Soy profesora en Bachillerato desde hace muchos años y tengo, quizá, una visión algo cansada. Cansada de la insatisfacción que me provocan las calificaciones trimestrales, cansada de ver alumnos que se topan con dificultades una y otra vez, cansada de priorizar los contenidos que se evaluarán en la EvAU y de no poder dedicar demasiado tiempo – concretamente en mi materia, Matemáticas – a tratar de darles tiempo a ellos para que disfruten averiguando y resolviendo situaciones por su cuenta.
Ven el futuro con mucha incertidumbre, y es que unas décimas pueden provocar que no puedan entrar a la carrera que desean. “Debéis tener un plan B”, les digo, pero un plan B a menudo no es lo mismo, y todos lo sabemos.
Por tanto, sí, me gustaría cambiar el Bachillerato actual.
¿Y qué quiero cambiar? Sobre todo, el tratamiento del tiempo. Porque los contenidos del Bachillerato, el picoteo que se hace de todas las materias que lo conforman, es insuficiente. Propondría, por tanto, un Bachillerato de tres años. Primer cambio.
Seguirá con una mayor selección de los contenidos, en función de los estudios universitarios o de formación profesional que el alumno pretenda seguir. Se debería hilar más fino en las modalidades. O disponer de mayor flexibilidad a la hora de escoger las materias que se quieren cursar. Creo que uno de los cambios que se proponen ya va un poco en esta línea y que nos debemos preguntar:
¿Qué competencias necesitarán desarrollar? ¿Con qué materias las pueden conseguir?
Para ello, aumentaría el tiempo dedicado al estudio y comprensión lingüística, actualmente insuficiente, para que alcancen la comprensión lectora y la expresión escrita necesarias en cualquier estudio. Sin olvidar la oratoria, ya que debemos aprender a expresar lo que pensamos.
Aumentaría las horas dedicadas a la capacidad de análisis y búsqueda de soluciones ante una sociedad que cambia muy deprisa, sobre todo para enseñarles a pensar por sí mismos, y saber opinar y expresar las ideas propias con espíritu crítico. Pero también fomentaría la creatividad, tan necesaria en esta búsqueda. Y, por último y muy necesario, trabajaría la gestión del tiempo con los alumnos, porque se dispone de poco y no lo utilizamos lo suficientemente bien en nuestra sociedad.
Además, las aulas, en la actualidad, siguen la misma distribución que tenía la mía hace cuarenta años: preparadas para una buena clase magistral.
El aula debería ser un espacio dinámico: un conjunto de mesas para discusiones y trabajos en grupo, una estantería con libros de lectura, ordenadores al alcance de todos con una buena conexión, una pared pintada como pizarra donde pudieran escribir, un lugar donde estar físicamente más relajados y, por qué no, tal vez una máquina de café para aquellos que vienen más dormidos.
Se debe llevar a cabo un trabajo exhaustivo con los contenidos de las materias y una selección de aquellos que permiten conexiones. Sin repeticiones. Con la coherencia que implica un buen trabajo en equipo de los profesores del grupo. Aunque seguimos nuevas metodologías, aplicamos la ludificación buscando motivarlos o llevamos a cabo alguna técnica innovadora de nombre inglés, seguimos basando su calificación en un mismo tipo de evaluación: los exámenes o pruebas objetivas. Y si siguen la tipología del que harán en la EvAU, mejor. Eso nos deja más tranquilos a nosotros y también, por qué no, a ellos.
Y es que un cambio de metodología, si no va acompañado de un cambio en el modo de evaluación, no tiene demasiado sentido.
Los feedbacks, tan importantes, les deberían dar opción a mejorar. Pero el tiempo se nos echa encima, y hacia la recuperación falta gente.
Alumnos muy competentes, alumnos que fracasan ahora sí ahora también, alumnos que se aburren enormemente y que, teniendo mucha capacidad, también se hunden.
Y cuidado, porque cambiar el Bachillerato no debe significar rebajar el nivel. Al contrario, debería ser más exigente. Pero con un formato que debe partir de la realidad de los adolescentes y del mundo actual. Para llegar a darles otra. Que valoren la lengua, las matemáticas o la filosofía porque han comprendido su utilidad. Y eso requiere una revolución, y gorda.
Yo estoy dispuesta.