Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
Un grupo de adolescentes, en la clase de dibujo, montan un collage en el que alrededor de la foto de Hitler aparecen frases y fotografías exaltadoras del nazismo y del franquismo. Unas mesas más allá otro grupo de chicas al observar el contenido del trabajo les increpan y muestran su desacuerdo. Se produce una discusión con cruces de calificativos y alguna que otra amenaza. La profesora de la asignatura se da cuenta del barullo y les invita a calmarse y no montar tanto jaleo. Cada cual acude a su tarea y la clase continúa con aparente normalidad, hasta la salida del instituto, donde continúa el enfrentamiento.
Todos los años mostraba en mi clase de Educación Social lo que anunciaba como “una de las secuencias de terror más escalofriantes que he podido ver en el cine” y a continuación proyectaba en la pantalla del aula un fragmento de la película Cabaret que seguramente muchos de ustedes recordarán. Es una hermosa y soleada mañana y la plaza del pueblo está repleta de ciudadanos tomando amigablemente cerveza y charlando sentados en las mesas del casino o en los bancos del parque, donde juegan los niños y las niñas. De pronto se escucha una dulce y encantadora voz que inicia una hermosa canción a cappella: Tomorrow belongs to me Live. Se muestra en primer plano el rostro de satisfacción del bello joven rubio que la canta. La cámara recorre su cuerpo y muestra su uniforme de las juventudes nazis y el zoom le muestra finalmente entero, en posición de firmes, con la cruz gamada en su brazo izquierdo. La canción continúa y una chica se le suma y a continuación otros jóvenes y después diferentes personas de la plaza. Finalmente, todo el mundo está en pie cantando la canción con el brazo en alto, ante la mirada tristemente lúcida de un hombre de edad avanzada que adivina la que se le viene encima. La secuencia se cierra con la sonrisa, distante e incrédula, de un par de jóvenes burgueses y la pregunta de uno hacia el otro: «¿Todavía creéis que les parareis los pies?».
No sé qué pensaría la profesora de Dibujo ante la situación que se produjo en aquella clase de un centro público de secundaria. Puede que pensara que ya vendría el profe de Educación para la Ciudadanía (¡ah! no, que el PP quitó esta materia!). Puede que pensara que eran cosas de niños y niñas, al fin y al cabo, lo eran. Puede que, estratégicamente, al mirar hacia otro lado estuviera protegiendo la pintura de su coche. Da igual, la cuestión es, más allá de este caso concreto, cuál es el proyecto educativo de una escuela pública, cómo se trabajan las disputas ideológicas y cómo se neutralizan las de la intolerancia y el terror. A mí me parece que bajo las palabras tolerancia, pluralismo o neutralidad se esconde a menudo un peligroso discurso desmovilizador de las conciencias críticas. Todo se resuelve en el plano de las opciones individuales y ahí tanto monta, monta tanto. La educación es un proyecto público y por tanto comunitario. La comunidad se dota de recursos para la construcción de una ciudadanía activa, crítica y responsable. Y ese es el mandato al funcionario, al servidor de la comunidad: la educación del ciudadano. Una educación que le provea de herramientas para pensar por sí mismo el mundo que está viviendo y le dote de procedimientos para la intervención responsable en ese mundo.
Es cierto que la actual estructura curricular en nada favorece este proyecto. Y en ocasiones, claramente lo impide. La fragmentación disciplinar y el academicismo son herencias pedagógicas demasiado antiguas para responder a las demandas actuales de la escuela. Creer que uno entra en el aula a “enseñar Biología y nada más” es un argumento social y pedagógico insostenible. Y creer que las insuficiencias cívicas que escupe cada época las resolvemos en la escuela con nuevas materias y más fragmentación es miope o perverso. O no vemos suficiente o estamos poniendo parches a la vieja rueda de un motor que hace tiempo que dejó de funcionar.
Los educadores y las educadoras tenemos una gran responsabilidad, y para ejercitarla necesitamos formación y condiciones de realización. Los mañanas, todos los mañanas, están por hacer y a todos y todas nos pertenecen vivos. Pero esos mañanas se construyen en el cotidiano de cada aula y de cada centro. Yo sé muy bien que poner la foto de Hitler en un trabajo de collage para la asignatura de Dibujo es una estúpida anécdota infantil sin mayor relevancia. Pero desconozco el momento en que las estúpidas anécdotas dejan de serlo y un día te despiertas y en la plaza están cantando que el mañana que pertenece a unos pasa por la aniquilación de los otros.
Y no me resisto a acabar el texto sin contarlo. Otra profesora de instituto desfilaba hace escasas semanas por la población de Bétera en una manifestación festiva en la que se reivindicaba reconocimiento y apoyo político a las diferentes expresiones de la cultura popular en la comarca. Hasta donde estaba este grupo de personas acudió un grupúsculo de jóvenes y no tan jóvenes con banderas españolas y diferente simbología nazi con gritos e insultos y cánticos falangistas. Entre los jóvenes del grupúsculo la profesora pudo identificar a un exalumno suyo, que bajando la cabeza continuaba el insulto. Con lágrimas en los ojos me lo contaba mientras yo recordaba aquella otra escalofriante secuencia de La lengua de las Mariposas.
https://www.youtube.com/watch?v=oGNsLD9hW1Y