De todos es sabido que el término servicio se aplica a muchas cosas que no tienen nada que ver: Así, entre otras situaciones, discutimos si en tal país es o no obligatorio el servicio militar; en el restaurante, preguntamos dónde está el servicio; nos informan a qué hora es el servicio religioso; constatamos la calidad de los servicios públicos de nuestra ciudad y felicitamos a una amiga que ha montado su propia empresa de servicios.
El término puede utilizarse correctamente en sentido militar, religioso, público o comercial. En todos estos sentidos dispares subyace, no obstante, la idea de cosa útil, necesaria o que interesa por un motivo u otro.
También es necesario distinguir entre un acto cívico, espontáneo y propio de la buena ciudadanía (por ejemplo, atender a un vecino que tiene dificultades para atravesar la calle; cursar una denuncia a las autoridades municipales, o asistir a una manifestación) de lo que es un servicio a la comunidad, que implica una actividad programada, de una cierta duración y compromiso sostenido por parte de los participantes.
En un sentido social, el servicio se entiende conceptualmente como una acción solidaria y desinteresada a favor de la comunidad. Este es el concepto que utilizan los movimientos sociales y de voluntariado, así como los programas e iniciativas de servicio cívico o servicio civil. Como paraguas conceptual, admite diversos matices, puede enfocarse desde diversos puntos de vista, que marcarán prioridades éticas, políticas o pedagógicas distintas, por ejemplo en relación a la obligatoriedad y a la ausencia de remuneración.
Existe un cierto consenso internacional a la hora de diferenciar voluntariado y servicio cívico, actuaciones ambas identificables con el concepto de servicio a la comunidad.
El voluntariado se refiere, sobre todo, a una actuación altruista y desinteresada en favor del bien común, que se realiza en el tiempo libre de la persona y que es compatible con la práctica laboral normal en otros ámbitos. Sería el caso, por ejemplo, de un empleado de la banca que dedica una o dos tardes a la semana a colaborar como voluntario en un hospital, sin recibir por ello ninguna remuneración. Es, por tanto, una práctica limitada en el tiempo, de relativamente poca intensidad en tanto que no representa la actividad principal de la persona, aunque requiera un fuerte compromiso. Claro que esto de la intensidad puede variar sustancialmente cuando la persona se jubila y cuenta con más tiempo o bien cuando entre en un periodo de no trabajo y decide aprovecharlo para intensificar su dedicación a las tareas de voluntariado.
El servicio cívico o servicio ciudadano voluntario, por el contrario, representa un período de la vida intenso destinado a una causa social, que la persona escoge voluntariamente, y que es hasta cierto punto incompatible con una actividad laboral normal, por lo menos a tiempo completo. Por esta razón, la persona que realiza este tipo de servicio suele recibir algún tipo de compensación económica, no considerada como un salario. El servicio ciudadano voluntario es un período organizado de compromiso significativo y una contribución en la comunidad local, nacional o mundial, reconocido y valorado por la sociedad con una mínima compensación monetaria para el participante¹.
Frecuentemente, el servicio cívico, en tanto que política pública, se ha originado como alternativa al servicio militar o bien como consecuencia de la desaparición de éste.
Una de las confusiones entre ambas prácticas es que tanto en una como en otra a los participantes se les suele llamar voluntarios. Para evitar estas confusiones, en algunos países se empieza a denominar miembros a los participantes del servicio cívico nacional.
En el aprendizaje-servicio, el servicio a la comunidad se sitúa en una tercera vía, diferente a las dos anteriores, porque se vincula específicamente a la formación de la persona. Situados en esta metodología destacamos tres enfoques, que no son opuestos ni excluyentes, sino que colocan acentos particulares sobre una misma idea de servicio a la comunidad:
- el servicio a la comunidad como actividad de voluntariado.
- el servicio a la comunidad como intervención ciudadana.
- el servicio a la comunidad como responsabilidad social.
Para aclarar las pequeñas diferencias entre estos tres enfoques, tal vez sea útil esclarecer previamente la antinomia que subyace en ellos: me refiero a la antinomia del deber de servir versus el derecho a servir.
El servicio a la comunidad entendido como actividad de voluntariado pone el acento en el deber de servir, se enfoca como ayuda desinteresada a los demás, a la cual uno se siente moralmente obligado. Es el enfoque predominante en lo que popularmente se entiende por voluntariado y en él la causa a la cual se sirve es la prioridad para aquellos que ejecutan el servicio. Cuando las prácticas de aprendizaje-servicio se orientan bajo este enfoque, priorizan los valores y actitudes prosociales asociados al hecho de desarrollar un servicio: empatía, altruismo, sensibilidad social, capacidad de comprometerse…
El servicio a la comunidad como intervención ciudadana pone el acento en el derecho a realizar un servicio, y éste se interpreta sobre todo como expresión genuina de madurez democrática y de participación activa. Es el enfoque predominante en las iniciativas de intervención ciudadana, en las cuales la prioridad está en el protagonismo de aquellos que realizan el servicio. Cuando las prácticas de aprendizaje-servicio se orientan bajo este enfoque se priorizan las actitudes, habilidades sociales y valores relacionadas con el ejercicio de la ciudadanía activa: espíritu crítico, autonomía, creatividad, trabajo en grupo, toma de decisiones, capacidad organizativa…
El servicio a la comunidad como responsabilidad social tiende a combinar los otros dos enfoques, porque en la antinomia deber de servir versus derecho a servir, ambos acentos tienen una justificación ética impecable. Bajo este enfoque, el servicio se asocia directamente al valor de la solidaridad, por lo cual frecuentemente se califica de solidario, pero se evita la tentación mesiánica priorizando el significado humilde pero comprometido de la palabra contribuir. Contribuir es un deber cívico: dejar el mundo algo mejor de como lo hemos encontrado; y es un derecho: participar en democracia. Contribuir no es salvar el mundo ni arreglar todos los problemas, sino aportar alguna mejora.
