En diciembre del año pasado se dieron a conocer los resultados de la prueba PISA, aplicada en los países de la OCDE y en un conjunto de otros países que han decidido adherir a este dispositivo de evaluación de logros de aprendizaje. Uno de los hechos de mayor impacto de esta edición de PISA fue la exclusión de los datos de Argentina por dificultades encontradas en la muestra de escuelas donde se aplicó la prueba. El escándalo que esta exclusión provocó en el país fue enorme y aun hoy se sigue discutiendo acerca de culpables o responsables. Todos los actores involucrados han salido dañados: las autoridades del gobierno anterior, las del actual gobierno y, particularmente, las autoridades de la propia OCDE, que no advirtieron a tiempo sobre los problemas existentes. Además del caso argentino, en América Latina se ha abierto un fuerte debate por problemas técnicos en los casos de Uruguay y Colombia.
Más allá de la especificidad de estos casos, es preciso recordar que no es la primera vez que se señalan problemas técnicos de esta naturaleza con respecto a PISA. Hace dos años un fenómeno similar fue detectado para el caso de Brasil. Un estudio al respecto mostró que los resultados de Brasil en la serie 2003-2009 no eran comparables porque se había modificado la fecha de aplicación y la definición de la edad escolar y, por lo tanto, el aumento de Brasil en los puntajes de la prueba debía ser puesto en duda. Dicho estudio mostraba que un fenómeno similar también se podía apreciar en otros países como Chile y Luxemburgo. Obviamente, los problemas técnicos no se reducen a cuestiones muestrales sino que abarcan también todo lo relativo al contenido de la prueba y las competencias que pretenden medir.
No es este el lugar para analizar estas cuestiones técnicas en profundidad. Sólo deseamos indicar que estos fenómenos abren interrogantes importantes acerca de la falta de correspondencia entre la debilidad técnica de los instrumentos que utiliza PISA y el fuerte impacto político de la difusión de sus resultados. Desde este punto de vista, los responsables de PISA han tenido más éxito en la segunda dimensión que en la primera. Sin embargo, la disociación entre impacto político y debilidad técnica debe ser incluida en la agenda de discusión. Al respecto, la experiencia de estos años permite formular una serie de consideraciones que deberían ser tenidas en cuenta en los debates de política educativa.
En primer lugar, es preciso llamar a los evaluadores a ser más modestos (o menos soberbios) en sus discursos. Un discurso más austero sobre las potencialidades de los sistemas de medición de resultados permitiría bajar el nivel de sobreactuación que rodea a la presentación periódica de los resultados de las pruebas.
En segundo lugar, es necesario reiterar la idea de poner en el centro del debate la discusión sobre las estrategias para mejorar los resultados. Al respecto, es importante apreciar que los datos de PISA no son muy pertinentes para la definición de dichas estrategias. Los así llamados “factores asociados” dicen obviedades tales como que la pobreza, el tiempo, el ambiente escolar, la infraestructura y otras variables aparecen vinculados -sin relación causal directa- a los logros de aprendizaje. Pero más allá de estas correlaciones estadísticas, los datos de PISA muestran que con modelos pedagógicos muy diferentes o, incluso, opuestos, se pueden lograr buenos resultados en las pruebas. Finlandia y Corea serían, desde este punto de vista, los paradigmas de esta apreciación.
Elegir un modelo pedagógico u otro no depende de su eficacia sino del sentido de la educación en una determinada sociedad. Más allá de resultados parejos en las pruebas PISA, es evidente que los alumnos de las escuelas de Finlandia aprenden valores y patrones de desarrollo personal muy distintos a los que aprenden los alumnos coreanos. Así como las pruebas no miden estas dimensiones, sus resultados tampoco provocan cambios en los modelos. En síntesis, pongamos la discusión en el modelo pedagógico y en las estrategias de enseñanza y aprendizaje que permitan mejorar los resultados. Utilicemos la información provista por PISA y por las otras pruebas nacionales e internacionales, pero fundamentalmente la información que nos brinden los debates acerca de qué queremos transmitir a las futuras generaciones y hacia dónde queremos orientar el destino de la sociedad.