o están mal recortados y aguantados en la pared por las puntas con trozos groseros de cinta adhesiva marrón…
Y un montón de justificaciones, algunas más razonables y otras sólo excusas de mal pagador. De más razonables a menos, según mi criterio:
1) Es que el Ayuntamiento no nos pone bastante servicio de limpieza. De acuerdo, esto puede ser un problema real que debe resolverse pero, mientras tanto, razón de más para extremar el cuidado y los hábitos saludables.
2) Es que a quien le toca educarlos en este sentido es la familia y nosotros no podemos luchar contra los elementos. Pues también estoy bastante -no del todo- de acuerdo. ¡Está claro que es cosa de la familia! Pero, en cualquier caso, es una responsabilidad compartida y el compromiso de padres y madres en remar en la misma dirección debería ser totalmente explícito.
3) Es que los chicos y chicas son sucios y desordenados por naturaleza y es con el tiempo y no la represión que se darán cuenta de que… bla, bla (por tanto, no hagamos nada, que las cosas ya se pondrán poco a poco en su lugar). ¡Ostras, de nuevo el señor Neill y sus historias de Summerhill! Mi opinión es que la suciedad genera suciedad, al igual que la violencia genera violencia. Esperar a que se solucione por generación espontánea es hacer más grave el problema y anestesiar a los niños y niñas frente a la dejadez.
4) Lo sucio es cool y bonito. Bueno, esto no es un argumento, es una creencia que considera más auténticas la austeridad y la modestia (valores positivos) si están rodeadas de suciedad. Yo creo que son más auténticas si van asociadas al respeto y al cuidado. La suciedad no es bonita. La limpieza -y no digo el asepsia- sí lo es.
Hace un tiempo, Horacio Smidt, educador argentino, publicó en su blog Los baños en las escuelas, un post honesto y muy lúcido sobre este equipamiento sanitario y se preguntaba si no será que la causa de que los niños y niñas no tengan suficiente cuidado en los aseos es que no se parecen en absoluto a los de su casa… En definitiva, el pez que se muerde la cola: ¡Cuanto más sucio está un espacio, menos nos sentimos comprometidos a mantenerlo limpio!
Curiosamente, en otras sociedades la colaboración activa de los niños y niñas en mantener la escuela limpia forma parte de la filosofía educativa del país.
En el reportaje Por qué los estudiantes de Japón tienen que Limpiar los baños de sus escuelas, del portal BBCMundo, se explica esta práctica que para muchas de nuestras familias resultaría a día de hoy degradante o humillante.
Pero, de hecho, bien mirado, tampoco es tan exótica esta costumbre: en las colonias y campamentos siempre se han organizado servicios de limpieza en los que los chicos y chicas asumían el pleno protagonismo. A mí me tocaba casi siempre el servicio de limpieza del comedor y estaba acostumbrada a hacerlo. Primero se retiraban platos, vasos, cubiertos y bandejas de servir la comida y se llevaba todo en la cocina; luego se limpiaban las mesas, recogiendo las migas y pasando una esponja o una bayeta; a continuación se colocaban las sillas encima de las mesas para poder barrer bien el suelo y, finalmente, se fregaba toda la sala. ¡Una inmensa cantidad de conocimientos, habilidades y actitudes se ponían en juego con esta actividad! ¿Quién puede afirmar que esto no es educativo?
La suciedad y la fealdad son malas compañías y hay que educar a los niños y niñas para amar la limpieza y la belleza en su entorno. Tengo al menos tres argumentos para defenderlo:
1) La belleza es educativa porque es acogedora e inclusiva, hace que todos nos sintamos bien y es particularmente estimulante para los niños y niñas con dificultades sociales. Estar rodeados de limpieza y detalles bonitos aumenta la autoestima y el optimismo, hace que se sientan felices de pertenecer a esta comunidad.
2) La belleza es limpieza y la limpieza es un asunto de salud pública. Aunque quisiéramos tener nuestra propia casa como una pocilga, no tenemos ningún derecho a aumentar el riesgo de accidentes, infecciones, plagas… de la comunidad. No hay que discutir si es necesario o no que las cosas estén limpias, lo que hay que discutir es lo que tenemos que hacer para mantener la limpieza.
3) La belleza y la limpieza son garantía de respeto al bien común. Debemos tener cuidado de las cosas que son de todos (la escuela, el parque, el hospital, el autobús…) como si fueran nuestras y no maltratarlas, ni directamente ni por abandono. Porque son nuestras, son propiedad colectiva que debe merecer nuestro respeto.
Preocuparse por la limpieza en la educación no es una frivolidad, no es una pijada, no es una manía superficial de carroza pedagógica. Es creer en el bien común, la dignidad de las personas, la inclusión.
Por eso me emociona la perseverancia de muchos educadores que luchan contra viento y marea contra la desidia.