En un reciente encuentro en Bilbao, convocados alrededor de la pregunta ¿Qué educación para qué mundo?, Guadalupe Jover nos propuso una provocadora reflexión: si en vez de decir «no tengo tiempo» pienso y busco estrategias para utilizarlo de un modo distinto, quizá encontraremos oportunidades para vivir de un modo menos estresante el proyecto educativo de la escuela. Al regresar a casa recupero un antiguo texto de Elena Cordoni: «Las mujeres cambian los tiempos», una propuesta de ley de iniciativa popular en la que se sugiere hablar del tiempo, en vez de horario, como un modo de reconocer que la organización de las complejas tareas de la vida no tienen porqué sucumbir a la lógica horaria de organización del trabajo. En el encuentro de Bilbao hablábamos de sujeto, sujeto -sujetado-, pero sujeto -político-, con voluntad y capacidad para tomar en nuestras manos los destinos de nuestras vidas. Y me pregunto ahora si somos sujetos de nuestro tiempo docente, educativo, o por el contrario nos sujeta un organización horaria que nos limita e impide desarrollar esa capacidad de ser sujeto.
Conozco a maestras y maestros con una enorme capacidad de trabajo y un gran espíritu innovador, a las que les derrota la expresión: ¡No tengo tiempo! Quizá, siguiendo el consejo de Lupe podríamos pensar de otro modo el uso del tiempo gastado y su valor. ¿No os parece que mucho del tiempo escolar además de repetitivo y aburrido, y quizá también por eso, pierde sentido y significatividad? ¿No os parece que la fragmentación excesiva, la separación de materias curriculares, la disciplinariedad dura, burocratiza el horario y no favorece la vida plena del tiempo escolar? ¿Y la cantidad es lo mismo que la cualidad? ¿No os parece que sobra cantidad de curríulo en detrimento de la cualidad del tiempo invertido en el aprendizaje? ¿No os parece que la regulación horaria individualiza mucho de lo que podría resultar una hermosa experiencia de cooperación? Y cuando no se tiene tiempo ¿Quién organiza el poco que tenemos?
Me eduqué políticamente en la idea de que la escuela pública debía ser un espacio de acogida y reconocimiento de aquellos y aquellas que más necesitan de esa acogida y reconocimiento, y ahora pienso que lo mismo debe ocurrir con el uso del tempo. La escuela pública debe ayudar a vivir de otra manera los tiempos, de manera que la presión por las prisas no actúe contra el niño o la niña, o contra el maestro o la maestra. Es un principio elemental de la pedagogía renovadora, yo lo aprendí con Freinet, y la actual reivindicación de la educación lenta, tan bien argumentada por Joan Domenech, viene a corroborar este proyecto pedagógico. La asamblea era el inicio de un propuesta de investigación, y desde ella nos poníamos a trabajar planificando actividades y tareas a las que dedicábamos el tiempo necesario reconociendo los diferentes ritmos y posibilidades temporales de cada sujeto.
Hay mucho curriculum, y la organización que de este proponen los libros de texto todavía lo incrementa. Hemos de aprender a decidir por nosotros mismos sobre las estrategias de simplificación. Como docentes, debemos estar en condiciones profesionales de decidir, demostrando a la administración educativa que trabajamos todo o más de otra manera, con otros tiempos, integrando saberes y disciplinas, tomándonos más tiempo para cada tarea que lo necesite, amplificando y estirando las franjas horarias para reconocer con tranquilidad y paciencia que el esfuerzo y la complejidad de un proyecto educativo están reñidos con la inmediatez y la prisa.
La niña llega por la mañana con un caracol en el bolsillo. Lo muestra a las amiguitas y a la maestra y nace un hermoso proyecto de curiosidades y preguntas. La maestra se inquieta por la perdida de tiempo, el retraso en las tareas programadas. Quizá acabe solicitando que internet resuelva esas inquietudes en tiempos extraescolares. O quizá no. Porque la maestra sabe que la pregunta de los niños es un derecho para el que habrá que encontrar el tiempo educativo de búsqueda de la respuesta.
En el citado documento de Cordoni, se argumenta sobre un proyecto de ley presentado en 1990 en el Congreso de los Diputados de Italia, por mujeres enfrentadas a la concepción masculina y neoliberal del tiempo. Es un ejemplo. No es mala idea una ILP en la que profesorado y alumnado puedan decidir por sí mismos sobre el sabio empleo del tiempo educativo en la escuela. Y de los recursos humanos y materiales que hacen que los tiempos resulten más fáciles o más difíciles (es obvio que la pareja pedagógica haría más feliz el tiempo de trabajo en educación infantil). Y tampoco creo que fuera mala idea que en vez de subcomisiones para acordar amplios marcos legislativos que, si llegan a acuerdos, poco cambiarán la realidad de la escuela, nuestros diputados y diputas podrían discutir sobre cómo facilitar políticas concretas de innovación, como ahora el uso del tiempo. Claro, si sus señorías tienen tiempo para ponerse en estos menesteres.