Los resultados del Programa a la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), liderado por un organismo de coordinación de políticas económicas y sociales, como la OCDE, están alcanzando un enorme impacto mediático. Algo esperable en una sociedad en la que los valores económicos, la acumulación de riqueza y el éxito financiero son prioritarios.
PISA es un dispositivo de control (financiado con nuestros impuestos, pero dirigido por los intereses económicos de las grandes multinacionales del club de los países enriquecidos) que pretende homologar una representación neoliberal de la educación, así como su consideración como inversión al servicio de la rentabilidad, la eficiencia y la competitividad, aunque esto signifique desatender el deber de contribuir al más pleno desarrollo humano.
Nuestros representantes políticos han decidido encargar a la OCDE, en calidad de árbitro global, la gestión de este dispositivo de control y consecuentemente asumir sus orientaciones sobre las políticas educativas públicas y sobre lo que los estudiantes deben saber y las escuelas deben enseñar.
En este contexto, el papel de la educación en la formación para la democracia, la responsabilidad ciudadana y la promoción de la justicia social pierde protagonismo. Los seres humanos se piensan y definen básicamente como trabajadores de la maquinaria laboral y tendrán menos cabida ámbitos formativos esenciales como las artes, la práctica de la reflexión crítica, la educación emocional, la participación ciudadana, la convivencia, la solidaridad, el cuidado del planeta, la ética de la justicia, etc.
Estos ámbitos, menos susceptibles de ser medidos, responden a lógicas más humanistas y humanizadoras de la relación educativa, que al no ser evaluados/medidos, no terminan de tenerse en cuenta. Se olvidan tareas básicas de las escuelas más centradas en la educación para la solidaridad y se legitiman prácticas selectivas de exclusión educativa.
Si bien, cada vez que aparecen los resultados PISA, alcanza relevancia el discurso sobre la educación, su tratamiento mediático está profundamente viciado
Si bien, cada vez que aparecen los resultados PISA, alcanza relevancia el discurso sobre la educación, su tratamiento mediático está profundamente viciado e interesado en resaltar aspectos llamativos y circunstanciales, que no engrandecen el concepto de la educación y la práctica educativa. La preocupación manifiesta es ‘arrojarse los resultados de PISA a la cara’. Lo importante es estar arriba en el ranquin y no el sentido formativo de lo que se hace.
La lógica de productividad y consumo sacraliza las actuaciones de competición y hace inviable una construcción colectiva más humanizadora de lo que es o debería ser la educación. La productividad laboral prevalece como referente, como línea directriz de las reformas y las políticas educativas y evaluadoras. Una interesada mudanza de la naturaleza y fines de la acción educadora.
La lógica reduccionista de PISA. El cambio de prioridades en la enseñanza y la clasificación de personas y centros
PISA focaliza la medida en determinadas áreas instrumentales, con una lógica reduccionista, simplificadora y neoconservadora (Educar “como Dios manda”). Restringe la complejidad del aprendizaje y de la educación a un conjunto de indicadores cuantitativos de los resultados en algunas disciplinas clásicas (lectura, matemáticas y ciencias), limitando el valor de otras y su contribución a una formación cada vez más compleja e integral. Nos referimos a aquellas áreas de conocimiento centradas en una visión más integral y equilibrada del desarrollo humano, difíciles de incorporar en una prueba de ‘lápiz y papel’ o en la cumplimentación de formularios virtuales. Podríamos pensar que PISA no busca tanto saber de la calidad de la educación, como del avance de la instrucción en determinadas áreas.
La valoración de la calidad de un sistema educativo no puede limitarse a la interpretación de unos resultados cuantitativos referidos solo a determinadas áreas de aprendizaje. Entre otros riesgos, puede inducir la tendencia a: (1) cambiar las prioridades de actuación del profesorado, obligado a enseñar para superar las pruebas, y (2) clasificar a las personas y centros, como si de una liga de fútbol se tratara. Otra manera de facilitar que los potenciales ‘clientes’ puedan elegir/seleccionar ‘los mejores centros’, en detrimento de la responsabilidad colectiva de apoyar a quienes más lo necesitan.
Actualmente la OCDE se ha convertido, de hecho, en el ministerio de educación del mundo
Medir determinados aprendizajes no mejora per se la formación, más bien legitima la utilización de formatos de enseñanza y prácticas administrativas que naturalizan una competitividad tramposa entre escuelas, regiones y países. El dato más preocupante, obtenido de las propias mediciones PISA, es el condicionamiento cultural, social y familiar de los aprendizajes académicos y el cada vez mayor asentamiento de actuaciones de segregación escolar y social.
La eficiencia económica y productiva es la que prima
PISA convierte la educación en un instrumento de la economía, agudiza la fascinación por los resultados y ensombrece el valor de promoción de la igualdad de oportunidades. La preocupación ahora es tratar de estar bien situado en el ranquin “a costa de lo que sea”. La OCDE no deja de ser un organismo internacional creado para ‘maximizar el crecimiento económico’ de los países que lo integran.
Actualmente la OCDE se ha convertido, de hecho, en el ministerio de educación del mundo, que avala metodologías instrumentales, sustentadas en una selección de datos, al servicio de una ideología de mercado que afirma y reproduce un determinado orden social. El tipo de pruebas y las áreas curriculares que se miden condicionan la forma de pensar la educación y de legislarla. Sus resultados e interpretaciones mediáticas se utilizan más como referentes de conformación social que como estímulo para la mejora colectiva. Es la eficiencia económica y productiva la que prima sobre la ética. De este modo se olvidan cometidos esenciales de la escuela pública, más orientados a la formación en la solidaridad, y se encubren determinadas prácticas de exclusión.
