Esta valiente mujer simboliza, junto a muchos otros hombres y mujeres latinoamericanas, la lucha por el territorio. No por la tierra sola, sino por la conjunción de aspectos políticos, sociales, culturales y económicas que representa. Ella fue víctima de las grandes transnacionales que, junto a las estructuras de poder en los países, vienen empobreciendo a pueblos enteros mediante el saqueo o la explotación extrema de los recursos naturales. Berta, junto a tantos anónimos y anónimas, luchó por defender a los pueblos hondureños de la barbarie de empresas que modifican el entorno medioambiental a través de la utilización de ríos para la construcción de hidroeléctricas. Está claro que los impactos ambientales son tan enormes para la vida de las comunidades como lo es la ganancia que obtienen esas empresas.
Pero Berta Cáceres y el pueblo lenca representan solo un ejemplo de lo que está ocurriendo en América Latina. Una muestra de esa enorme escuela de las luchas campesinas por el territorio que está generando aprendizajes que la educación más tradicional y conservadora va a ocultar, negar o descalificar. Pero hay una gigantesca escuela en esas luchas que toda pedagogía de la vida y de la dignidad humana debe aprender a descubrir.
El debate que se mantiene abierto en nuestros pueblos por la defensa del territorio no es solo acerca del derecho de los pueblos a proteger sus recursos naturales. Implica también el abrirnos a descubrir cómo la protección del medioambiente es crucial para la vida comunitaria, pero también para la sobrevivencia global. En otras palabras, cada vez que un conjunto de comunidades pelea, discute y sufre la represión salvaje de poderes nacionales e internacionales, estamos frente a una lucha por el planeta.
Otro aprendizaje, quizá menos claro y más invisibilizado, es aquel que tiene que ver con el derecho de los pueblos a decidir por su territorio. Esto conlleva el derecho a acentuar y vivenciar sus cosmovisiones, sus valores, sus conocimientos y sus formas de relación con la naturaleza. Aunque parezca anacrónico decirlo, estoy seguro de que si las grandes potencias y las grandes transnacionales lanzaran una mirada a las maneras de vinculación con el entorno natural que han mostrado los pueblos originarios, las cosas serían otras para el futuro de la humanidad. ¡Pero esta es una ingenuidad! Lo que sí está claro que debe ser parte de la lucha ciudadana es el derecho a la consulta sobre agua, tierra, aire y recursos naturales que se niega de manera sutil o mediante la violencia.
También esta escuela nos está evidenciando la necesidad de que no desconectemos la tierra del territorio en cuanto concepción sociopolítica, pero también en cuanto a la dimensión cultural que tiene. Cuando llegan las máquinas a extraer minerales o desviar ríos, no solo llegan con la muerte de los microsistemas sino también con la destrucción de rasgos y elementos culturales que son más difíciles de recuperar. Por ejemplo, en Guatemala, la destrucción de la vida, la dignidad, la cultura y los proyectos de vida de 33 comunidades por causa de la construcción de la hidroeléctrica de Chixoy, sigue siendo un ejemplo de cómo en las luchas campesinas y de los pueblos indígenas se juega el futuro de una visión y una forma de vida que permita al planeta su sobrevivencia.
Y frente a estas luchas, ¿qué pasa con los sistemas educativos? O intencionalmente se ignora la realidad profunda (porque se “dan” clases de ambiente o ecología, pero no de realidad socioeconómica y política), o las luchas campesinas son silenciadas. De hecho, cuando las protestas campesinas ocurren, se criminaliza a los hombres y mujeres que las promueven. ¡Se hace criminales a quienes defienden la vida en el planeta, pero no a quienes lo explotan hasta el agotamiento!
Foto: Prachatai BY-NC-ND (Flickr)