Las crisis son momentos en los que asuntos conflictivos latentes se agudizan y emergen a la conciencia. Para las sociedades del primer mundo la crisis del Covid19 ha sido un golpe de realidad sobre la fragilidad de los cuerpos y las carencias de los sistemas sociales de cuidados. Las residencias de mayores y el sistema sanitario han mostrado las consecuencias de años de políticas de recortes y privatización. Y a medida que la pandemia avanzaba, y el deterioro de la salud mental de la población saltaba a la arena pública, este problema oculto y estigmatizado se ha empezado a considerar un asunto urgente en el que intervenir. A pesar de que en esta crisis la infancia y la juventud, dada su menor mortalidad, ha quedado en segundo plano, los primeros estudios ya señalan que la prevalencia de trastornos mentales en estas edades se ha incrementado.
Como sociedad, necesitamos reflexionar si nuestro modo de vida tiene que ver con el creciente malestar que nos aqueja tanto a niñas, niños y jóvenes como a adultos. Un modo de vida que produce dolor, soledad y miedo al futuro.
En su informe “Crecer saludable-mente”, la ONG Save the Children alerta de que, en comparación con los últimos datos oficiales de la Encuesta Nacional de Salud (ENS) 2017, durante la pandemia se han triplicado los trastornos mentales en niños y adolescentes. Y en su aspecto más dramático, el Instituto Nacional de Estadística (INE) revela que en 2020 se registró el mayor número de suicidios en menores de 15 años de la historia, duplicando el registro del año anterior. Actualmente, según el Observatorio del Suicidio en España, esta es la segunda causa de muerte entre los jóvenes de entre 15 y 29 años. Las largas listas de espera en las consultas de los centros públicos ponen de manifiesto la urgente necesidad de intervenir en la atención a la salud mental infanto juvenil desde los diferentes servicios públicos, porque no todo el mundo puede pagar una psicoterapia privada. Pero también, como sociedad, necesitamos reflexionar si nuestro modo de vida tiene que ver con el creciente malestar que nos aqueja tanto a las niñas, niños y jóvenes como a los adultos. Un modo de vida que produce dolor, soledad y miedo al futuro.
El capitalismo actual, neoliberal, impregna la vida cotidiana con sus imperativos de productividad y consumismo desbocado. La interiorización colectiva de la lógica del neoliberalismo, de autoimponerse el máximo rendimiento, competir por el éxito, y orientar el deseo hacia el consumo como logro de la felicidad, crea un contexto social que mina la salud individual y colectiva. La crianza está mediatizada por un mundo adulto sometido a horarios laborales interminables, salarios que no alcanzan para pagar viviendas dignas, y tasas elevadas de desempleo que contradicen la máxima neoliberal de que la felicidad es producto de la positividad y el esfuerzo del individuo. En este contexto social, ¿Qué puede hacer la escuela para promover el desarrollo saludable y el bienestar emocional de niños y adolescentes?
Escuela y bienestar
La primera ventaja de la institución escolar es que, gracias a la educación obligatoria, se puede llegar a toda la población infantojuvenil. La segunda es que la proximidad de las relaciones humanas en el contexto escolar permite al profesorado observar de cerca los posibles desajustes en el desarrollo de cada alumno y alumna. La pobreza, la malnutrición, las malas condiciones de habitabilidad, la violencia en la familia, el abuso, las adicciones o el bullying de los compañeros son algunas de las situaciones que pueden estar bajo la tristeza, la irritabilidad, los comportamientos violentos, los trastornos mentales, el bajo rendimiento académico o el abandono escolar de un alumno o alumna.
Cada edad tiene la posibilidad de padecer desajustes en su desarrollo. La adolescencia es un periodo especialmente crítico donde las autolesiones, los trastornos de la alimentación o las adiciones muestran las dificultades de algunas y algunos adolescentes en este periodo. Sin embargo, últimamente se está comprobando que muchos casos de bullying comienzan ya en Primaria, una etapa considerada hasta ahora menos problemática. Todos los niños, las niñas y adolescentes tienen el riesgo de sufrimiento psíquico en algún momento de su desarrollo. Los docentes han de estar permanentemente atentos a las señales de alerta para poder intervenir cuanto antes con todos los recursos a su disposición. El problema es que las condiciones de los centros hacen muy difícil esta tarea. En enero de este año 2022 El País publicaba que en un centro de Madrid de 900 alumnos se habían tenido que abrir cuatro protocolos antisuicidios. Y la preocupación, inseguridad e incluso ansiedad que esto provocaba a docentes, orientadora y equipo directivo, al no sentirse preparados ni con recursos para afrontar estas situaciones de extrema gravedad. En este centro la orientadora tiene que hacerse cargo de 900 alumnos cuando la normativa europea estima que debe haber una por cada 300.
La salud mental infanto juvenil es un tema muy complejo, que requiere un enfoque global y sistémico para analizar cómo se están atendiendo las necesidades de estas edades en cada ámbito de su vida. Los centros educativos no son islas, reflejan los problemas y contradicciones de nuestro tiempo. Últimamente algunos jóvenes manifiestan que sienten “ecoansiedad”, desasosiego por el futuro incierto del planeta. El cambio climático, la pandemia, la crisis energética y la precariedad laboral están creando un ambiente catastrofista que mediatiza la percepción del mundo de niños, adolescentes y jóvenes. Es evidente que los cambios socioeconómicos y culturales propios del sistema neoliberal condicionan también el contexto escolar. Alumnado y profesorado sufren las consecuencias de los recortes en profesorado y recursos, de ratios excesivas, de un currículum sobrecargado de contenidos, de cambios legislativos constantes y de una demanda de funciones cada vez más intensa que no viene acompañada de la dotación y formación necesaria.
