En febrero de 2018 se reunieron más de un centenar de personas en la Universidad de Málaga para la realización del “WorkshopOrienta: Nuevas miradas en la orientación escolar”. Se trataba de un encuentro entre profesionales y familias para pensar juntos cómo construir una escuela para todas las personas. Analizando aquel evento con la distancia que da el tiempo, se trató de un encuentro revolucionario en el que personas procedentes de muy distintos ámbitos y lugares, desde el diálogo igualitario, se unían para darse la oportunidad de escucharse, debatir y aportar sobre cómo transformar la escuela con la finalidad de hacerla inclusiva. De aquel trabajo surgieron varias comisiones para seguir trabajando después del encuentro. Una de esas comisiones tenía el propósito de transformar una evaluación psicopedagógica que tradicionalmente clasifica y cosifica a la infancia, en otra más humana y educativa. Venimos trabajando en ello desde entonces.
Cuando algo se realiza de una determinada manera, la fuerza de la costumbre impone un marco de actuación que supone una limitación a lo posible, no porque no lo sea, sino porque nuestro pensamiento restringe nuestra creencia de lo posible y limita explorar más allá de lo conocido. Salir de ese marco nos cuesta mucho porque tenemos autoimpuesto, tal vez de manera inconsciente, una línea imaginaria que creemos que no podemos sobrepasar, así que toda propuesta de solución suele quedar dentro del marco. Como en el problema de los nueve puntos de Watzlawick, el propio planteamiento del problema te impide encontrar la solución si no te alejas para verlo con más perspectiva, si no traspasas las fronteras para salir del marco. El marco se convierte en el problema que impide encontrar una solución.
Así que, el grupo que formábamos en aquel entonces esta comisión, estuvo trabajando durante al menos dos años sin salir de ese marco autoimpuesto. Es cierto que se avanzaba y algo mejorábamos en la evaluación psicopedagógica, pero el cambio no suponía una ruptura con el modelo de evaluación psicopedagógica tradicional. Probablemente parte nuestra limitación para pensar más allá de la tradición, se situaba en la dificultad de abandonar el modelo médico. El concepto de normalidad es difícil de eludir, incluso para quien quiere hacerlo. No obstante, teníamos claro que nuestro trabajo era el de modificar los contextos y eliminar así las barreras. Pero seguíamos en un modelo individual con un informe nominal que no nos acababa de convencer.
Llegó un punto en el que parecía que quedamos encallados sin saber hacia dónde dirigirnos. En aquel momento, el grupo, en el que inicialmente habían participado bastantes personas, había ido quedando mermado. Y por un breve periodo de tiempo quedó sin funcionamiento. Durante el confinamiento por COVID-19, con la idea de retomar el trabajo, y aprovechando la oportunidad de reunirnos de manera virtual, un grupo de unas 50 personas, en su mayoría orientadores y orientadoras, volvimos a darle impulso. Lo primero que trabajamos en esta nueva etapa fue precisamente darnos un marco dentro del cual cabían multitud de posibilidades, pero nos comprometíamos a no rebasar ese marco: el marco de los derechos humanos. Lo llamamos líneas rojas, se puede consultar ese documento aquí.
Este grupo de profesionales de la orientación escolar hemos estado trabajando durante estos años buscando la forma de revertir la evaluación psicopedagógica; buscando alternativas, de ahí que nos denominemos Colectivo Alterevaluación, que respeten el derecho a la educación inclusiva de todo el alumnado. Entendemos nuestro trabajo en orientación como palanca y no como obstáculo, para contribuir a la transformación que la escuela necesita para dar cabida a todo el alumnado, sin excepción; para que todo nuestro alumnado se sienta no solo acogido, sino también valorado. Y, por supuesto, para que progrese en sus aprendizajes y sus relaciones sociales, todo ello, desde el bienestar emocional.
La evaluación psicopedagógica actual supone una gran dificultad para lograrlo. De hecho, hoy constituye uno de los mecanismos más eficaces que tiene la escuela para legitimar la desigualdad. Cuando categorizamos al alumnado a través de una evaluación psicopedagógica como lo hemos hecho tradicionalmente, la escuela queda sin ser cuestionada. Es el alumno o la alumna el responsable de su “desajuste”, y, por norma general, comienza un proceso, en el mejor de los casos normalizador, que se basa en la no aceptación de la diversidad: es el alumnado el que debe hacer el esfuerzo por adaptarse a un sistema que es profundamente excluyente. Con nuestras prácticas así realizadas, la orientación no mueve un ápice ni las políticas, ni las culturas, ni las prácticas. La escuela, el sistema educativo, no se ve cuestionado con este tipo de evaluaciones psicopedagógicas.
