La comprensión del medio ambiente global es una buena manera de entender lo que nos pasa cada día. Tenemos la idea de que un determinado territorio condiciona la vida que en él se desarrolla. Lo hemos estudiado muchas veces en la escuela. Allí se habla de que tanto las plantas como los animales no son otra cosa que indicadores de la posición y las características climáticas, que también justifican que la historia de los pueblos haya discurrido de una u otra forma. Lo dicen los libros de primaria y secundaria al hablar de climas o biomas; también los de historia.
Tanto es así que en nuestra imagen del mundo vemos a los americanos del norte o del sur de una forma determinada, diferente a la de los asiáticos –a los que igualamos a pesar de ser tan diversos, y tantos–. Estos en nada se parecen a los europeos; los africanos suelen quedar unificados en su negrura y asociados a los desiertos; de los oceánicos casi nadie se acuerda. Pero esta simplificación de la vida y la historia podría ser calificada como una pérdida de tiempo, aunque hay que decir que desde el inicio de la ciencia geográfica moderna, hace unos 150 años, la corriente alemana defendía que el medio hace al hombre; muy al contrario que la escuela francesa que apostaba porque la libertad permite a los humanos superar mediante adaptaciones los problemas de las condiciones ambientales. Dicho de forma más científica estamos hablando de ambientalismo, o determinismo si se prefiere, y de posibilismo.
Así pues, no nos arriesguemos a asegurar que las cosas han sido o son en todos los lugares por tal o cual motivo. Pensemos en países de naturaleza difícil, como pueden ser los Países Bajos –permanentemente en riesgo de inundación– o Japón –con la amenaza sísmica cotidiana–, que tienen una dilatada historia en la cual nos han demostrado que han sabido encaminar economías y vidas superando los factores limitantes que les marcaba el territorio. Frente a ellos, podríamos hablar de otros como los del Sahel que han sufrido los embates de una climatología adversa que les ha impedido ejercer sus dosis de libertad. De hecho, ahora mismo, en toda en el África central y en Somalia millones de personas están amenazados de muerte.
Interpretar todas estas cuestiones, de las cuales nos hablan día tras día los medios de comunicación, exige el auxilio de la geografía, en su dimensión ecosocial. Cuando Juan de la Cosa elaboró su famoso “Mapamundi” en 1500 estaba ampliando el mundo conocido para entenderlo; ya aparecía América. Cuando alguien observa una simulación de la tectónica de placas es más fácil que entienda el mundo de hoy y las cuestiones biogeográficas, que ahora ligamos a los avatares sociales.
Los mapas, la representación de la geografía, son también imprescindibles para aproximarse al mundo de hoy. Cuando se habla de “El Niño” y los catastróficos efectos que provoca en Perú y Ecuador es bueno abarcar el Pacífico de oeste a este sobre los paralelos y ver que el territorio costero está expuesto a ventajas e inconvenientes. Dicen que el seguro deshielo del Ártico está provocando las apetencias energéticas y comerciales de los países limítrofes; no cuesta mucho entender en un mapa las posiciones privilegiadas de las que gozan algunos estados, aproximarnos a las presiones sociales. Los conflictos bélicos que provocan las migraciones y refugiados se desarrollan en unos territorios con características de posición, medioambientales e históricas determinadas.
Pero no basta entrar en Google Maps, hemos de combinarlo con otras variables. Necesitamos una visión global, que nos será útil también para entender cómo especies invasoras de invertebrados asentados en otros territorios han llegado al nuestro impulsados por los cambios climáticos. Por cierto, a pesar de su trascendencia demostrada desde que Estrabón y Herodoto enseñaban a leer el mundo conocido, la geografía aplicada –muy diferente de la estática que habla de los accidentes y fenómenos geográficos– sufre el desprecio de los programas escolares, cuando debería ser contenido universal en la enseñanza obligatoria.
Hoy mismo asistimos a las limitaciones de la Tierra para darnos lo que le pedimos; ella nos responde con impactos graves por fenómenos naturales que somos incapaces de prever y mucho menos dominar. Así pues, solamente nos cabe conocer la dimensión geográfica, también la física y social, de cada uno de los problemas que nos atañen, movernos por los mapas con la agilidad y el ímpetu de los descubridores para, al final, pensar de forma ambientalista como la geografía alemana y utilizar la libertad posibilista de la francesa, aunque razonadamente restrictiva, para hacer posible la vida en la Tierra. “No tenemos plan B para vivir porque no existe Planeta B” nos recordó Ban Ki-Moon, el anterior Secretario General de las Naciones Unidas.
Carmelo Marcén Albero (www.ecosdeceltiberia.es)