Los riesgos sociales y filosóficos en las prácticas de servicio
Un servicio a la comunidad es una práctica democrática delicada, no exenta de riesgos, que adquieren una especial importancia cuando los protagonistas del servicio son niños y jóvenes, más vulnerables, con mayor tendencia al maniqueísmo, con mayor dificultad para separar lo utópico de lo viable.
Un determinado servicio a la comunidad puede ser, sencillamente contraproducente. Y un buen servicio a la comunidad puede ser arruinado cuando se interpreta y se vive con una actitud incorrecta. Como acertadamente señala María Nieves Tapia, experta internacional en aprendizaje-servicio, con malas prácticas de servicio a la comunidad los jóvenes pueden aprender la lección equivocada².
En el contexto educativo del aprendizaje-servicio los riesgos sociales y filosóficos más frecuentes pueden ser:
Mesianismo: A veces por un exceso de ingenuidad y otras veces por fanatismo, se puede generar la fantasía de creer que salvaremos el mundo o que la acción tendrá una importancia extraordinaria. Puesto que los niños, niñas y jóvenes son vulnerables a este tipo de fantasías, hay que ir con cuidado de no crear expectativas desproporcionadas ni alimentar la soberbia de creerse superhéroes.
Autosuficiencia: Creer que nosotros solos podemos realizar el servicio sin colaborar con las entidades o instituciones del entorno. O creer que un servicio en el que los jóvenes lo hacen todo es más interesante y educativo -bajo la coartada de un protagonismo juvenil mal entendido- que un servicio donde es necesario trabajar en red y entenderse con otras personas. Hay que recordar siempre que los proyectos de aprendizaje-servicio no sólo son educativos, sino que también son proyectos de desarrollo comunitario. La razón pedagógica de buscar la máxima autonomía de los chicos y chicas no puede llevarnos a prescindir de las entidades sociales comprometidas en el entorno.
Imprudencia: Plantearse servicios demasiado complejos para el nivel de comprensión, madurez emocional o capacidad física y condiciones de seguridad de los chicos y chicas. Hay que ajustar muy bien el servicio para que sea razonable de llevar a cabo con menores de edad. Además, los proyectos muy ambiciosos conllevan un mayor riesgo de fracaso, con la desmotivación consecuente.
Frivolidad: Llevar a cabo proyectos sociales que generan expectativas e ilusión en el entorno y después dejarlos colgados porque no se ha planteado la necesidad de la continuidad. Esto es especialmente grave cuando afecta a personas vulnerables, como ancianos o personas en situación de marginación o soledad. No es justo, aunque pudiera parecer atractivo y más divertido, «picotear» acciones solidarias como quien consume ahora una bolsa de palomitas, luego una bolsa de pipas y, tal vez más adelante, probar los anacardos. Caer en este error revela falta de sensibilidad social, que justo es lo que quiere combatir el aprendizaje-servicio.
Asistencialismo: Pensar el servicio en clave caritativa o de manifestación de la generosidad personal y grupal, sin tener suficientemente en cuenta la perspectiva de reciprocidad -se recibe tanto o más de lo que se da- ni la perspectiva de promoción y dignidad de las personas destinatarias, viendo en ellas sólo sus limitaciones y carencias, pero no sus valores y potencialidades.
Para acabar
Corre por las redes esta anécdota de Margaret Mead:
Un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead que cuál consideraba que fue la primera señal de civilización humana. El estudiante esperaba una respuesta tipo «lanzas para cazar», «redes para pescar» o «vasijas para cocinar».
Pero no, la doctora Mead dijo que la primera señal de civilización fue el hallazgo de un fémur que había estado fracturado y después había sanado. Mead explicó que en el reino animal, si te rompes un hueso, estás muerto. No puedes escapar del peligro, no puedes caminar al río para beber agua, ni puedes cazar para comer. Te conviertes en presa para un predador. Ningún animal es capaz de tener un hueso roto y sobrevivir lo suficiente para sanarlo.
Un fémur que estuvo roto y fue sanado, significa que alguien se quedó un tiempo para atender a esa persona lastimada, limpió su herida, la llevó a un lugar seguro, le dio de comer y beber y estuvo a su lado hasta su recuperación.
«Ayudar a alguien en momentos difíciles o cuando lo necesita es cuando comienza la civilización» dijo la doctora Mead. Somos civilizados y mostramos lo mejor de nuestra humanidad cuando servimos al prójimo.
Efectivamente, el servicio a los demás, a la comunidad, bebe de las fuentes de la ética del cuidado y de la fraternidad y es la más clara señal de civilidad, por eso es necesario que ocupe un espacio relevante en la educación.
Y para desplegar toda su fuerza educativa requiere ser interpretado no sólo como una metodología educativa, sino como una de las claves de la educación profundamente humana y transformadora.
¹ SHERRADEN, M. Civic Service: Issues, Outlook, and Institution Building. Perspective. St. Louis, MO: Centre for Social Development, Washington University, 2001.
² TAPIA, M.N. Cómo desarrollar proyectos de aprendizaje y servicio solidario en educación media: secundaria y enseñanza técnica, Buenos Aires-Montevideo, noviembre de 2016 / CLAYSS, 2017.
Roser Batlle