Recientemente, en marzo de 2024, se celebró el XIX Congreso Internacional de Universidades y Educación Inclusiva celebrado en San Sebastián. En él, Mel Ainscow nos deleitó con la conferencia de cierre del congreso, en la que entre otras cuestiones, dijo algo relacionado con lo que venimos exponiendo, y lo dijo alto y muy claro: «No tienes que etiquetar para intervenir”. Estuvo argumentando sobre que el «etiquetado de la educación especial y el énfasis en la categorización son una gran barrera”. A través de una anécdota en una escuela de Ghana nos hizo ver que cuando solo hay una escuela única, la común, todo el alumnado pertenece, cualquier niño o niña es nuestro niño y niña, y está donde debe estar. Ante la respuesta a su pregunta de por qué aquel niño estaba allí, aclaró: “Mi pregunta era Europea, donde hay «opciones». Pero en aquella escuela de Ghana, ese niño, era su niño”. Extrañados le preguntaban dónde estaría si no; esta es su escuela.
En aquel congreso, nuestro colectivo Alterevaluación participaba en varias mesas con diferentes comunicaciones. Se trataba de trabajos que ofrecen distintas perspectivas de un mismo proceso: un proceso de lucha colectiva por contribuir a la construcción de una escuela más humana e inclusiva. Entre estas comunicaciones hay una que debe tener una mención especial, y es con la que el grupo compartía un adelanto de la construcción central que hemos estado haciendo estos años. Se trata de un libro en forma de guía, que será publicado próximamente por la Editorial Octaedro, que pretende ayudar a la reflexión y orientar o apoyar a aquellos profesionales que quieran una evaluación psicopedagógica que respete el derecho a la educación inclusiva. Su título: “Hacia una evaluación psicopedagógica inclusiva. Cómo convertirla en una pieza clave para todos y todas, sin excepción”.
Nos gustaría adelantar algunas de las cuestiones que se pueden encontrar en este documento. La propuesta principal pasa por abandonar el enfoque médico-clínico, así como las lógicas normalizadoras y terapéuticas, partiendo del modelo social de la discapacidad y de la convicción de que lo educativo se enmarca en la colectividad. Por esta razón, como hemos adelantado anteriormente, dejamos de ver problemas en los cuerpos del alumnado, para entender que las barreras al aprendizaje se sitúan en las relaciones, los procesos y los contextos. Por esta razón, nuestra propuesta abandona el enfoque de diagnóstico individual hacia una evaluación colectiva, a través de la investigación-acción participativa. De esta manera, el orientador o la orientadora, deja de dedicar sus esfuerzos a diagnosticar, para convertirse en facilitador/a de procesos de investigación participativa. Alumnado, profesorado, equipo directivo y familias son los agentes que deben indagar, reflexionar, proponer y transformar los contextos, en procesos que pretenden ser democráticos y por tanto inclusivos.
Durante la exposición de todo esto en el Congreso nos produjo cierto impacto, y sobre todo emoción, que lo que creíamos que había sido un trabajo hecho en silencio y en la sombra, fuera conocido, seguido, valorado y reconocido por distintas universidades a la hora de realizar sus investigaciones. Igual nos pasó al final del congreso: tras terminar la actividad, quedamos hablando en los pasillos y la entrada. Se nos acercó una estudiante muy joven que nos había conocido en una de las mesas de comunicaciones. Se acercó motivada por el interés de compartir sus ideas e inquietudes. Fue una conversación corta debido a la hora que era, pero esta pequeña charla nos llenó de esperanza por dos razones: por un lado, por la posible repercusión del trabajo que un grupo de personas comprometidas estamos realizando sin saber en qué medida puede llegar a servir a alguien que ni siquiera conocemos. Aquello que hacemos, por pequeño que creamos que es, nunca sabe el impacto que pueda llegar a tener para otras personas. Por otro lado, destacamos que una estudiante, una futura profesional, se acercara porque se había interesado en nuestro trabajo y sentía la necesidad de compartir con nuestro grupo sus planteamientos, sus dudas, sus reflexiones. Esto, junto a la juventud de la chica, nos llena de esperanza al saber que hay personas dispuestas a participar de esa “voluntad colectiva de que esto [la inclusión] ocurra” a la que aludía Mel Ainscow en la charla que puso el broche final al congreso.
Somos un grupo humano y no somos nadie. Somos quienes han participado con asiduidad y quienes han estado solo puntualmente, quienes están cuando pueden, quienes nos leen y siguen el trabajo y quienes nos dan apoyo, quienes, a partir de sus reflexiones y debates, nos ayudan a definir y redefinir nuestro trabajo desde la orientación. Tú también puedes ser parte. Gracias a todo el Colectivo Alterevaluación.
Puedes encontrar más información sobre el colectivo, ponerte en contacto con el grupo, y formar parte de él a través del apartado “Un modelo de orientación escolar para la educación inclusiva” de la web de Quererla es Crearla.