Al parecer, estos días se han retomado las reuniones para tratar de alcanzar un pacto por la educación, que proporciones a nuestro país un marco legislativo común y estable, que haga posible la consideración de las diferentes comunidades que lo forman y que, por todo ello, dote de estabilidad al sistema educativo.
Son muchos los obstáculos y dificultades que deben superarse para alcanzar este acuerdo, desde el propio grado de consenso necesario para aprobar las diferentes propuestas hasta los contenidos que deben incluirse en él. Pero, dejando para otro momento la consideración del mayor o menor optimismo sobre la posibilidad de alcanzar este pacto, me gustaría plantear uno de los temas básicos: el papel que debe jugar el trabajo de la convivencia dentro de este acuerdo básico.
Es escasa la información que se ha proporcionado sobre el pacto, en general, y apenas se han llegado a enunciar los puntos que iban a ser objeto de negociación entre los diversos partidos que componen la comisión. Teniendo en cuenta la información proporcionada por el diario El Mundo el pasado 14 de enero, la convivencia aparece como uno de los subtemas incluidos en el apartado 3, “Equidad e inclusión educativa”, junto al éxito escolar y el abandono educativo temprano, la detección temprana, la ratio en las aulas, los refuerzos y apoyos y la educación especial.
Es bueno que la convivencia sea tratada en el marco más amplio de la equidad e inclusión educativa, ya que difícilmente podrá haber una convivencia positiva si permanecen situaciones de exclusión y de segregación hacia grupos de alumnos y alumnas. No hay que olvidar que el mayor obstáculo para una convivencia positiva, basada en la inclusión y equidad, viene dado por la propia ley de educación, la LOMCE, ley profundamente segregadora que separa al alumnado en función de sus supuestos talentos y que les marca salidas diferenciadas en función de su supuesta capacidad. Difícilmente podrá alcanzarse una buena convivencia mientras permanezcan y se consoliden estas orientaciones discriminatorias y segregadoras del alumnado.
¿Es suficiente que la convivencia sea tratada como un subtema, dentro de este marco más amplio de la inclusión y equidad? Mucho me temo que no. Por su importancia y características, debería ser objeto de un tratamiento en profundidad, Sólo así podrá lograrse que ocupe el lugar que le corresponde dentro del sistema educativo.
Hasta ahora, el tema de la convivencia ha ido apareciendo y desapareciendo de la primera página educativa, en función de los intereses políticos y de la supuesta alarma social ante situaciones puntuales de maltrato y acoso entre iguales. En otros lugares he aludido al “fenómeno Guadiana” para referirme al tratamiento dado a este tema por parte de las Administraciones Educativas. Se ha echado en falta una continuidad en los planteamientos, en la dotación de recursos y en el apoyo a las diferentes acciones que los centros educativos han ido poniendo en marcha para trabajar la convivencia.
Es necesario acabar con estas situaciones de provisionalidad y oportunismo, reconociendo el papel primordial que debe tener la convivencia en la educación del alumnado y en la dinámica de la vida de los centros educativos. Esto implica superar algunos planteamientos parciales respecto de la convivencia, especialmente el que la considera una mera condición para el trabajo importante que lleva a cabo el profesorado, el de explicar su materia o área correspondiente. Desde esta postura, se considera que la convivencia es algo instrumental nada más, algo que sirve para lo importante, reduciéndola a una mera condición imprescindible para la tarea de enseñar.
Sin embargo, la convivencia constituye por sí misma un contenido educativo imprescindible y sustantivo, de manera que aprender a convivir es uno de los objetivos fundamentales de la educación en el siglo XXI. Aprender a relacionarse con uno mismo, con otras personas y con el entorno es uno de los aprendizajes imprescindibles que deben alcanzar todos los alumnos y alumnas. Desarrollar en el alumnado los valores de respeto, aceptación de quienes son diferentes, cooperación, solidaridad, transformación pacífica de los conflictos, comunicación asertiva, etc. es una de las tareas más importantes que puede llevarse a cabo desde la escuela. No podemos olvidar que el sistema escolar es la única institución social por la que pasan absolutamente todos los chicos y chicas, permaneciendo en la escuela entre trece y quince años. Dejar pasar esta oportunidad y no trabajar el aprendizaje de una forma de relacionarse pacíficamente sería algo totalmente irresponsable.
De ahí la importancia de que en el pacto educativo el tema de la convivencia ocupe el lugar que le corresponde, no meramente accidental y complementario, sino central y primordial. De esta forma, se superarán enfoques reduccionistas de lo que es la convivencia, en primer lugar y de forma especial el enfoque que centra el trabajo de ésta en la prevención y erradicación del maltrato y acoso entre iguales. Podemos decir que, más bien, es todo lo contrario. La aparición de episodios de acoso está cuestionando e interrogándonos por el lugar que ocupa el trabajo de la convivencia en la tarea educativa, ya que algo importante está fallando cuando aparecen dichas situaciones de maltrato.
Poner en un lugar central el trabajo de la convivencia implica, a su vez, superar otros enfoques que identifican convivencia con disciplina, reduciendo el trabajo de ésta a la aprobación de un reglamento que fije las conductas permitidas y establezca un amplio y exhaustivo catálogo de sanciones que se deben aplicar cuando tenga lugar el incumplimiento de dichas normas, obviando el enfoque restaurativo que, con la mirada puesta en el futuro, permita la reparación del daño y la restauración de relaciones. En segundo lugar, trabajar la convivencia haría posible ir más allá de los enfoques puramente reactivos que, como su mismo nombre indica, “reaccionan” a posteriori cuando ha tenido lugar una situación de quiebra de la convivencia, exigiendo medidas inmediatas y pidiendo responsabilidades por lo sucedido. Muchas de las formas de actuar frente al acoso y maltrato responden a este enfoque tan empobrecedor.
Por el contrario, situar la convivencia en un lugar central del trabajo educativo, y recogerlo así en el Pacto educativo, supone adoptar una actitud proactiva, que se adelanta a los problemas, que desarrolla las capacidades y competencias necesarias para la convivencia positiva, que se centra en la prevención e inclusión de todos los alumnos y alumnas y que además de restaurar la paz, intenta también hacer y construir la paz. Desde este planteamiento se busca erradicar la violencia en todas sus formas, y caminar hacia una sociedad cooperativa y solidaria, superando actitudes individualistas y competitivas tan propias de nuestra sociedad neoliberal.
¿Habrá espacio para estos planteamientos dentro del Pacto Educativo? Esperemos que sí, es mucho lo que nos jugamos en ello.
Pedro Mª Uruñuela. Asociación CONVIVES