En 3º de la ESO los alumnos tienen que estudiar, entre otras muchas cosas, la literatura medieval española. Salvo raras excepciones, la reacción de los alumnos es de rechazo: “¡Son poemas o textos de hace 800 o 1000 años, hablan en castellano antiguo, hay que memorizar muchas características que no comprendemos! ¡Es un rollo!”. A pesar de que los profesores nos afanamos en transmitirles el valor de esas obras maestras y de nuestro patrimonio cultural, los alumnos desconectan. A lo sumo, un porcentaje más o menos elevado tratará de memorizar “ese rollo” para aprobar el examen. Pero luego todos olvidarán las jarchas, el Cantar de mío Cid o el Mester de Clerecía.
¿Por qué no cambiamos el enfoque de una vez por todas? ¿Estamos preparando a nuestros alumnos para concursos como el Pasapalabra o Saber y Ganar? ¿Por qué medimos lo que aprenden en el aula solo verificando si han memorizado que el Cantar de mio Cid está compuesto por 3735 versos anisosilábicos o la definición de hemistiquios, prosodia, tiradas? ¿Les ayuda esto a admirar y disfrutar del Cantar de mio Cid? ¿Les hace más inteligentes, más felices o mejores personas? ¿Les ayuda a comprender mejor al ser humano? Creo que todos nosotros conocemos las respuestas.
Comencé por retar su pensamiento con una pregunta de respuesta múltiple y compleja ¿Por qué los seres humanos escriben poesía?
Cambiar el enfoque supone un cambio en los objetivos. Y eso es lo que hice, tratar de trabajar la literatura en el aula para que los alumnos aprendieran a comprenderla y a disfrutarla, para que reflexionaran sobre la naturaleza humana, para enseñarles a pensar y a hacerse preguntas, y para animarlos a que ellos se convirtieran, quizá por primera vez, en artistas (poetas, escritores o pintores).
Comencé por retar su pensamiento con una pregunta de respuesta múltiple y compleja ¿Por qué los seres humanos escriben poesía? Y sucedió que se dieron cuenta de que habían crecido rodeados de poesía; de que en la guardería, en infantil y en los primeros años de Primaria habían memorizado un montón de poemas. Se percataron también de que vivían rodeados de canciones, que no eran otra cosa que poemas cantados por Sabina, Residente, Álvaro Soler o Duki. Comprendieron que es inherente al hombre, a todas las épocas y culturas, jugar con las palabras y emplearlas como material artístico. Y que todos necesitamos del Arte para expresar nuestras emociones y tratar de comprender y explicarnos la vida.
Habían experimentado la primera conexión. Lo que tenían que estudiar sí que resonaba en su interior, no les era ajeno. Así que se preguntaron ¿qué convierte a un texto en literatura? Gracias a varias rutinas de pensamiento que les propuse se dieron cuenta de que era necesario un tipo de lenguaje (el empleo de recursos retóricos) y que ciertos temas eran recurrentes (los tópicos literarios).
Entonces los reté de nuevo: tenían que analizar una canción que les gustara tratando de descubrir qué recursos retóricos se empleaban y qué tópicos literarios aparecían. De nuevo se produjo en ellos una conexión porque al analizar esas canciones se dieron cuenta de segundos y terceros significados (más profundos e interesantes), o de cómo en los videoclips de esos artistas se jugaba con metáforas visuales o símbolos. En definitiva, eso que venía en los libros y que el profesor trataba de explicarles, ¡les ayudaba a comprender mejor el mundo!
Ahora sí era el momento de acercarnos a la literatura medieval. ¿Cómo vivían los hombres de aquella época? ¿Su sociedad era muy diferente a la nuestra? ¿De qué hablaban en sus poemas? ¿Tendrían sentimientos muy diferentes a los nuestros?
Después de trabajar con su conocimiento previo, les propuse realizar varias rutinas y destrezas de pensamiento para que fueran ellos los que dedujeran las características del Mester de Juglaría y las del Mester de Clerecía, observando miniaturas (imágenes pintadas a mano) de los manuscritos medievales, sacando conclusiones y haciéndose nuevas preguntas. O comparando escenas de dos películas: El nombre de la rosa (1986) y La marrana (1992). De este modo el conocimiento surgió desde dentro del alumno. Su sorpresa fue mayúscula: “¿lo hemos adivinado todo sin abrir el libro?”. Este nuevo éxito los motivó enormemente y se vieron capaces no solo de seguir “investigando” y descubriendo los textos medievales, sino que se lanzaron a escribir poemas o textos líricos de su creación.
Se lanzaron a escribir poemas o textos líricos de su creación
Entonces llegó el momento de descubrir el Cantar de mio Cid (c. 1200). Y sus preguntas e interés no se hicieron esperar ¿Por qué era una obra tan famosa? ¿Fue un personaje real? ¿Cuánto había de realidad y cuánto de ficción en el texto? ¿Por qué se lo considera un héroe? ¿Por qué se escribió un poema tan largo? ¿Por qué el autor no lo firmó? ¿Se escribió en papel o en otro material?
Mis alumnos estaban, una vez más, conectados con lo que hacíamos en clase y se pusieron a investigar. Leímos fragmentos del Cantar y vimos la película-documental completa. Analizamos la obra desde un punto de vista literario y ante todo nos acercamos al personaje, a su bravura, a su honestidad, a su fidelidad. Reflexionamos sobre el poder, sobre la venganza, sobre la ambición. Sintieron que no estaban memorizando datos para ponerlos en un examen, sino que estaban descubriendo la complejidad del ser humano, nuestra naturaleza, con sus luces y sus sombras. ¡Tal fue su conexión con el personaje que decidieron hacer la Ruta del Cid en coche o en moto cuando fueran mayores!
Aún nos quedaban por descubrir otras obras medievales. Pero fueron ellos los que se convirtieron en profesores y los que investigaron. Tuvieron que aprender a emplear herramientas digitales para presentarnos a los demás Milagros de Nuestra Señora (1246-1252) o El Libro de Buen Amor (1330-1343).
En fin, que mis alumnos de PMAR 2 (actual 1º de Diversificación), a pesar de ser alumnos ACNEAE o repetidores, habían no solo superado todos los retos que les había propuesto (analizar canciones, emplear herramientas digitales, convertirse en poetas o en profesores), sino que habían llevado a cabo con éxito destrezas de pensamiento y actividades de metacognición. Se habían convertido en protagonistas de su aprendizaje, se sentían capaces de seguir aprendiendo literatura u otras materias. Habían estado conectados y sentían que lo que habían sentido, vivido y aprendido los había transformado. ¿No es este el objetivo de la EDUCACIÓN?