Hace poco aparecía en los medios un artículo de un docente, ganador de varios premios, que alertaba sobre el peligro de convertir estos en un fin para la educación, apelando a la vocación y a la profesionalidad de los docentes para que asuman la responsabilidad de su trabajo que no es otra que responder a las necesidades de desarrollo y aprendizaje de sus alumnos. Pero no es suficiente.
Estemos o no de acuerdo, nuestro modelo educativo exige de una profunda reflexión y transformación. Seamos críticos con nuestro trabajo y reconozcamos que, en ninguna profesión, la excelencia se consigue sin estar inmerso en un proceso continuo de cambio y aprendizaje. Para lograrla, necesitamos vencer la tendencia a la rutina y a la tradición así como entender los mecanismos que provocan y motivan al cambio.
Docentes, médicos, carpinteros, administrativos, aprendices o expertos, para todos, en nuestras profesiones el reconocimiento es una necesidad. Sin embargo, en el caso de los docentes, no importa si estos pertenecen a centros públicos o privados, su labor rara vez se desarrolla en un contexto profesional en el que se premie o reconozca su valía, excepcionalidad, carácter innovador o entrega más allá de lo esperado. En la escuela, responder mejor o peor a las necesidades de los alumnos supone procurarse una mejor o peor experiencia de aprendizaje, un mayor o menor desarrollo y aprendizaje, y esto no suele tener consecuencias en el desarrollo profesional del docente. Ni te ascienden por lo primero, ni te despiden por lo segundo.
El reconocimiento que te dan los alumnos no es cosa menor, ni mucho menos, pero la mayoría ni siquiera lo vemos. Vendrá después de unos años, si alguno de esos chicos o chicas que pasaron por tu aula, te escribe, o te encuentra accidentalmente, o su agradecimiento es tan relevante que se hace notorio y conocido. Entonces podrás hinchar tu pecho, sonreír, recargar energía con el convencimiento de que haces bien tu trabajo.
Solos, en estructuras de trabajo en las que apenas se coopera, en las que el profesorado sólo se comunica para tratar aspectos burocráticos, gestionados por quienes casi siempre carecen de dotes para la gestión; sin estructuras formales y conocidas que te permitan aspirar a ir más allá de rutina, a buscar en uno mismo los recursos necesarios para abordar una misión tan compleja como asumir la responsabilidad del aprendizaje de un grupo diverso de alumnos, sino fuera por el reconocimiento de los premios y su difusión ¿qué nos quedaría? Sin duda, el amor por las cosas bien hechas, la vocación, el propio orgullo y satisfacción, pero, seamos sinceros ¿qué porcentaje de personas muestran un nivel de autorrealización y automotivación suficiente, junto con ser docentes e innovadores? No deberíamos dejar al azar la responsabilidad de ofrecer a los docentes alguna vía en la que logren el reconocimiento merecido y un impulso para su profesión.
Los premios a experiencias innovadoras en educación, no sólo suponen un reconocimiento individual. Son también una ventana y un faro para “atrapar” a otros muchos que aún buscan cómo avanzar y mejorar. Son una excusa para poner a prueba y comparar nuestro trabajo con el de otros compañeros, mejorar y avanzar gracias a la influencia y evaluación externa. Los docentes innovadores, aquellos que se han atrevido a romper barreras, estructuras y tradiciones, probando y evaluando otro modo de transmitir para transformar a sus alumnos, se enfrentan en ocasiones a un cierto rechazo en sus propios centros, o como mínimo, a la falta de apoyo e interacción. El cambio necesita de redes, conexiones, conversaciones, debates, prueba y error, alternativas y búsqueda de soluciones.
He ahí la gran importancia del llamado “claustro virtual” en el que los docentes que, a través de Internet, cooperan y se nutren unos de los otros, valorando su trabajo.
No es la primera vez que escuchamos a un docente premiado en alguno de estos certámenes decir: “gracias a haber recibido este reconocimiento en el centro educativo en el que trabajo se me ha empezado a valorar y es ahora cuando mis compañeros y compañeras han empezado a sentirse interesados por lo que hago, a apoyarme e, incluso a sumarse a mis iniciativas con sus estudiantes”.
Sin el reconocimiento de un premio, sin el apoyo y el feedback de las redes de difusión virtuales o no, muchos de los que un día se atrevieron a dar los primeros pasos, se sentirían pronto “quemados” y aplastados por sus circunstancias de aislamiento innovador y tendrían dificultades para renovar su energía transformadora.
Los certámenes educativos, además de la acción de premiar, visibilizar y ensalzar, tienen una gran responsabilidad en el mundo educativo ya que son escaparates de prestigio donde se exponen buenas prácticas que otros imitarán. Esa responsabilidad confiere a los premios una capacidad transformadora de la educación, la cual debe ser correctamente gestionada para enfatizar a aquellas prácticas educativas que, realmente, tienen un impacto en el aprendizaje significativo de los estudiantes. Es por ello que, elegir el certamen al que uno va a participar es una tarea importante. Los premios nunca deben ir por detrás de la educación o incluso a la par. De ser observadores deben pasar a asumir esa responsabilidad transformadora para proponer categorías y directrices que vayan más allá, aportar su grano de arena para que ese empujoncito que la educación tanto necesita se produzca para dirigirnos cada vez más y mejor hacia la educación del futuro.
Por ello, es apropiado reivindicar premios que sean más exigentes con aquello que reconocen, que den valor a lo crucial en educación, que no se centren en los fuegos artificiales, los adornos o los nombres llamativos, sino que midan la valía de un proyecto en la capacidad para retar el aprendizaje, el desarrollo, la imaginación, la curiosidad, el pensamiento crítico y creativo y en cómo han logrado orquestar una propuesta personalizada, porque ese, y no otro, debe ser nuestro motivo de cambio, continuo y sin fin. Ojalá que surjan más certámenes para que todos los docentes que hacen algo de valor en sus aulas obtengan el reconocimiento que merecen influyendo en sus compañeros además de animar cada vez a más docentes a seguir ese camino.