El mundo educativo ha mostrado reiteradamente su capacidad de adaptación y su gran potencial transformador, hay mucha riqueza personal en quienes se embarcan en la tarea educativa, y este es el factor de protección más valioso.
Ciertamente las condiciones no son muy propicias para promover la salud mental en los centros escolares. Ahora bien, el mundo educativo ha mostrado reiteradamente su capacidad de adaptación y su gran potencial transformador, hay mucha riqueza personal en quienes se embarcan en la tarea educativa, y este es el factor de protección más valioso. Cada centro y cada aula es un microcosmos en el cual se afrontan y sortean las dificultades y condicionantes de forma muy diversa. Cuando entras en un centro o en un aula todo nos transmite el clima emocional en el que se desarrolla la vida diaria: la disposición y decoración del espacio, las formas de comunicación y la expresión de los cuerpos nos hablan de la calidez o rigidez que impera en ese entorno. En un tiempo en el que la tecnología mediatiza las relaciones y cada vez más la actividad de enseñanza aprendizaje, el cuidado de las relaciones humanas presenciales son la clave para influir positivamente en la salud mental de las comunidades educativas. La mirada del profesor que genera aceptación y comprensión en el alumno, la niña que se acerca a su compañera aislada para integrarla en el juego del grupo, la atención del equipo directivo al profesor que en un momento se ve desbordado, la escucha tranquila de la tutora a las dudas de la familia. Son ejemplos de cómo se van tramando las redes de relaciones cálidas que influyen positivamente en el clima emocional de un centro. Más allá de la conveniencia o no de incluir una asignatura de educación emocional en el currículum, lo que fundamentalmente puede favorecer que los centros escolares se conviertan en entornos protectores de la salud mental es el cuidado de las relaciones humanas.
La tarea educativa interdisciplinar
La educación emocional es transversal a todos los aspectos de la vida educativa, también a los curriculares. La ofensiva neoliberal pugna constantemente por imponer una educación cuyo objetivo fundamental sea la preparación para el mercado laboral. Nuevas asignaturas como Tecnología y Digitalización, Economía o Emprendimiento, van ganando terreno en detrimento de las humanidades. Desde esta perspectiva se desestima el papel fundamental que tienen en la formación integral de las personas. La literatura es la gran maestra de la diversidad de sentimientos y comportamientos humanos ante los conflictos en todas sus dimensiones y profundidades, la filosofía ayuda a utilizar la razón y valorar éticamente los hechos y las conductas, la música y el arte integran pensamiento y emoción. Por mucho que se introduzca el lenguaje emocional en los documentos curriculares si la educación no cuida el conocimiento del legado humanístico se está privando al alumnado de herramientas culturales fundamentales para la comprensión de sí mismo y de las complejidades de las relaciones humanas.
En algunos centros se han introducido talleres de educación emocional, de coaching y mindfulness. Son actividades esporádicas que no siempre son impartidas por psicólogos y tienen ciertos riesgos si quienes los imparten no saben manejar adecuadamente las intensas emociones que se pueden despertar en algunos alumnos y algunas alumnas. Los centros educativos no son los lugares idóneos para hacer psicoterapia, se requieren centros y profesionales especializados para ello. Es preocupante que se extienda al mundo educativo la banalización del vocabulario psicológico y la proliferación de mentores que abunda en las redes. Necesitamos un debate profundo sobre el modelo de educación emocional a llevar a la práctica en el mundo escolar, porque ojalá fuese suficiente con introducir talleres o incluso una asignatura de educación emocional. Un debate que adopte un enfoque global e interdisciplinar y supere las clásicas dicotomías sobre las causas de los trastornos mentales y las rivalidades de los diferentes campos profesionales.
Más allá de los centros educativos
Necesitamos amplitud de miras para desarrollar planes de intervención comunitaria en los diferentes entornos de la vida cotidiana: el modelo educativo de las familias, las carencias en la alimentación y en la habitabilidad, las actividades de ocio y tiempo libre o los espacios urbanos de encuentro y de juego. Planes que desciendan a la realidad concreta de cada contexto y habiliten recursos personales y materiales para desarrollarlos. Para ello se han de coordinar los ayuntamientos, los centros de salud, los centros educativos, los servicios sociales y otros agentes comunitarios. En los centros educativos los equipos y departamentos de orientación ya se ven desbordados por las necesidades internas, así pues asumir las nuevas funciones de coordinación con otras entidades exige necesariamente que se amplíen con más orientadores, profesorado de apoyo, de compensatoria y servicios a la comunidad. Y que se incluyan nuevos profesionales como los psicólogos educativos o las enfermeras.
La prevención del sufrimiento psíquico y la promoción del bienestar personal hay que enfocarla como una actividad de carácter político, colectivo e intersectorial. Procurar el desarrollo saludable y el bienestar emocional de nuestras niñas, niños y adolescentes trasciende los muros de los centros educativos. Es una tarea comunitaria que reclama un nuevo modelo de atención y la implicación de las diferentes administraciones y servicios públicos, junto a las familias y las diferentes entidades sociales y culturales. Es una responsabilidad que exige también el compromiso activo de toda la ciudadanía.