En mi ya dilatada experiencia en los centros docentes, en breve cumpliré 36 años como profesor de FP, he visto propuestas de cambios de todos los colores y formas, se dan mil nuevas reflexiones, nuevos puntos de vista, nuevas estrategias, didácticas, gestiones de aula acordes con los nuevos tiempos… En fin, innumerables novedades, en ocasiones, ciertamente interesantes y dignas de difundir para la imprescindible mejora de nuestra calidad educativa.
Asimismo, incluso en los mejores escritos o propuestas que leo, no puedo evitar observar raíces, esencias o como quiera que se les pueda llamar, de aspectos que se han estado tratando desde mi juventud e, incluso, antes. Estos, aparentemente para adaptarse al contexto o sencillamente por no parecer pasados de moda, no se nombran, se dan por supuestos y/o superados.
No obstante, mi percepción es que, por obvios, no se le dan importancia a aspectos básicos, por eso hoy propongo hablar de cosas evidentes. No por descubrir la receta de la sopa de ajo, sé que hace siglos que existe, pero sí para recuperar ideas, conceptos o métodos invisibilizados, y darles un repaso (igual sirve para reflexionar). Aunque esté casi todo inventado, cuando descubrimos personalmente algo, es como si volviera a florecer.
La convivencia escolar es uno de estos pilares básicos.
1.- La convivencia positiva, en cualquier contexto, no se puede imponer, se ha de entender y aplicar desde el convencimiento interno de que es la opción escogida. En el peor de los casos, la menos mala, y en el mejor, la alternativa más apropiada. Por lo tanto, no es únicamente una cuestión de hacer ejercicios, talleres o incorporar metodologías para saber convivir positivamente, si no de crear un entorno donde se visualice, se viva, se sienta la convivencia como un elemento que une al colectivo donde te encuentras, que te ayuda a ser y a sentirse parte de él.
2.- Resulta oportuno comentar un fenómeno que me encuentro desde hace años cada vez más patente en el mundo educativo y fuera de él. Cuando en la formación inicial nos introducen en el concepto de educación y, de una manera u otra, te das cuenta que es un proceso en el que la prioridad reside en la persona que la recibe; es un proceso que pretende el desarrollo de la persona, es infinito y, sobretodo, altruista. Como decía antes, en la idea de educación, el foco principal es la persona, no su “utilidad” social o lo que pueda aportar a quien educa.
Quien recibe educación es quien se “beneficia” de ella. Complementariamente nos encontramos con dos conceptos afines, formación e instrucción; el primero tiene una cierta similitud con educación, pero ya no tan “altruista” hacia la persona que la recibe, si no más “utilitaria”.
La formación prioriza ser útil a la sociedad y poder utilizarla, a la vez, para desarrollarte profesionalmente. En cambio, la instrucción implica saber aplicar un manual para realizar una tarea concreta, generalmente “mecánica”, tipo cómo funciona una TV o cómo hacer una tortilla de patatas. El papel de la persona queda en un segundo o tercer plano, lo importante es que sepamos cómo utilizar las funciones de la TV o los pasos culinarios para la tortilla. En la instrucción la evolución personal, sentimientos, crecimiento, o cualquier otra circunstancia interna no se contempla.
Me preocupa que en formaciones o foros educativos, una prioridad que se “palpa” es la necesidad de recibir instrucción, cosas prácticas que sean útiles y aplicables al aula. La educación se sobreentiende, como ocurría con el valor en el antiguo servicio militar obligatorio. No me queda claro si este sobreentendimiento hace invisible el sentido de la educación o sencillamente nos preocupamos prioritariamente o exclusivamente de la instrucción…
¿Afecta esto a la convivencia positiva? Como decía, creo que no existen “instrucciones” para aplicar al contexto que nos lleve a una convivencia escolar positiva, es cuestión de educar, de formar. Si perdemos de vista al alumnado, a las personas, e intentamos únicamente buscar actividades para cumplir expedientes y/o aplicar protocolos, creo que nos costará mucho ver avances positivos y vivir proactivamente la convivencia escolar.
3.- No hay metodología perfecta; no cabe duda de que nos encontramos más cómodas con unas que con otras, no obstante, esta es una cuestión particular, y para gustos los colores, como dice la sabiduría popular. La clave está en creer en la metodología que aplicamos, aún sabiendo que no es perfecta. Es imprescindible tener el convencimiento y los argumentos para considerar que es una buena metodología, a partir de aquí podremos sacarle lo mejor.
