“Los libros envejecen a nuestro lado, amarillean con el tiempo, como decía el poeta, y llevan, muchos de ellos, las marcas de nuestras lecturas, las notas y reflexiones que despertaron, las pruebas de nuestro amo”.
Emilio Lledó
¿Qué libro compraremos este domingo, en algunos lugares festivo por partida doble? Hay quien se guía por su propio olfato, husmeando en librerías y en las redes. Los hay que se mantienen fieles a un autor o a un género como puede ser el de la novela negra, por citar uno en progresivo auge. Otras personas se fían del buen criterio de amigos o conocidos o del boca-oreja. Se recurre también a los best sellers y a los listados de libros más vendidos. Y, naturalmente, a los premios del año que crecen por doquier: tanto los que mantienen un sello de transparencia y honestidad como los que han alcanzado un sonoro desprestigio por méritos propios. De todo hay.
Algunos de estos libros, tras estar en la mesilla de noche, se socializarán de inmediato y se perderán definitivamente en la senda del olvido o, por el contrario, se guardarán celosamente y ocuparán un lugar en nuestras estanterías, en nuestro paisaje vital-comunitario y en nuestras mentes. Porque nos produce un placer muy especial, estrena o refuerza nuevos vínculos literarios y engrandece nuestra cuota de felicidad. José Luis Sampedro lo sintetiza con acierto: “Con el libro volamos a otras épocas y a otros paisajes: aprendemos el mundo, vivimos la pasión y la melancolía. El libro que enseña y conmueve es además ahora el mensajero de nuestra voz y la defensa para pensar en libertad”. Es también un acto de resistencia.
La lectura nos ayuda a mirarnos y a descubrirnos más nítidamente en nuestro espejo y en el del otro. A explicar el mundo y a explicarnos a nosotros. A ensanchar la mirada sobre el mundo en minúscula y en mayúscula, y a recrearnos en la fantasía y la imaginación, en los territorios del realismo y la ficción, a veces bajo fronteras tenues e imperceptibles. La lectura es un ritual que requiere tiempos sosegados, sin interferencias tecnológicas y espacios apropiados: públicos y privados. Algunos muy íntimos. Los libros son objetos con diseños, colores, texturas, tipografías y aromas que desprenden una belleza muy singular y que reclaman mimo, amor y compañía para que el lector se familiarice con ellos. Con frecuencia, su lectura se asocia a personas, lugares, acontecimientos, épocas, significados y experiencias personales coyunturales o que perduran en el tiempo.
Las bibliotecas particulares, por aquello de la falta de espacio, llega un momento que se van aligerando. ¿Con qué criterios nos desprendemos de un cierto número de libros y qué hacemos con ellos? ¿Por qué guardamos los que guardamos en nuestras estanterías? Uff, aquí se mezclan las razones utilitarias: me servirán para esto y aquello y las que tienen que ver con la calidad literaria -hay algunos clásicos que no te cansarías de leer una y otra vez- y/o que te dejaron huellas profundas en algún momento de tu vida y hoy forman parte de tu memoria sentimental.
¿Y en la escuela qué? ¿Cómo se despierta el hábito lector, el apetito y la pasión por la lectura? ¿De qué modo se desarrolla la experiencia del lenguaje: la primera experiencia cultural de la infancia en donde, buscando y jugando con las palabras, se encuentran los pensamientos? La lectoescritura -este triángulo mágico que incluye de manera transversal e interrelacionada comprensión lectora, escritura y expresión oral- se convierte en el saber más poderoso, en algo así como la madre de todas las competencias básicas que contribuye a desarrollar la musculatura cultural y la sensibilidad social, enriqueciendo la mirada hacia el mundo exterior y hacia el interior de los seres humanos.
Para ello se cuenta con un programa –el plan lector– y con un espacio –la biblioteca-, los dos referentes de la escuela y de la comunidad educativa. ¿Pero cuál es el lugar de la biblioteca en un entorno crecientemente digital? En los centros innovadores, ayer y aún hoy -porque hay literatura infantil y obras ilustradas que siguen gozando de muy buena salud- existen cuatro espacios para proteger y dar vida a los libros: a) La biblioteca escolar al uso, aunque rediseñada y adaptada a los nuevos vientos innovadores, donde se catalogan, clasifican, distribuyen y prestan los distintos fondos bibliográficos y audiovisuales, con múltiples actividades de animación como los cuentacuentos, las tertulias literarias y dialógicas entre iguales o intergeneracionales, los maratones literarios, las lecturas colectivas y viajeras, los recitales poéticos y las dramatizaciones b) La biblioteca de aula, con recursos para el desarrollo de actividades y proyectos de cada clase; c) La biblioteca virtual, con una amplia variedad de dispositivos, programas y contenidos digitales; y d) La biblioteca diseminada por el centro y el territorio.
Esta última, localizada en numerosos espacios, requiere un compromiso de todo el equipo docente y de otros actores de la comunidad educativa y del entorno, así como unas gotas de imaginación para contagiar a fuego lento el hábito lector. Hay quien coloca en el vestíbulo del centro expositores con los cuentos que se están leyendo o con las lecturas veraniegas de padres y madres, alumnos, maestras y personal no docente; o dispone una mesa en el pasillo con todo tipo de producciones; o instala un quiosco con cómics, cuentos y revistas; o se escriben cuentos y textos individuales y colectivos en las paredes; o se inventa el rincón de la poesía, con jeroglíficos, acertijos, frases que se van completando cada día o cuentos de nunca acabar que se esparcen por todo el colegio. Libros, citas y leyendas que pueblan cualquier rincón del centro o del territorio -parques y jardines, centros sanitarios, transportes públicos, piscinas e instalaciones deportivas, etc-: “Ojos que no leen, corazón que no siente”; “Genio y figura hasta en la lectura”; “Dime qué libros lees y te diré quién eres.”; “En abril, libros mil”.
Hay mil maneras de celebrar este domingo para que el día del libro haga crecer la lectura los 365 días del año: dentro y fuera de la escuela. Que tengan un buen día y que el tiempo acompañe.
Este texto se ha publicado en el blog de Jaume Carbonell en este periódico: Pedagogías del siglo XXI.