Estamos ante la posibilidad de renovar, de modo estable, a aquella generación de docentes que accedieron con la extensión de la educación obligatoria, por otra para las próximas tres o cuatro décadas.
Si queremos dejar reducida la interinidad acumulada a un 8%, podrían ser 200.000 nuevos profesores los que necesitamos hasta el 2020. Una oportunidad histórica que, planificada cuidadosamente, debiera haber conseguido un sistema de acceso que seleccionase a los mejores, como reclaman todos los informes internacionales. La pervivencia del sistema actual, heredado hace cuarenta años (en 1977 fueron las primeras oposiciones masivas), no lo garantiza. Sin embargo, todo indica que, como tantas veces, la vamos a dejar pasar, aplazándola ad calendas graecas, para la próxima generación.
La reflexión que aquí queremos hacer pretende ir más allá de las situaciones personales, completamente comprensibles, de los deseos (y derechos) de tantas profesoras y profesores (tengo una hija en esta situación) de querer estabilidad, dejando de dar vueltas cada año por diferentes centros. Pero los árboles no deben impedirnos ver el bosque. Y aquí el asunto no puede ser, como en la Conferencia Sectorial del pasado diciembre, si en el sorteo se sacan tres o cinco bolas del “bombo”, porque alcanzar el estatuto de educador funcionario para varias décadas tiene que ser algo no confiado al azar de la lotería. Además de los conocimientos, en una profesión dedicada al cuidado de otros, deben entrar otras dimensiones importantes del compromiso ético con la docencia, así como factores de personalidad; dimensiones que forman parte de “¿quién es el yo que enseña?”, que dice Palmer en su excelente texto El coraje de enseñar. Y, sin embargo, con pequeños matices, el sistema de acceso continúa siendo el mismo, sin poder valorar esos otros aspectos claves en el ejercicio actual de la profesión.
Hace unos años que está de manifiesto que, si falta consenso en muchos temas educativos, una nueva selección de ámbito nacional y formación práctica del profesorado era uno de los pocos que contaba con un consenso inicial amplio. Hasta en el discurso de investidura de Rajoy en diciembre de 2011 se afirmaba: “Hay que establecer un nuevo sistema nacional de acceso a la función docente para atraer a la docencia a los mejores profesionales”. Con esta declaración se hacía eco de la discusión sobre el MIR docente que se había propuesto desde el PSOE. La cantinela ha sido continua, pero la práctica continúa impasible. Por poner un ejemplo de mi tierra, en Andalucía, en el llamado “Plan de éxito educativo” se señala (p. 31): “Un sistema de acceso a la función pública docente que propicie la selección de las y de los mejores profesionales”, para lo que, entre otros, se acuerda “proponer al Gobierno Central la modificación del modelo de acceso a la función pública docente”. Se ha hablado mucho del tema, pero no se cree verdaderamente en él. Llevarlo a cabo, como en el caso de los MIR, supone una recentralización de la selección y elección de plazas que, en la España de los Estatutos con las competencias propias, encuentra graves problemas para su puesta en práctica. Pronto las esperanzas se convirtieron en vanas y la situación actual que describimos tampoco las restablece.
Conviene pensar que cambiar la selección y acceso del profesorado no puede ser una medida aislada, se tiene que inscribir en un marco más amplio, que bien podría ser el Estatuto de la Función Pública docente y la carrera profesional docente, varios años guardado en el cajón. Seleccionar a los mejores estudiantes para estudiar la carrera docente; mejorar la calidad de las carreras que conducen a la enseñanza y, en tercer lugar, unas políticas de formación continua orientadas al desarrollo de quienes ejercen. Tocar una pieza, sin mover otras que están relacionadas y sin las cuales no va a funcionar adecuadamente, solo conduce a una ilusión del cambio.
El acuerdo por el Pacto Educativo, podría ahora ser este marco, si de verdad se logra algo firme. En este cuadro más global, la selección se sitúa dentro del desarrollo de la carrera profesional del que forman parte, entre otros, el atractivo y la consideración social e intelectual de la profesión; el acceso, la organización y el desarrollo de la formación inicial; la selección de entrada en la profesión, las prácticas y los primeros años de la carrera; la adscripción a centros, cursos y programas educativos; las fases de desarrollo profesional hasta la jubilación.
El informe “Panorama de la Educación 2017” de la OCDE, aparte de otros muchos datos, por lo que nos importa aquí, continúa reflejando la falta de “carrera profesional” docente en España, frente a otros países. A lo largo de la vida profesional, hay escasa variación entre los sueldos iniciales y finales, de tal modo que la progresión salarial a lo largo de su trayectoria no supera el 40%, mientras que en Europa es de un 60%.
Al hilo del discurso de los informes internacionales, tras tantos años abandonada política pero también pedagógicamente (casi ningún estudio crítico sobre el tema), la selección del profesorado debiera haber regresado a uno de los lugares principales. Bajo lo que podemos llamar el “efecto McKinsey”, por referencia a la conclusión más extendida de dicho Informe (“la calidad del sistema escolar no puede exceder a la calidad de sus profesores”), esa coincidencia de los principales partidos en una metodología para seleccionar a los mejores candidatos, seguida de un periodo de formación práctica tipo MIR, debiera haber dado lugar a una propuesta nueva ante esta oportunidad histórica de renovación generacional de los docentes para las próximas décadas.
Al comienzo del actual ministerio se elaboró, como propuesta a discusión, el “Libro Blanco de la Profesión Docente”. José Antonio Marina se ha quejado sobre cómo muy pronto ha caído en “saco roto”. Ahora, como está previsto, si la subcomisión de Educación para el Pacto Educativo hace una propuesta relevante, podríamos decir “cuán largo me lo fiais”. Al menos hasta después de 2020-2022 no se podría implementar y, como parece, tras este relevo general del profesorado, ya solo en situaciones minoritarias o puntuales.
Tenemos la suerte en este país de contar con miles de aspirantes para el oficio de profesor o profesora. En otros muchos lugares del mundo no tienen docentes suficientes, y se tienen que conformar con los que lo solicitan, sin poder elegir. Como antes he dicho, planificada con tiempo, hubiera sido una oportunidad histórica de renovación de la plantilla docente de otros modos, como para no dejarla pasar. Ahora, es lógico, los actuales interinos que, además, en una mayoría de casos ya aprobaron unas oposiciones previas que les ha permitido estar en la lista, deben ver reconocida su condición de profesorado estable. De nuevo, el asunto se aplaza sin posibilidades reales a gran escala. Y seguiremos hablando de… un país que tiene poco remedio.