Cuando nos imponen un método de trabajo (incluso si está ultracientíficamente comprobado) pero que no nos gusta, que nos genera dudas, no sólo técnicas sino de encaje personal, la posibilidad de que los resultados sean positivos es muy escasa. De aquí la importancia de generar modelos abiertos, adaptables, más centrados en los objetivos que en las actividades, en resultados a largo/medio plazo que a la realización de una actividad, mural o ficha.
Lo más importante es que se genere un proceso, hay que hacer nuestro el sistema o método que nos propongan, lo hemos de personalizar a nuestra manera de trabajar, a nuestras características propias… Y eso implica trabajo personal y profesional, nadie puede hacerlo por mí, no podemos plantear que nuestra labor sea únicamente aplicar protocolos ni hacer ejercicios de esta u otra manera, hemos de tener la capacidad de mirar qué se pretende conseguir, qué objetivo queremos alcanzar (creo sinceramente que las metodología que se nos proponen a día de hoy tiene pretensiones bien intencionadas) y somos nosotros, profesoras y profesores, quienes hemos de hacer el esfuerzo de adaptarlas a nuestra forma de trabajar. Si no es así, ya nos pueden ofrecer el mejor sistema del mundo mundial que si no nos entra en nuestro método particular de trabajo, será, con mucha seguridad, ineficiente, y desde luego criticable… y es que la perfección no existe ¿verdad?
4.- Construir un proyecto de convivencia escolar sufre ese mismo ciclo. La manera de implementarlo tiene infinitas posibilidades, cada centro tiene que valorar cual es la forma más adaptable a su entorno y es imprescindible que cada docente lo haga suyo, lo asimile desde su particular interpretación. Contemplo que prácticamente todo el profesorado ve la necesidad de abordar la convivencia positiva, el cómo hacerlo es otro cantar, y el equilibrio entre un método muy rígido u otro excesivamente laxo lo encontraremos en el inevitable esfuerzo individual de cada docente, su implicación en hacerse suyo el objetivo, más allá del método (siempre criticable, si en ello se pone el énfasis, sea cual sea).
En definitiva, que hay que arremangarse y dedicarse, cada persona de la comunidad educativa desde su ubicación. Si te dedicas a la gestión, hazla lo suficientemente flexible para que cada cual se la pueda hacer suya, y si estás más en el aula, esforzándote para acercar tu sistema de trabajo individual a lo que pretende el proyecto comunitario. Qué fácil, qué complejo, qué necesario.
5.- Para intentar que la convivencia positiva sea una realidad y no una tarea más de nuestro proyecto educativo, hay otro ingrediente para nuestra “sopa de ajo” que es imprescindible: participar, sentirse parte, cuanto más importante, mejor, de lo que pasa a nuestro alrededor. Puede parecer que hay una cierta percepción de que la juventud, tanto en la escuela como fuera de ella, sea cada vez más apática, más pasiva, como si pensaran: “Da igual lo que haga o lo que diga, el mundo lo manejan otras personas y da todo igual”. Ciertamente este pensamiento/sentimiento puede ir más allá de la juventud, a lo peor se está instalando en todas las franjas de edad, ¡Qué miedo!
Es seguramente poco sensato pensar que una persona pueda cambiar el mundo; sí que parece sensato pensar que pequeños cambios tienen grandes efectos, y que pueden depender de nosotros y nosotras, de nuestra actitud delante de cada conflicto, de nuestra decisión sobre intervenir en una situación trivial al pensar que no arreglaremos el mundo pero sí que podemos crear entornos que lo hagan más amable, tolerante, cívico… ¡Mejorar nuestro pequeño entorno! Y para eso hemos de participar, trabajar con y creer que nuestra intervención es importante, aún sin la percepción directa de que arregle los problemas, ni las actitudes, a escala mundial.
Si intentamos salir del todo-nada, del blanco-negro, del conmigo-contra mí y nos centramos en la inmensidad de los matices, de las posibilidades intermedias que surgen en prácticamente cualquier situación, igual empieza una nueva manera de enfocar nuestras relaciones en situaciones de tensión, conflictivas, duras, amenazantes… Y podamos valorar que una pequeña mejora es merecedora de nuestro esfuerzo. Que no hacer nada generalmente no ayuda, sino que dificulta.
Seguramente nos demos cuenta de que nuestra manera de participar, de hacer, crea realidades diferentes.
Y esto es real ¿no? Como mínimo nos lo podemos plantear.
Por hoy creo que ya hemos escrito muchas cosas obvias, hemos hablado de evidencias, esperamos que sirvan para visibilizar aspectos que a menudo se dan por “sentados” pero no por eso son prescindibles o poco significativos.
Recordemos: “Las cosas importantes, no son cosas” (Autor desconocido).