Estamos ante una colonización del lenguaje educativo por un discurso economicista, construido en torno al poder de los datos y los grandes cotejos y balances, convertidos en auténtica religión. Esta tecnologización del discurso forma parte de la ingeniería del cambio social y de paradigma: si antes las reformas educativas se orientaban por la inversión de recursos (input), ahora se determinan en función del verificable rendimiento del alumnado (output), con el ‘mantra’ neoliberal de hacer más con menos. Sirve de cuartada para responsabilizar al profesorado y a la comunidad educativa de problemas de falta de inversión e interés por una buena y justa gestión.
Lo cierto es que cada vez más profesionales e investigadores demuestran que este programa carece de la potencialidad necesaria para ayudar a la mejora, en profundidad, de la enseñanza en las aulas y del funcionamiento de las escuelas. Las pruebas miden capacidades que dependen mucho menos de la escuela que de la experiencia acumulada en toda la vida del alumnado, de su capital cultural y de los recursos y apoyos familiares y de su entorno. Por todo esto, la investigación más crítica considera PISA un fracaso, en lo que a pretensiones se refiere, ya que no ofrece claves específicas, realmente utilizables, para la mejora de las escuelas y la enseñanza.
Transformar el deseo de aprender en afán por aprobar
Habría que situar los resultados de esas pruebas y su interpretación en un lugar más de información y de contraste, junto a muchos otros indicadores de la vida de los centros. Confiar más en el profesorado y en las instituciones educativas, que ya realizan evaluaciones ordinarias y que conocen mejor lo que sucede a lo largo de todo el proceso de escolarización. Evitar la obsesión por la rendición de cuentas y el riesgo de transformar el deseo de aprender en afán por aprobar. Alejar el peligro de considerar al alumnado con dificultades un estorbo, que merma posibilidades de mantenerse bien posicionado en el ranquin, y de entender la atención a la diversidad un problema que distrae de la obtención de mejores resultados.
Es muy difícil evitar la influencia restrictiva e interesada de los informes evaluativos de la OCDE. Esto nos obliga a hacerlo mejor, pero no solos, no cada uno aisladamente, sino todos juntos. De ahí la relevancia de los colectivos, los movimientos de innovación y de renovación pedagógica y cambio educativo.
La educación es un proceso contextual explicable solo por la confluencia de numerosas actuaciones de naturaleza diversa
Seguro que el profesorado que se acerca a la lectura de este texto está interesado en mejorar su práctica profesional y al corriente de que la educación hay que cambiarla desde dentro y desde fuera. Es decir, no solo contando con su esfuerzo individual, que no debe eludir en ningún caso, sino con el de muchos y la cobertura del contexto social y redes de apoyo. La educación es un proceso contextual solo explicable por la confluencia de numerosas actuaciones de naturaleza diversa.
Nos tememos que las evaluaciones PISA, más allá de su valor informativo y de investigación sobre los resultados de aprendizaje en determinadas áreas, de su utilidad para los medios de comunicación, la oposición política y algunos gobiernos, no contemplan indicadores precisos sobre las causas del rendimiento educativo y son de dudosa rentabilidad para las escuelas. Sin embargo, normalizan una concepción restrictiva de la educación, interesada en un concepto neoliberal de éxito escolar, a espaldas de los modos de hacer y gestionar las relaciones en los centros educativos.
Por eso debemos ser críticos con el “régimen PISA” como parte de “una tecnología, una cultura y una modalidad de reglamentación que utiliza evaluaciones, comparaciones e indicadores como medios para controlar, desgastar y producir cambio. El desempeño de sujetos individualmente considerados u organizaciones sirve como medida de productividad o rendimiento, o como índice de “calidad” o “momentos” de evaluación o ascenso” (Ball, S.J. 2003).
Entendemos la evaluación como un proceso integral orientado a generar información contextualizada, social y culturalmente, sobre la mejora de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Apostamos por una evaluación democrática, participativa, comunitaria y a largo plazo que conlleve apoyo, recursos y cooperación con quienes más lo necesitan, en vez de alarmismo social, proliferación de titulares llamativos y reacciones en caliente o interesadas presentadas como concluyentes.
Defendemos una evaluación global del sistema educativo, que contemple la actuación de multitud de agentes (entre los inexcusables, las administraciones educativas), centrada en promover el derecho a una educación integral, inclusiva, pública, gratuita y universal.
Necesitamos más escucha, inversión, análisis complejo de la realidad escolar, corresponsabilidad entre los distintos agentes, más recursos y diseños prácticos para los cambios y más apoyo institucional.
Y menos “opinión arrojadiza” en un ambiente de condicionado y distorsionado por el ruido, donde es difícil abrirse paso una fundamentada y clarificadora argumentación.
1 comentario
De acuerdo en casi todo, pero por mi experiencia docente en varios centros educativos, tampoco es que estemos llegando muy lejos en formación para la democracia, la responsabilidad ciudadana, la promoción de la justicia y otros indicadores que comentáis en el artículo. Entonces, ¿Qué está pasando?