Mi experiencia con los centros educativos penitenciarios comenzó en el verano de 2019, en la temida y esperada asignación de vacantes de julio. Tras comprobar la lista con el nerviosismo característico, descubrí que durante el curso 2019/2020 enseñaría Geografía e Historia en el CEPA (Centro de Educación para Personas Adultas) Alonso Quijano del Centro Penitenciario Madrid III, en Valdemoro.
Suele suscitar mucha curiosidad entre los compañeros que un profesor imparta clases en este tipo de centros. Siempre que surge el tema en la conversación, se formulan las mismas preguntas, todas ellas relacionadas con el tema de la seguridad. Y es precisamente para lo que estoy escribiendo este post: para disipar las dudas y miedos (en especial los relacionados con la seguridad) que se le plantean a un docente a la hora de trabajar en un centro penitenciario. Básicamente, es el tipo de post que me habría gustado leer en el verano de 2019.
Lo primero que hay que destacar es que las personas que acuden a las escuelas de los centros penitenciarios son iguales que las que acuden a los CEPA de la calle. Quieren conseguir su graduado de la ESO, superar la Prueba de Acceso de la UNED para mayores de 25, aprender español o, como tristemente aún sucede en este país, alfabetizarse. Aunque también muchos comienzan sus estudios para reducir sus condenas mediante informes favorables de buena conducta, que reciben tras sacar calificaciones positivas u obtener titulaciones. Debido a esto, no suele haber problemas de comportamiento en las aulas ni ningún tipo de conflicto que requiera la vigilancia de un funcionario de prisiones. Además, los alumnos suelen valorar muchísimo lo que la escuela puede aportarles, no sólo en conocimientos, sino en crecimiento personal, suponiendo para ellos una vía de escape y un oasis en su día a día.
Las personas que acuden a las escuelas de los centros penitenciarios son iguales que las que acuden a los CEPA de la calle. Quieren su graduado de la ESO, superar la Prueba de Acceso de la UNED para mayores de 25, aprender español o alfabetizarse
Otra de las preguntas que los docentes solemos formularnos antes de ejercer nuestra profesión en una prisión es sobre la presencia de profesoras en este tipo de centros, en especial en los masculinos. En Valdemoro, el claustro estaba compuesto por 12 profesores, de los cuales seis eran mujeres de distintas edades. Y el centro de Madrid III es una prisión exclusivamente masculina. Durante mi estancia en el CEPA Alonso Quijano pude comprobar que mis compañeras no tuvieron ni un solo problema con sus alumnos, que las trataban con el mismo respeto y educación que a los hombres. Y, por lo que la jefa de estudios y la secretaria del CEPA me contaron (ambas con una amplia trayectoria como docentes en penitenciarías) es muy raro que una profesora tenga cualquier problema con los alumnos por ser mujer, al menos, en ese centro y en esa escuela, porque este tipo de faltas son tratadas con severidad desde el equipo directivo. El alumno es expulsado de la escuela, amonestado y se le prohíbe volver.
De hecho, hablando de posibles incidentes, podría afirmar con rotundidad que he vivido más faltas de respeto y peleas en institutos que durante mi estancia en el CEPA Alonso Quijano de Valdemoro.
Mentiría si dijese que el primer contacto con los alumnos no resulta intimidante, ya que desconoces completamente por qué están allí o qué han hecho, pero resulta inevitable preguntárselo a veces. Sin embargo, poco a poco comienzas a no pensar en ello, a no hacerte dichas preguntas; son alumnos y tu deber es darles clase. De hecho, escribiendo estas líneas ha venido a mi memoria el primer consejo que el director de la escuela me dio justo antes de empezar las clases. De los muchos que recibí por su parte y por la de mis compañeros más veteranos, fue sin duda uno de los más útiles: siempre es mejor no saber qué han hecho porque, aunque intentes ser imparcial, este conocimiento puede afectar negativamente y condicionar tu trato hacia el alumno. Y fue un consejo que intenté seguir a rajatabla durante los dos cursos que estuve allí.
La mayor dificultad que un profesor o profesora se encontrará en este tipo de centros es el abandono de los estudios, que en el caso de los centros penitenciarios está muy agudizado ante la perspectiva de una condena larga
La mayor dificultad que un profesor o profesora se encontrará en este tipo de centros es la misma con la que se topan todos los docentes de todos los CEPA: el abandono de los estudios, que en el caso de los centros penitenciarios está muy agudizado ante la perspectiva de una condena larga. Este tipo de alumnos considera que tiene tiempo de sobra para completar sus estudios en prisión, por lo que ante cualquier frustración es común que dejen de acudir a la escuela y decidan intentarlo más adelante.
Ahora, centrémonos en la práctica docente en sí. El nivel de los alumnos podría considerarse más bajo de lo que podríamos encontrar fuera pero, como sucede en otros CEPA, hay una infinidad de situaciones entre el alumnado: desde el alumno de edad avanzada que estudió por última vez hace décadas al chaval que acaba de abandonar la enseñanza obligatoria y quiere continuar con sus estudios.
Está prohibido el uso de internet, incluso en los ámbitos académicos. Eso limita mucho los recursos utilizados o las actividades que los docentes pueden proponer
Otro de los aspectos más frustrantes es no poder incluir las TIC en el aula. El empleo de tecnología es indispensable actualmente, sin despreciar a los viejos y consolidados métodos de aprendizaje. Pero en los centros penitenciarios españoles (al contrario de lo que sucede en algunos otros países de la Unión Europea) está prohibido el uso de internet, incluso en los ámbitos académicos. Eso limita mucho los recursos utilizados o las actividades que los docentes pueden proponer a los alumnos. Aunque la dotación de las aulas incluye un PC con proyector e, incluso, una de las aulas cuenta con una pizarra digital, el escaso uso de las TIC en la metodología docente provoca un inevitable regreso al pasado.
Para finalizar, después de varios años en la docencia, considero que todos los que deseen considerarse unos buenos profesionales de la educación deberían experimentar el trabajo en todas las modalidades que ofrece este mundo. Y una de las más interesantes, por sus grandes diferencias con las demás, es la educación en un centro penitenciario. Es una experiencia muy gratificante y didáctica, que ayuda al docente a afrontar retos muy diferentes a los que está acostumbrado. La estancia en el centro penitenciario de Madrid III me permitió humanizar a esos alumnos, conocerlos bien y descubrir que, detrás de los barrotes, de las condenas, son personas igual que los demás. Personas que han cometido errores de los que son conscientes, de los que se pueden arrepentir en mayor o menor grado, pero que desean cambiar sus vidas, no volver a repetir los errores del pasado y, desde luego, nunca volver a estar encerrados entre cuatro paredes. Y creo firmemente que eso es algo que sólo puede conseguirse gracias a una buena educación, administrada por un buen docente que ame su trabajo.
2 comentarios
hola Enrique
soy Gabriel.. estoy organizando mi solicitud de comisión de servicio en Castilla la Mancha cuyo plazo termina este 16042024. aunque yo tengo mi plaza en madrid.
estoy válorando ser maestro en las cárceles. He leído tu artículo y me parece muy edificante y constructivo. que me puedes contar más a modo personal para dar clases en una prisión?
gracias
Gracias por compartir tu experiencia. El año que viene voy a dar clase en un centro penitenciario y me ayuda leer tus palabras.
Un saludo,
Rocío.