Viernes por la tarde, son las cuatro y media, la hora en que los niños y niñas salen de la escuela. Yo hago el transbordo de la línea lila a la línea verde. El metro se marcha justo cuando llego al andén y me siento a esperar el siguiente. A mi lado, sin mirarme, se sienta una niña que no tendrá más de ocho años y con ella un chico un poco mayor (luego sabré que es su hermano). Me parecen demasiado pequeños para ir solos y quizás por eso me fijo en ellos. Por su piel morena, y el cabello rizado de la niña, recogido en una coleta, me pregunto de qué país habrá llegado su familia.
El chico está concentrado mirando y leyendo una cartulina tamaño DIN-A 3 plastificada. Y escucho cómo le dice a su hermana: “Me lo leeré todo muchas veces, todo, todo, aunque algunas cosas no las entienda”. La cara de la hoja que «leerá muchas veces» (y que ya ha empezado a leer) está compuesta de trozos de papel de color amarillo cuidadosamente colocados. Los papeles, todos del mismo tamaño con los bordes recortados en forma de triángulos pequeños, dan una imagen estéticamente bonita. En cada pedazo de papel, una dedicatoria de un compañero o compañera de clase. No puedo resistirme y comento en voz alta: “Qué bonito”. El chico se gira y, medio avergonzado, me sonríe.
Una sonrisa que interpreto como permiso para seguir hablando y le pregunto si es su cumpleaños. Mientras me contesta que no, que “esto” se lo han hecho porque se marcha de la escuela, la niña saca otra hoja plastificada de su mochila y me la enseña. Es algo más pequeña que la de su hermano y en colores distintos aparecen los nombres de todos los amigos y amigas de clase escritos con caligrafía infantil. También el de la maestra. En ella no hay dedicatorias, pero está llena de corazones rojos.
Los dos hermanos me muestran las fotografías que llenan la otra cara de las cartulinas. En la del chico se ve un grupo de pre-adolescentes bien puestos, esperando ser fotografiados y en la hoja de su hermana, un grupo más informal de niños pequeños sonriendo a la cámara.
Aunque el chico no me hace mucho caso porque está leyendo uno por uno los mensajes de sus amigos, les pregunto por qué se marchan de la escuela y me cuenta que cambian de piso, que antes vivían en el Poble Sec, pero que han marchado al Carmelo, que irán a otra escuela de la que no recuerdan el nombre. Ambos saben, sin embargo, que “su” escuela es “la escuela Poble Sec”.
No sé nada de lo que ha pasado esta tarde en la escuela, ni cómo ni cuándo ni quién ha hecho la entrega de estos obsequios, pero el orgullo de la niña mostrándome los nombres y las caras de sus mejores amigas y el interés del chico leyendo cada mensaje escrito, me hacen pensar en la magia de este gesto, en todo el cariño que puede llegar a transmitir un pedazo de cartulina.
Pienso en las maestras que con cuidado y delicadeza han preparado dos bajas que seguro no han sido fáciles. A nadie le gusta ver irse del grupo a un alumno a finales del primer trimestre.
Y tengo ganas de llamar a la escuela para decir que han acertado de lleno. Que las tutoras de segundo y de sexto han sido capaces de realizar un auténtico acto de reconocimiento mediante un detalle aparentemente sencillo. Una hoja elaborada entre los compañeros y compañeras con las que los alumnos que se van han compartido el día a día. Una hoja que tiene el poder de transmitirles que son importantes, que forman parte de la escuela y que la escuela les echará de menos. Una hoja llena de buenos deseos, de palabras amables, que seguro empoderan a las dos criaturas para afrontar mejor la nueva etapa. Y sé que, como éste, hay mil gestos que en las escuelas se hacen día tras día sin saber demasiado bien el impacto que puede llegar a tener en quien lo recibe.
Volviendo a mi encuentro con los protagonistas de la historia. Pienso también en su madre y en la de veces que les habrá dicho que vayan directos a casa, que no se detengan a hablar con desconocidos, y empatizo con ella. Una vez en el metro me siento en un banco frente a los dos hermanos que siguen mirando el regalo de sus compañeros. Y pienso de nuevo en la madre de estas criaturas. La imagino en el trabajo esperando un mensaje que diga “ya hemos llegado”. Pero sobre todo empiezo a disfrutar imaginando el momento, quizás por la noche, en que se encuentre con sus hijos y éstos le muestren las cartulinas plastificadas y le expliquen y le hagan partícipe del cariño y del reconocimiento que hoy han recibido de sus compañeros, de sus compañeras y de sus maestras.
2 comentarios
Maravilloso y emotivo, me ha emocionado. Soy madre y maestra, así que he sentido doble empatía. Puedo afirmar que lo relatado es real como la vida misma: los lazos que se crean en un aula son fuertes, somos una pequeña gran familia que pasa muchas horas y vivencias junta. El triunfo como docente es conseguir que nuestras criaturas sean felices, tan simple y tan difícil. Gracias y Enhorabuena por el artículo.
Todavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, mi nombre es Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron enfermedades de herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otro, todavía buscaba un cura incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. Al principio no podía creerlo, pero también me sorprendió después de administrarle algunos de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy muy feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un medio ambiente mejor, comuníquese con el Dr. ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple @ gmail.com también puede llamar o WhatsApp +2349123794867